Robert Heinlein
El presidente
golpeó fuertemente la mesa llamando al orden. Gradualmente, los silbidos y
abucheos fueron cesando, mientras varios oficiales de orden espontáneos
persuadían a algunos acalorados individuos de que se sentaran de nuevo. El
orador en la tribuna al lado del presidente parecía no darse cuenta del
tumulto. Su fofo y algo insolente rostro estaba impasible. El presidente se
giró hacia él y le dirigió la palabra, con una voz en la cual no se disimulaban
la ira y el disgusto.
- Doctor Pinero
- recalcó ligeramente la palabra «doctor», debo disculparme por el inesperado
alboroto producido por sus observaciones. Estoy sorprendido de que mis colegas
hayan olvidado la dignidad propia de los hombres de ciencia hasta el punto de
interrumpir a un orador, a pesar -hizo una pausa y apretó fuertemente la boca-
a pesar de lo grande que haya sido la provocación. - Pinero se rió en su cara,
una sonrisa que era en cierto modo un abierto insulto. El presidente controló
con visible esfuerzo su indignación y prosiguió -: Estoy ansioso de que el
programa finalice honestamente y en orden. Deseo que termine usted sus
observaciones. Sin embargo, debo pedirle que intente no insultar nuestras
inteligencias con ideas que cualquier hombre educado sabe que son erróneas. Por
favor, limítese a hablarnos de su descubrimiento... si es que ha descubierto
usted algo.
Pinero extendió
sus gordezuelas y blancas manos, con las palmas hacia abajo.
- ¿Cómo puedo
poner una idea nueva en las cabezas de ustedes, si primero no quito de ahí sus
falsos conceptos?
La audiencia se
agitó y murmuró. Alguien gritó desde el fondo de la sala:
- ¡Echen de ahí
a ese charlatán! ¡Ya hemos oído bastante!
El presidente
levantó su maza.
- ¡Señores!
¡Por favor! - Y luego, dirigiéndose a Pinero -: ¿Debo recordarle que no es
usted miembro de esta corporación, y que nosotros no le invitamos?
Pinero frunció
las cejas.
- ¿De veras?
Creo recordar una invitación con el membrete de la Academia.
El presidente
se mordió el labio inferior antes de responder.
- Cierto. Yo
mismo escribí esa invitación. Pero fue a petición de uno de los miembros del
directorio... un caballero muy educado y sociable, pero no un científico, no un
miembro de la Academia.
Pinero exhibió
su irritante sonrisa.
- ¿De veras?
Debería haberío supuesto. ¿Acaso fue el viejo Bidwell, el de la Unión de
Seguros de Vida? ¿Tal vez esperaba que sus adiestradas focas demostraran que
soy un fraude? Porque si yo puedo decirle a un hombre la fecha de su muerte,
nadie va a comprar sus preciosas pólizas de seguro de vida. ¿Pero cómo pueden
demostrar que soy un fraude, si primero no me escuchan? ¿Aun suponiendo que
tengan la suficiente inteligencia como para comprenderme? ¡Bah! Han enviado
chacales para vencer a un león. - Les volvió deliberadamente la espalda. Los
murmullos de la concurrencia crecieron y adquirieron un tono amenazador. El
presidente gritó en vano pidiendo orden. Alguien de la primera fila se levantó.
- ¡Señor
presidente!
El presidente
aprovechó la circunstancia y gritó:
- ¡Señores! El
doctor Van Rheinsmitt tiene la palabra. - La agitación cedió.
El doctor
carraspeo, se apartó un mechón de su hermoso pelo blanco y se metió una mano en
el bolsillo de sus elegantes pantalones hechos a la medida. Asumió los modales
de su club femenino.
- Señor
presidente, compañeros miembros de la Academia de Ciencias, seamos tolerantes.
Incluso un asesino tiene derecho a hablar antes de que la justicia le exija su
tributo. ¿Vamos a ser nosotros menos? ¿Aunque todos estemos intelectualmente seguros
del veredicto? Me gustaría garantizarle al doctor Pinero las mismas
consideraciones que habitualmente dispensamos en esta augusta corporación a
cualquier colega no afiliado a ella, incluso en el caso - hizo una ligera
inclinación en dirección a Pinero - de que no nos sea familiar la universidad
donde obtuvo su graduación. Si lo que tiene que decirnos es falso, no va a
perjudicarnos. Y si lo que tiene que decir es cierto, deberíamos conocerlo. -
Su suave y cultivada voz fluía suavemente, tranquila y apaciguadora -. Si los
modales del eminente doctor nos parecen algo rústicos a nuestros paladares,
debemos tener en cuenta que el doctor tal vez proceda de un lugar, o de un
estado social, no tan meticuloso en estos detalles. Nuestro buen amigo y
benefactor nos ha pedido que escuchemos a esta persona y que sopesemos
cuidadosamente los méritos de sus afirmaciones. Les pido que lo hagamos con
dignidad y decoro.
Se sentó entre
un estruendo de aplausos, consciente de que había reforzado su reputación de
líder intelectual. Al día siguiente los periódicos mencionarían de nuevo el
buen sentido y la persuasiva personalidad del «Presidente de Universidad Más
Apuesto de América». ¿Quién sabe? Quizá el viejo Bidwell terminara concediendo
aquella donación para la piscina.
Cuando cesaron
los aplausos, el presidente se giró hacia el lugar donde estaba sentado el foco
de la perturbación, con las manos cruzadas sobre su pequeña y oronda barriga y
el rostro sereno.
- ¿Desea
continuar, doctor Pinero?
- ¿Por qué
debería hacerlo?
El presidente
se alzó de hombros.
- Vino aquí
para esto.
Pinero se
levantó.
- Exacto.
Exactísimo. Pero, ¿fui inteligente al venir? ¿Hay aquí alguien que tenga una
mente abierta, que pueda enfrentarse cara a cara con un hecho desnudo sin
enrojecer? Creo que no. Incluso ese apuesto caballero que acaba de pedirles que
me escuchen ya me ha juzgado y condenado. Él busca el orden, no la verdad.
Supongamos que la verdad desafía al orden; ¿la aceptará? ¿Lo harán ustedes?
Creo que no. Pero por otro lado, si no hablo, ustedes obtendrán su victoria por
omisión. El hombrecillo de la calle pensará que ustedes, hombrecillos, me han
desenmascarado a mí, a Pinero, como a un embaucador, un farsante. Esto no va
con mis planes. Así que hablaré.
»Repetiré mi
descubrimiento. En lenguaje sencillo, he inventado una técnica para predecir
cuán larga será la vida de un hombre. Puedo anunciarles por anticipado la
llegada del Ángel de la Muerte. Puedo decirles cuándo el Camello Negro se
arrodillará ante su puerta. En cinco minutos, con mi aparato, puedo decirles a
cada uno de ustedes cuántos granos de arena quedan aún en su reloj. Hizo una
pausa y cruzó los brazos sobre su pecho. Por un momento nadie habló. La
audiencia empezó a inquietarse. Finalmente, el presidente intervino.
- ¿Ha
terminado, doctor Pinero?
- ¿Qué más
puedo decir aquí?
- No nos ha
dicho cómo funciona su descubrimiento.
Pinero alzó las
cejas.
- Está
sugiriendo usted que exponga aquí los frutos de mi trabajo para que los niños
jueguen con ellos Es un conocimiento muy peligroso, amigo mío. Lo reservo para
el hombre que sepa entenderlo, es decir, yo mismo - se golpeó el pecho.
- ¿Cómo podemos
saber que hay realmente algo detrás de sus infundadas afirmaciones?
- Muy sencillo.
Envíen a una comisión para observar mis demostraciones. Si funcionan,
excelente. Ustedes las admiten y se lo comunican al mundo. Si no funcionan, yo
quedo desacreditado y pido disculpas. También yo, Pinero, soy capaz de pedir
disculpas.
Un hombre
delgado y cargado de espaldas se levantó en el fondo de la sala. El presidente
lo reconoció y le dio la palabra:
- Señor
presidente, ¿cómo puede el eminente doctor proponer seriamente una tal prueba?
¿Acaso espera que aguardemos algo así como unos veinte o treinta años hasta que
muera alguien y pruebe sus afirmaciones?
Pinero ignoró
la presidencia y respondió directamente:
- ¡Puf! ¡Qué
estupidez! ¿Es usted tan ignorante de las estadísticas que no sabe que en un
grupo lo suficientemente numeroso hay al menos alguien que va a morir en un
futuro muy inmediato? Le hago una proposición; déjeme probar con cada uno de
ustedes, los que están reunidos en esta sala, y nombraré al hombre que morirá
antes de quince días, sí, y el día y la hora de su muerte. - Miró desafiante a
toda la sala -. ¿Aceptan?
Otra persona se
puso en pie, un hombre corpulento que hablaba midiendo las sílabas.
- Yo, por mi
parte, no puedo apoyar tal experimento. Como médico, he observado con dolor los
claros indicios de profundos desarreglos cardíacos en algunos de nuestros
colegas más ancianos. Si el doctor Pinero conoce esos síntomas, como es
probable, y selecciona como víctima a uno de ellos, el hombre seleccionado
tendrá muchas posibilidades de fallecer en el plazo previsto, tanto si el
maravilloso aparato de nuestro distinguido orador funciona como si no.
Otro asistente
se puso inmediatamente de su lado.
- El doctor
Shepard tiene razón. ¿Por qué tenemos que perder tiempo con trucos de vudú?
Creo que esa persona que se llama a sí mismo doctor Pinero desea utilizar esta
corporación para dar autoridad a sus afirmaciones. Si participamos en esta
farsa seguiremos su juego. Ignoro en qué consiste su fraude, pero puedo suponer
que ha ideado alguna forma de utilizamos como propaganda para sus planes. Señor
presidente, ruego que procedamos de la forma acostumbrada.
La moción fue
aceptada por aclamación, pero Pinero no se sentó. Entre gritos de «¡Orden!
¡Orden!», agitó su descuidada cabeza hacia ellos y dijo:
- ¡Bárbaros!
¡Imbéciles! ¡Estúpidos bobalicones! Vosotros sois quienes habéis bloqueado el
reconocimiento de todos los grandes descubrimientos desde el principio de los
tiempos. Una gentuza ignorante como vosotros haría removerse a Galileo en su
tumba. Ese estúpido gordo de ahí abajo que se está hurgando los dientes se
llama a sí mismo médico. ¡Curandero sería un término más adecuado! Ese
personajillo calvo que está ahí... ¡sí, usted! Se considera un filósofo, y
cacarea acerca de la vida y del tiempo sin ton ni son ¿Qué sabe usted de ambos?
¿Cómo podrá nunca aprender si se niega a examinar la verdad cuando le es
presentada en bandeja? ¡Bah! - escupió al estrado -, Llaman a esto una Academia
de Ciencias. Yo le llamo una convención de sepultureros, interesados tan sólo
en embalsamar las ideas de sus valientes predecesores.
Hizo una pausa
para tomar aliento, y fue agarrado por ambos lados por dos miembros de la
presidencia y echado fuera del estrado. Varios periodistas se pusieron
apresuradamente en pie de sus lugares en la mesa de la prensa y fueron a su
encuentro. El presidente decretó un aplazamiento.
Los periodistas
lo alcanzaron cuando salía por la puerta del escenario. Andaba con paso ligero
y despreocupado, silbando una cancioncilla. No había en él el menor rastro de
la beligerancia que había exhibido hacía un instante. Lo rodearon.
- ¿Nos concede
una entrevista, doc?
- ¿Qué opina
usted de la Educación Moderna?
- Los ha
apabullado, doc. ¿Cuál es su opinión sobre la Vida después de la Muerte?
- Quítese el
sombrero, doc, y mire al pajarito.
Pinero sonrió.
- Uno a uno,
muchachos, y no tan aprisa. Yo también he sido periodista. ¿Qué tal si vienen a
mi casa y hablamos de todo esto?
Unos pocos
minutos más tarde estaban intentando hallar algún lugar libre para sentarse en
el desordenado estudio-dormitorio de Pinero, mientras encendían sus
cigarrillos. Pinero miró radiante a su alrededor.
- ¿Qué
prefieren, muchachos? ¿Escocés o bourbon?
Una vez
resuelto el problema, volvió al asunto que interesaba.
- Bueno,
muchachos, ¿qué es lo que quieren saber?
- Díganoslo con
franqueza, doc. ¿Ha descubierto usted algo, o no?
- Muchacho,
claro que he descubierto algo.
- Entonces,
díganos cómo funciona. Con lo que les ha dicho a los sesudos de ahí no va a ir
a ninguna parte.
- Por favor, mi
querido amigo. Es mi invento. Espero sacarle algo de dinero. ¿Quiere usted que
se lo revele todo a la primera persona que me lo pregunte?
- Mire, doctor,
tiene que decirnos algo si espera que saquemos alguna cosa en los periódicos de
mañana. ¿Qué es lo que utiliza usted? ¿Una bola de cristal?
- No, nada de
eso. ¿Les gustaría ver mi aparato?
- Por supuesto.
Al menos ya tendremos algo.
Los llevó hasta
la habitación contigua, y extendió la mano.
- Aquí está,
muchachos. - El conjunto del equipo que apareció ante sus ojos se parecía
vagamente a los aparatos de rayos X que utilizan los médicos en sus
consultorios. Más allá del hecho evidente de que funcionaba con electricidad, y
que algunos de los diales estaban calibrados en términos familiares, una
primera inspección no dejaba entrever cuál era su uso.
- ¿Bajo qué
principio funciona, doc?
Pinero frunció
los labios y se quedó pensativo.
- Imagino que
todos ustedes estarán familiarizados con el axioma de que la vida es eléctrica
por naturaleza. Bien, pues ese axioma no vale un pimiento, pero nos ayudará a
proporcionarles una idea del principio. Ustedes han oído decir también que el
tiempo es una cuarta dimensión. Quizá lo crean, quizá no. Es algo que se ha
dicho tantas veces que ha dejado de tener significado. Es un simple cliché que
emplean los charlatanes para impresionar a los tontos. Pero ahora deseo que
intenten visualizarlo y sentirlo de una forma emocional.
Avanzó hacia
uno de los reporteros.
- Supongamos
que lo tomamos a usted como ejemplo. Se llama Rogers, ¿verdad? Muy bien,
Rogers, usted es un fenómeno espaciotemporal cuya duración se extiende a través
de cuatro dimensiones. No llega usted a un metro ochenta de altura, tiene usted
unos cuarenta y cinco centímetros de ancho y quizá veinte de grueso. En el
tiempo, hay tras de usted una cierta cantidad de este fenómeno espaciotemporal
que se prolonga quizá hasta 1916, y del cual vemos una sección transversal que
forma un ángulo recto con el eje del tiempo, del grosor del presente. En su
extremo más alejado hay un bebé, oliendo a leche agria y echándose encima el
desayuno de su biberón. En el otro extremo yace, quizás, un hombre viejo en
algún lugar de los años ochenta. Imaginemos este fenómeno espaciotemporal al
que llamamos Rogers como un largo gusano rosado, continuo a través de los años,
con un extremo en el seno de su madre y el otro en la tumba. Se extiende aquí
junto a nosotros, y la sección transversal que podemos ver se nos aparece como
un cuerpo normal y corriente. Pero esto es una ilusión. En este gusano rosado
hay una continuidad física, que permanece a través de los años. En realidad
esta continuidad física es un concepto común a toda la raza, ya que esos
gusanos rosados surgen de otros gusanos rosados. De este modo la raza es como
una enredadera cuyas ramas se entrelazan y dan nacimiento a otros vástagos. Tan
sólo efectuando una sección transversal de esta enredadera podríamos caer en el
error de creer que los vástagos son individuos independientes.
Hizo una pausa
y miró a los rostros reunidos a su alrededor. Uno de ellos, un tipo recio y
hosco, intervino:
- Todo esto es
muy hermoso, Pinero, si es cierto, pero ¿adónde quiere ir a parar?
Pinero le
dedicó una sonrisa totalmente exenta de todo resentimiento.
- Paciencia,
amigo mío. Les pedí que pensaran en la vida como en algo eléctrico. Ahora
piensen en nuestro largo gusano rosado como en un conductor de electricidad.
Habrán oído, quizá, que los ingenieros eléctricos pueden, a través de ciertas
mediciones, predecir la exacta localización de una ruptura en un cable
trasatlántico sin necesidad de abandonar la tierra firme. Yo hago lo mismo con
nuestros gusanos rosados. Aplicando mis instrumentos a la sección transversal
presente en esta habitación, puedo decir cuándo se produce la ruptura, es
decir, cuándo ocurre la muerte. O, si lo prefieren, puedo invertir las
conexiones y decirles la fecha de su nacimiento. Pero esto último no tiene el
menor interés: todos ustedes la conocen.
El individuo
hosco se echó a reír.
- Le he
pillado, doctor. Si lo que ha dicho usted de la raza como una enredadera de
gusanos rosados es cierto, no puede usted señalar las fechas de los nacimientos
debido a que la conexión con la raza es continua en el momento del nacimiento.
Su conductor eléctrico se extiende ininterrumpidamente hacia atrás, a través de
la madre, hasta los más remotos antepasados del individuo.
Pinero estaba
radiante.
- Cierto, y muy
agudo, amigo mío. Pero usted ha llevado la analogía demasiado lejos. Esto no
funciona exactamente del mismo modo a como se mide la longitud de un conductor
eléctrico. De algún modo es más bien como medir la longitud de un largo
corredor haciendo rebotar un eco desde su extremo más alejado. El nacimiento
aquí es como un recodo en el corredor, y con las mediciones adecuadas, puedo
detectar el eco de este recodo. Sólo hay un caso en el que no puedo precisar la
lectura; cuando una mujer está embarazada, no puedo diferenciar su línea de la
vida de la del niño aún no nacido.
- Veamos si
puede demostrarlo.
- Por supuesto,
mi querido amigo. ¿Quiere ser usted el sujeto de la prueba?
Uno de los
presentes se echó a reír.
- Has metido la
pata, Luke. Acepta o cállate.
- Acepto. ¿Qué
es lo que debo hacer?
- Escriba
primero la fecha de su nacimiento en un trozo de papel, y entrégueselo a alguno
de sus colegas.
Luke hizo lo
solicitado.
- ¿Y ahora qué?
- Quítese la
ropa menos la interior y súbase a esta báscula. Ahora dígame, ¿ha estado alguna
vez mucho más delgado, o mucho más gordo, de lo que está ahora? ¿No? Cuánto
pesó al nacer? ¿Cuatro kilos y medio? Un hermoso bebé. Ahora ya no nacen tan
grandes.
- ¿Qué
significa toda esta palabrería?
- Estoy
intentando aproximarme a la sección transversal media de nuestro largo gusano
rosado conductor, mi querido Luke. Ahora siéntese aquí, Luego colóquese este
electrodo en la boca. No, no le hará daño el voltaje es muy bajo, menos de un
microvoltio, pero necesito establecer una buena conexión. - El doctor lo dejó y
se dirigió a la parte trasera de su aparato, donde metió la cabeza en una
especie de amplia caperuza antes de tocar sus controles. Algunos de los diales
que estaban a la vista cobraron vida, y un suave zumbido surgió de la máquina.
Luego cesó, y el doctor emergió de su pequeño escondrijo.
- Me ha dado un
día de febrero del 1912. ¿Quién tiene el papel con la fecha?
Apareció, y lo
desdoblaron. El que lo custodiaba leyó:
- 22 de febrero
de 1912.
El silencio que
siguió fue roto por una voz a un lado del pequeño grupo.
- Doc, ¿puedo
tomar otra copa?
La tensión se
relajó, y empezaron a hablar todos a la vez.
- Pruébelo
conmigo, doc.
- Yo primero,
doc. Soy huérfano, y la realidad es que me gustaría saberlo.
- Díganos como
lo ha hecho, doc. Ande, cuéntenos algo.
Pinero accedió
sonriente, metiéndose y saliendo de la caperuza como un conejo de su
madriguera. Cuando todos ellos tuvieron el pedazo de papel que demostraba la
habilidad del doctor, Luke rompió un largo silencio:
- ¿Qué tal si
nos demuestra cómo predice la muerte, Pinero?
- Si ustedes
quieren. ¿Quién desea probarlo?
Nadie
respondió. Algunos codearon a Luke.
- Adelante,
chico listo. Tú lo pediste.
Luke dejó que
lo sentaran de nuevo en la silla. Pinero giro algunos de los conmutadores,
luego se metió en la caperuza. Cuando se detuvo el zumbido, salió, frotándose
enérgicamente las manos.
- Bueno, eso es
todo, muchachos. ¿Tienen bastante para sus artículos?
- Hey, ¿y qué
ocurre con la predicción? ¿Cuándo la palmará Luke?
Luke se puso
frente a él.
- Sí, ¿cuándo?
¿Cuál es su respuesta?
Pinero parecía
apenado.
- Señores, me
sorprenden. Esta información no es gratuita. Además, es un secreto profesional.
No puedo comunicársela a nadie excepto al propio valiente que me consulta.
- No me
importa. Adelante, dígaselo.
- Lo siento
realmente. Tendría que negarme, de veras. Acepté tan sólo a mostrarles cómo
funcionaba, no a darles los resultados.
Luke tiró al
suelo la colilla de su cigarrillo.
- Es un timo,
muchachos. Seguramente se enteró de la edad de todos los periodistas de la
ciudad tan sólo para asombrarnos. Se le ha visto el truco, Pinero.
Pinero se lo
quedó mirando tristemente.
- ¿Es usted
casado, amigo?
- No.
- ¿No hay nadie
que dependa de usted? ¿Ningún pariente próximo?
- No. ¿Por qué,
piensa usted adoptarme?
Pinero agitó
tristemente la cabeza.
- Lo siento por
usted, querido Luke. Morirá antes de mañana.
REUNIÓN
CIENTÍFICA QUE TERMINA EN TUMULTO.
LOS SABIOS
ATACAN LAS AFIRMACIONES DE UN VIDENTE.
LA MUERTE PISA
LOS TALONES AL RELOJ.
UN PERIODISTA
MUERE TRAS LA PREDICCIÓN DEL DOCTOR.
«FRAUDE»,
AFIRMA UNA PERSONALIDAD CIENTÍFICA.
«...a los
veinte minutos de la extraña predicción de Pinero, Timons sufrió un colapso
cuando caminaba Broadway abajo, en dirección a las oficinas del Daily Herald,
donde estaba empleado.
»El doctor
Pinero declinó hacer ningún comentario, pero confirmó la historia de que había
predicho la muerte de Timons por medio de lo que él llamó su cronovitámetro. El
Jefe de la Policía, Roy...»
¿Le preocupa el
futuro?
No gaste su
dinero en adivinos.
Consulte al
doctor Hugo Pinero,
bioconsultante
que le ayudará a planear su futuro
a través de
métodos científicos infalibles.
Nada de trucos.
Nada de
mensajes espiritistas.
Han sido
depositados 10.000 dólares como fianza
para responder
de la Veracidad
de nuestras
predicciones.
Se enviará
folleto a quien lo solicite.
LAS ARENAS DEL
TIEMPO, Inc.
Edif. Majestic, suite 700
Aviso LEGAL
A quien puede
interesar: yo, John Cabot Winthrop III, de la firma Winthrop, Winthrop, Ditmars
& Winthrop, Abogados, afirmo que Hugo Pinero, de esta ciudad, me entregó
diez mil dólares en moneda de curso legal en los Estados Unidos, dándome las
instrucciones necesarias para que los guarde en depósito en la caja fuerte de un
banco de mi elección, bajo las siguientes condiciones:
La totalidad de
dicha suma constituye una fianza, y en consecuencia será pagada al primer
cliente de Hugo Pinero o Las Arenas del Tiempo, Inc. cuya vida exceda el tiempo
predicho por Hugo Pinero en un uno por ciento, o a los herederos del primer
cliente que no alcance el tiempo predicho, sea lo que sea lo que ocurra en
primer lugar.
Hago constar
que en este día deposito dicha fianza junto 22 con las antedichas instrucciones
en el First National Bank de esta ciudad.
Firmado y
rubricado,
John Cabot Winthrop III
Por
reconocimiento de la firma que antecede, a 2 de abril de 1951.
Albert M. Swanson,
Notario Público
de este distrito y estado. Mi comisión expira el 17 de junio de 1951.
«¡Buenas
noches, señoras y señores radioyentes, dejemos paso a la prensa! Un avance de
última hora. Hugo Pinero, el Hombre Milagro Venido de Ninguna Parte, ha hecho
su predicción de muerte número mil sin que hasta ahora haya aparecido ningún
reclamante de la fianza que depositó para entregar al primero que pueda
demostrar que se ha equivocado. Tras el fallecimiento de trece de sus clientes,
se da ya por matemáticamente seguro que está en comunicación por línea privada
con la oficina principal del Viejo de la Guadaña. He aquí una noticia que yo
nunca querré saber antes de que ocurra. Su corresponsal de costa a costa no va
a hacerse cliente del Profeta Pinero...»
La aguda voz de
barítono del juez resonó en el viciado aire del tribunal.
- Por favor,
señor Weems, volvamos a nuestro asunto Este tribunal accedió a su solicitud de
una restricción temporal de las actividades del encartado, y ahora pide usted
que esta restricción se convierta en permanente. En refutación, el señor Pinero
alega que su causa carece de fundamento y pide que sea levantado el interdicto,
y que yo ordene a su cliente que deje de intentar interferir con lo que Pinero
describe como un simple negocio legal. Puesto que no se está dirigiendo usted a
un jurado. le ruego que omita la retórica y me diga en lenguaje sencillo por
qué no puedo acceder a esa petición.
El señor Weems
agitó nerviosamente un músculo de su mandíbula, haciendo agitarse su fláccida
papada gris sobre su alto cuello duro. y resumió
- Con la venia
del honorable tribunal, yo represento al público.
- Un momento.
Creí que representaba usted a la Unión de Seguros de Vida.
- Así es, su
señoría, hasta un cierto punto. En un sentido más amplio represento a algunas
otras de las más importantes compañías de seguros, instituciones fiduciarias y
financieras, y a sus accionistas y asegurados, que constituyen la mayoría de
los ciudadanos de este país. Además, creemos proteger los intereses de la
población en general; desorganizada, inarticulado, y por ello desprotegida.
- Imaginaba que
era yo quien representaba al público - observó secamente el juez -. Me temo que
voy a tener que considerarle únicamente como representante de su cliente. Pero
continúe: ¿cuál es su tesis?
El viejo
abogado hizo un esfuerzo por engullir su nuez de Adán y empezó de nuevo:
- Señoría, afirmamos
que existen dos razones distintas para que este interdicto se convierta en
permanente y, además, que cada una de estas dos razones es suficiente por sí
misma. En primer lugar, esta persona se dedica a la práctica de la adivinación,
una ocupación proscrita tanto por el derecho común como por el consuetudinario.
Es un vulgar decidor de buenaventura, un charlatán vagabundo que se aprovecha
de la credulidad del público. Es más listo que los habituales gitanos que leen
la palma de la mano, los astrólogos o los vulgares echadores de cartas, pero
por ello mismo resulta mucho más peligroso. Pretende rodearse de modernos
métodos científicos para dar una falsa dignidad a su taumaturgia. Tenemos aquí
en este tribunal eminentes representantes de la Academia de Ciencias que están
dispuestos a testificar acerca de lo absurdo de sus pretensiones.
»En segundo
lugar, aun en el caso de que lo que afirma esta persona sea cierto, y aceptando
tal absurdo tan sólo para el desarrollo de mi argumentación - el señor Weems se
permitió que una débil sonrisa aflorara a sus delgados labios -, afirmamos que
sus actividades son contrarias al interés público en general, y atentan
ilegalmente contra los intereses de mi cliente en particular. Estamos
preparados para presentar numerosos documentos, con sus pruebas
correspondientes, que demuestran que esta persona publicó, o hizo publicar,
manifestaciones animando a la gente a prescindir del inapreciable don de los
seguros de vida, con gran detrimento de su bienestar y perjuicio económico de
mi cliente.
Pinero se
levanto de su asiento.
- Señoría,
¿puedo decir algunas palabras?
- ¿De qué se
trata?
- Creo que
puedo simplificar la situación si se me permite efectuar un breve análisis.
- Señoría -
interrumpió Weems -, esto es altamente irregular.
- Paciencia,
señor Weems. Sus intereses serán protegidos. Mi opinión es que necesitamos más
luz y menos ruido en este asunto. Si el doctor Pinero puede abreviar los
procedimientos con su declaración, me inclino a escucharle. Adelante, doctor
Pinero.
- Gracias,
Señoría. Tomando para empezar el último punto del señor Weems, estoy dispuesto
a declarar que publiqué las manifestaciones a que hace referencia...
- Un momento,
doctor. Ha elegido usted actuar como su propio abogado. ¿Está usted seguro de
su competencia para proteger sus propios intereses?
- Estoy
dispuesto a correr el riesgo, Señoría. Nuestros amigos aquí presentes pueden
probar fácilmente lo que he estipulado.
- Muy bien.
Puede proseguir.
- Aceptaré que
muchas personas han anulado sus pólizas de seguro de vida como resultado de
ello, pero les desafío a que me muestren que alguna de las que así han actuado
ha sufrido alguna pérdida o daño por ello. Es cierto que la Unión ha visto
decrecer su negocio a raíz de mis actividades, pero esto es un resultado
natural de mi descubrimiento, que ha hecho que sus pólizas se conviertan en
algo tan en desuso como el arco y las flechas. Si por este motivo se me prohíbe
ejercer mis actividades, entonces crearé una fábrica de quinqués, y luego
pondré un interdicto contra las compañías Edison y General Electric para que se
les prohíba fabricar bombillas de incandescencia.
»Acepto que me
dedico al negocio de predecir la muerte, pero niego que esté practicando ningún
tipo de magia, blanca, negra o con los colores del arco iris. Si hacer
predicciones a través de métodos rigurosamente científicos es ilegal, entonces
los actuarios de la Unión son culpables de haber estado prediciendo durante
años el porcentaje exacto de muertes que se producirían cada año en un grupo
determinado de personas lo suficientemente amplio. Yo predigo la muerte al
detalle; la Unión la predice al por mayor. Si sus acciones son legales, ¿cómo
pueden ser ilegales las mías?
»Admito que hay
una diferencia en saber si puedo hacer lo que pretendo o no; e imagino que los
que se proclaman a sí mismos testigos expertos de la Academia de Ciencias
testificarán que no puedo. Pero ellos no saben nada de mi método y no pueden
por lo tanto dar ningún testimonio válido al respecto...
- Un momento,
doctor. Señor Weems, ¿es cierto que sus testigos expertos no están al corriente
de la teoría y métodos del doctor Pinero?
El señor Weems
parecía contrariado. Tamborileó con los dedos encima de la mesa y respondió:
- ¿Me concede
este tribunal unos minutos de interrupción?
- Por supuesto.
El señor Weems
celebró una apresurada consulta en voz muy baja con sus acompañantes, luego
regresó al estrado.
- Tenemos un
nuevo procedimiento que sugerir, Señoría. Si el doctor Pinero acepta explicar
aquí la teoría y práctica de lo que él llama su método, entonces estos
distinguidos científicos serán capaces de aconsejar al Tribunal acerca de la
validez de sus afirmaciones.
El juez miró
interrogativamente a Pinero, que respondió:
- No accederé
de buen grado a eso. Tanto si mi procedimiento es cierto como si es falso,
sería peligroso que cayera en manos de imbéciles y curanderos - hizo un gesto
con su mano en dirección al grupo de profesores sentados en primera fila, marcó
una pausa y sonrió maliciosamente - ...como esos caballeros saben muy bien.
Además, no es necesario conocer el proceso para probar si funciona. ¿Es
necesario comprender el complejo milagro de la reproducción biológica para
observar cómo una gallina pone un huevo? ¿Será necesario que yo reeduque a todo
este cuerpo de autonombrados guardianes del saber, curarlos de sus
supersticiones innatas, para probar que mis predicciones son correctas? En
ciencia sólo hay dos maneras de formarse una opinión. Una es el método
científico; la otra, la escolástica. Se puede juzgar a partir de la
experimentación, o aceptar ciegamente una autoridad. Para la mente científica,
lo más importante es la prueba experimental, y la teoría es tan sólo una
conveniencia descriptiva, a desechar cuando ya no nos sirva. Para la mente
académica, la autoridad lo es todo, y los hechos son desechados cuando no
concuerdan con la teoría dictada por las autoridades.
»Es este punto
de vista, las mentalidades académicas aferrándose como ostras a teorías aún no
probadas, lo que ha bloqueado todos los avances del conocimiento a lo largo de
la historia. Estoy dispuesto a probar mi método experimentalmente y, como
Galileo frente a otro tribunal, insisto en decir: ¡Y sin embargo se mueve!
»En otra
ocasión ofrecí la misma prueba a la misma corporación de autonombrados
expertos, y fue rechazada. Renuevo mi oferta; déjenme medir la duración de la
vida de los miembros de la Academia de Ciencias. Y dejemos que ellos nombren un
comité para juzgar los resultados. Depositaré mis predicciones en dos juegos de
sobres cerrados; en el exterior de cada sobre de uno de los juegos figurará el
nombre de un miembro, y en el interior la fecha de su muerte. En el interior de
los sobres del otro juego pondré los nombres, y en el exterior las fechas. Que
el comité se haga cargo de todos los sobres, y se reúna periódicamente para
abrir los que correspondan. En una corporación con tantos miembros es de
esperar que ocurran algunas defunciones, si hay que creer en los actuarios de
la Unión, cada una o dos semanas. De este modo se podrán acumular muy rápidamente
los datos que prueben si Pinero es un embustero o no.»
Se detuvo, y
sacó un diminuto pecho que era casi igual a su diminuta panza. Miró
socarronamente a los sabios.
- ¿Y bien?
El juez alzó
las cejas y observó la mirada del señor Weems.
- ¿Acepta usted?
- Señoría, creo
que esta proposición es muy improcedente...
- Le advierto -
cortó bruscamente el juez - que procederé contra usted si se niega a aceptarla
o no propone otro método igualmente razonable para alcanzar la verdad.
Weems abrió la
boca, cambió de pensamiento, miró de arriba a abajo los rostros de los testigos
expertos, y se giró hacia el tribunal.
- Aceptamos,
Señoría.
- Muy bien.
Arreglen los detalles entre ustedes. Queda levantado el interdicto, y el doctor
Pinero no debe ser molestado en el ejercicio de su profesión. Mi decisión
acerca de la petición de inhabilitación permanente queda postergada hasta que
se reúnan todas las pruebas. Antes de dejar el asunto, desearía comentar la
teoría expuesta por usted, señor Weems, cuando dijo que su cliente había
resultado perjudicado. Es un sentimiento creciente entre algunos grupos de este
país la noción de que cuando un hombre o una compañía han sacado un beneficio
del público durante un cierto número de años, el gobierno y los tribunales
tienen el deber de salvaguardar esos beneficios en el futuro, incluso frente a
circunstancias de cambio y contra el interés público. Esta extraña doctrina no
se halla apoyada por la constitución ni por las leyes vigentes. Ni los
individuos ni las corporaciones tienen el menor derecho de acudir a los
tribunales y exigir que el reloj de la historia sea detenido, o retrasado, en
beneficio particular suyo. Eso es todo.
Bidwell gruñó
disgustado.
- Weems, si no
puede usted pensar en algo mejor que en eso, la Unión va a necesitar muy pronto
otro abogado que le sustituya. Hace diez semanas desde que perdimos el
interdicto, y esa pequeña babosa está ganando dinero a puñados, mientras las
compañías de seguros del país van quebrando una tras otra. Hoskins, ¿cuál es el
índice de nuestras pérdidas?
- Es difícil
saberlo, señor Bidwell. Las cosas van peor cada día. Hemos cancelado trece
pólizas muy importantes esta semana; todas ellas desde que Pinero ha iniciado
de nuevo sus operaciones.
Un hombrecillo
delgado pidió la palabra.
- Como sabe muy
bien, Bidwell, no aceptamos nuevas pólizas para la Unión hasta haber comprobado
y estar seguros de que el solicitante no ha consultado antes a Pinero. ¿No
podemos esperar hasta que los científicos la desenmascaren?
- ¡Maldito
optimista! - gruñó Bidwell -. No lo van a desenmascarar, Aldrich ¿no puede
usted enfrentarse a la realidad? Esa pequeña babosa gorda ha descubierto algo;
no sé cómo. Hay que luchar hasta el final. Si esperamos, estamos perdidos, -
Arrojó con fuerza su cigarro a la escupidera y mordió salvajemente otro que se
sacó del bolsillo -. ¡Vamos, lárguense de aquí, todos ustedes! Haré las cosas a
mi manera. Usted también, Aldrich. La United puede esperar, pero nosotros no.
Weems carraspeo
aprensivamente.
- Señor
Bidwell, confío en que me consultará antes de embarcarse en algún cambio
importante en la política de la compañía.
Bidwell gruñó.
Los demás fueron marchándose. Cuando todos se hubieron ido y la puerta se cerró
tras ellos, Bidwell hizo girar el contacto del intercomunicador.
- Adelante,
hágalo pasar.
La puerta se
abrió; una apuesta y delgada figura se recortó por unos momentos en el umbral.
Sus pequeños ojos oscuros recorrieron rápidamente la habitación antes de
entrar, luego se acercó a Bidwell con un paso rápido y suave. Habló con una voz
llana y desprovista de emoción. Su rostro permanecía impasible excepto por la
vida que se reflejaba en sus ojos de animal.
- ¿Deseaba
hablar conmigo?
- Sí.
- ¿Cuál es la
proposición?
- Siéntese, y
hablaremos.
Pinero recibió
a la joven pareja en la puerta de su oficina interior.
- Adelante,
amigos, adelante. Siéntense. Como si estuvieran en su casa. Y ahora díganme,
¿qué puede hacer por ustedes Pinero? Seguro que una pareja tan joven como
ustedes no estará ansiosa por saber la fecha de su partida de este valle de
lágrimas.
El rostro
juvenil y honesto del muchacho mostraba una ligera confusión.
- Bueno, verá,
doctor Pinero. Me llamo Ed Hartley, y ésta es mi esposa, Betty. Estamos
esperando... es decir, Betty está esperando un niño y, bueno...
Pinero sonrió
bonachonamente.
- Entiendo.
Quieren saber cuánto tiempo van a vivir para arreglar las cosas del mejor modo
posible para el niño. Muy juicioso. ¿Desean una predicción para ambos, o sólo
para usted?
- Pensamos que
para ambos - respondió la chica.
Pinero la miró
radiante.
- Estupendo. De
acuerdo. Su predicción presentará algunas dificultades técnicas por su estado,
pero puedo proporcionarle ahora alguna información, y el resto más tarde,
cuando el bebé haya nacido. Pasen ahora a mi laboratorio, queridos, y
empezaremos. - Redactó sus fichas clínicas, luego los introdujo a su gabinete
-. La señora Hartley primero, por favor. Si quiere situarse tras esa cortina y
quitarse el vestido y los zapatos. Recuerde que soy un hombre viejo, y que me
consulta como si fuera su médico.
Se giró hacia
un lado y efectuó algunos pequeños ajustes en su aparato. Ed hizo una seña con
la cabeza a su esposa, y ésta surgió de detrás de la cortina casi de inmediato,
vestida tan sólo con dos trocitos de seda. Pinero la miró y notó el frescor
juvenil de su rostro y su conmovedora timidez.
- Por aquí,
querida. Primero tengo que pesarla. Aquí. Ahora colóquese sobre esta
plataforma. Póngase este electrodo en la boca. No, Ed, no puede tocarla
mientras ella está en circuito. No tardaremos ni un minuto. Permanezca quieta.
Se metió bajo
la capucha de la máquina, y los diales cobraron vida. Casi inmediatamente
volvió a salir, con una trastornada expresión en su rostro.
- ¿La ha tocado
usted, Ed?
- No, doctor.
Pinero regresó
al aparato, y permaneció oculto algo más de tiempo. Cuando salió esta vez, le
dijo a la muchacha que bajara de la plataforma y se vistiera. Se giró hacia su
marido.
- Ed, ahora le
toca a usted.
- ¿Cuál es la
lectura para Betty, doctor?
- Hay una
pequeña dificultad. Quiero examinarle a usted primero.
Cuando
reapareció, después de haber hecho la lectura del joven, su rostro parecía más
trastornado que antes. Ed le preguntó qué era lo que le preocupaba. Pinero se
alzó de hombros y consiguió que de sus labios brotara una sonrisa.
- Nada que
pueda preocuparle a usted, muchacho. Un pequeño desajuste mecánico, supongo.
Pero no podré darles los resultados hoy. Tengo que echarle un vistazo a la
máquina. ¿Pueden volver mañana?
- Bueno, creo
que sí, siento lo de su máquina. Espero que no sea nada serio.
- No lo es,
estoy seguro. ¿Quieren pasar a mi despacho, y charlaremos un poco?
- Gracias,
doctor. Es usted muy amable,
- Pero Ed,
tengo que verme con Ellen.
Pinero
concentró toda la fuerza de su personalidad sobre ella.
- ¿No me concederá
unos pocos instantes, querida señorita? Soy viejo, y me gusta el burbujeo de la
compañía de la gente joven. Puedo disfrutarlo tan pocas veces. Por favor.
Los empujó
suavemente hacia su oficina y les hizo sentarse. Luego encargó limonada y
pastelillos, les ofreció cigarrillos, y él encendió un cigarro.
Cuarenta
minutos más tarde Ed escuchaba casi en trance, mientras Betty daba evidentes
muestras de nerviosismo y de deseos de irse, mientras el doctor les contaba sus
aventuras en la Tierra del Fuego, de cuando era joven. Cuando el doctor hizo
una pausa para volver a encender su cigarro, ella se puso en pie.
- Doctor, de
veras tenemos que irnos. ¿Nos contará el resto mañana?
- ¿Mañana? No
habrá tiempo mañana.
- Pero hoy
usted tampoco lo tiene. Su secretaria lo ha llamado cinco veces,
- ¿No pueden
concederme aunque sea tan sólo unos pocos minutos más?
- Realmente hoy
no podemos, doctor. Tengo una cita. Me están esperando.
- ¿No hay forma
de convencerla?
- Me temo que
no. Vamos, Ed.
Cuando se
hubieron ido, el doctor se dirigió a la ventana y miró a la calle. Poco después
divisó dos diminutas figurillas que salían del edificio de oficinas. Las
contempló mientras se dirigían apresuradamente hacia la esquina, aguardaban a
que cambiara el semáforo, y luego empezaban a cruzar la calle, cuando estaban
en medio le llegó el aullido de una sirena. Las dos figurillas vacilaron,
retrocedieron, se detuvieron, se giraron. Y el coche ya estaba sobre ellos.
Cuando el coche consiguió detenerse, estaban al otro lado, no ya como dos
figurillas, sino simplemente como un montón inmóvil de ropas revueltas.
El doctor se
apartó de la ventana. Tomó el teléfono y llamó a su secretaria.
- Anule mis
visitas para el resto del día... No.. A nadie... No me importa; anúlelas.
Luego se hundió
en su sillón. Su cigarro se apagó. Mucho rato después de que hubiera oscurecido
aún lo sostenía entre sus dedos, apagado.
Pinero se sentó
ante la mesa y contempló la comida de gourmet dispuesta ante él. Había
encargado aquella comida con un cuidado especial, y había regresado a casa un
poco más temprano que de costumbre a fin de disfrutarla por completo.
Cuando hubo
terminado paladeó unos sorbos de Fiori d'Alpini, dejándolos resbalar por su
lengua y luego a lo largo de su garganta. El denso y fragante licor calentó su
boca, y le hizo recordar las florecillas de montaña cuyo nombre llevaba.
Suspiró. Había sido una buena comida, una exquisita comida que había
justificado aquel exótico licor. Su meditación fue interrumpida por una
discusión en la puerta delantera. La voz de su anciana doncella parecía estar
reprendiendo a alguien. Una fuerte voz masculina la interrumpió. La conmoción
atravesó el vestíbulo, y la puerta del comedor se abrió de golpe.
- ¡Madonna!
¡Non si puo entrare! ¡El maestro está comiendo!
- No importa,
Ángela Tengo tiempo para recibir a estos caballeros. Pueden pasar. - Pinero
hizo frente al ceñudo portavoz de los intrusos -. Desean hablar conmigo,
¿verdad?
- Otra cosa es
lo que queremos hacer. Las personas decentes están ya hartas de sus malditas
supercherías.
- ¿Y eso?
El que había
hablado no respondió inmediatamente. Un individuo más pequeño y vivaracho salió
de detrás de él y se enfrentó a Pinero.
- Podemos
empezar cuando quieran. - El presidente del comité metió la llave en la
cerradura de la cajita fuerte y la abrió -. Wenzell, ¿quiere ayudarme a coger
los sobres?
Alguien lo
interrumpió tocándole el brazo.
- Doctor Baird,
lo llaman por teléfono.
- Está bien.
Diga que me traigan aquí el aparato.
Cuando lo tuvo
a su lado descolgó el auricular y se lo llevó al oído.
- ¿Sí?... Sí,
al habla... ¿Qué?... No, no sabíamos nada... Entiendo, destruida la máquina...
¡Muerto!... ¿Cómo?... No, ninguna declaración. Ninguna en absoluto... Más
tarde.
Colgó
bruscamente el aparato y lo apartó.
- ¿Qué ocurre?
¿Quién ha muerto ahora?
Baird levantó
una mano,
- ¡Calma,
caballeros, por favor! Pinero acaba de ser asesinado hace unos momentos, en su
casa.
- ¿Asesinado?
- Eso no es
todo. Casi al mismo tiempo unos vándalos penetraron en su oficina y destruyeron
su aparato.
Por un momento
nadie habló. Los miembros del comité se miraron unos a otros. Nadie parecía
ansioso de hacer el primer comentario.
Finalmente, uno
dijo:
- Sáquelo.
- ¿Que saque
que?
- El sobre de
Pinero. Está también ahí. Yo lo he visto.
Baird lo encontró
y lo abrió lentamente. Desdobló la única hoja de papel que contenía y la
examinó.
- ¿Bien? ¿Qué
dice?
- A la una y
trece de la tarde... de hoy.
Hubo un largo
silencio. Aquella calma dinámica fue rota por un miembro al otro lado de la
mesa, que intentó alcanzar la cajita fuerte. Baird interpuso una mano.
- ¿Qué quiere
usted hacer?
- Mi
predicción.. está aquí... todas las nuestras están aquí.
- Si, sí. Están
todas, Veámoslas.
Baird puso
ambas manos sobre la caja. Sostuvo la mirada del hombre que tenía frente a él,
pero no habló. Humedeció sus labios. La comisura de su boca se crispó. Sus
manos temblaron. Pero no dijo nada. El hombre que tenía frente a él volvió a
sentarse.
- Tiene usted
razón, desde luego - dijo.
- Tráiganme el
cesto de los papeles. - La voz de Baird era baja y contenida, pero firme.
Lo tomó, y
arrojó su contenido a la alfombra. Colocó el cesto metálico sobre la mesa, ante
él. Rasgó media docena de sobres, les prendió fuego, y los arrojó al cesto.
Luego siguió rasgando los demás, de dos en dos, alimentando así el fuego. El
humo le hacía toser y de sus parpadeantes ojos chorreaban lágrimas. Alguien se
levantó y abrió una ventana. Cuando hubo terminado, apartó el cesto y dijo:
- Me temo que
he echado a perder la superficie de la mesa.
FIN
Escaneado
por Sadrac 2000