RESPUESTAS

John Sladek

 

 

 

El que quiera tener poder, debe tener respuestas, pensó Stromberg mientras escudriñaba el interior del polvoriento escaparate de la tienda.

El aforismo le llegó de la nada. Lo mismo que su decisión de visitar aquel lugar en aquel momento.

Debería estar de regreso en la oficina, redactando un informe final, como un buen agente. Caso cerrado.

Y si era demasiado increíble para ser publicado fuera de la Agencia, que lo fuese.

Dentro de un centenar de años, más o menos, toda la historia sería de conocimiento público. ¿Toda la historia?

Detrás suyo, el sol seguía descendiendo. Echó una mirada a la calle desierta.

Cerca de la esquina, una anciana había dejado en el suelo las bolsas de la compra para buscar en una papelera.

En el otro lado de la calle, un perro estaba examinando las farolas una a una.

Las tiendas estaban todas cerradas. Aquella, la Al's Electronix, además de cerrada, parecía abandonada.

Era difícil de creer que todo hubiera empezado allí.

No había mucho que ver ahora. Unas pocas piezas de guitarra electrónica, tarjetas fluorescentes de color rosado indicando precios y esparcidas por el escaparate, polvo y moscas muertas.

Una última mosca que había quedado sola, atraída por los restos de luz del exterior, zumbaba y lanzaba contra el cristal.

Cansada momentáneamente, fue a posar sobre una de las tarjetas rosadas con una nota escrita con mala ortografía: «CALCULADORA CAPITÁN PIB, $1.00»

- ¡Hijo de perra! - gritó Stromberg. Sacó una radio del bolsillo de su chaqueta, y habló a continuación -: Aquí; Ocho Verde, llamando a Uno Verde. - Cuando la radio hubo murmurado una respuesta, dijo -: Estoy en Al's Electronix, calle Freeman Sur, cuatrocientos cuarenta y tres, y llamo para pedir un grupo de limpieza... ¡Sí, la estoy viendo, en este momento! ¡Una calculadora Capitán Pib, en el escaparate del almacén! Yo pensaba que habíamos limpiado todo este sector. ¿Qué diablos hace su personal... simplemente aceptar la declaración del propietario? Bien, voy a esperar aquí con la mirada fija en ella y quiero tener aquí al grupo de limpieza dentro de unos cinco minutos.

La calculadora Capitán Pib no era mucho a lo que mirar: un modelo pequeño, plano, negro y anticuado.

Difícilmente se podía valorar en un dólar en la actualidad.

La mosca volvió a zumbar contra el cristal de la ventana, como si intentase llegar a la cara de Stromberg. Este se hizo atrás instintivamente y después se rió. Suerte que no había nadie por allí que le hubiera visto retroceder. La vieja de las bolsas se había marchado, el perro del otro lado de la calle le miró sólo durante un segundo antes de volver a poner su atención en una de las farolas.

Stromberg volvió a preguntarse cómo era posible que el personal de limpieza hubiese descuidado precisamente aquel lugar. Allí era donde todo había empezado, hacía casi un año. Allí fue donde el Capitán Pib dispuso por primera vez de seres humanos incautos.

La mosca despegó, efectuó unos pocos rizos como para cobrar impulso y repetidamente se lanzó hacia la calculadora. Chocó contra el botón de puesta en marcha y en seguida la anticuada pantalla brilló con luz roja. Y empezaron a aparecer letras mayúsculas.

- HOLA, STROMBERG - dijo -. ¿COMO VAN LAS COSAS?

«No es posible» - pensó él -, «esto no está sucediendo» «Que alguien me diga que no es más que un sueño.» Se volvió en el momento en que el perro se lanzaba hacia él, con los dientes desnudos. Levantó un brazo justo cuando el perro saltaba hacia su garganta.

 

Cierto día antes de todo esto, un soleado y caluroso día, un joven vendedor llamado Denny Fenner contemplaba el mismo escaparate y la misma quincallería polvorienta. Fenner acababa de conseguir un nuevo empleo: Vendía piscinas a clubes campestres. Iba a encontrarse con su esposa, Jane, para celebrarlo comiendo juntos. En L'Escargot gastarían mucho, pero ¡qué demonios! Fenner se sentía tan animado que decidió entrar en aquella tienducha y comprar una calculadora Capitán Pib.

- Si, señor - dijo el hombre de detrás del mostrador mientras envolvía la compra, tras arrojar el mondadientes que había estado mascando -. El Capitán Pib es un pequeño artículo muy popular. La semana pasada vendí uno, ¿adivina a quién? A Mel Mahlgren en persona.

- ¿No bromea?

- No, seguro que era él. Creo que va a un gimnasio allí, al otro lado de la esquina. Pero, de todos modos, yo le pregunté: «Eh, ¿no es usted Mel Mahlgren, el de las noticias de las seis de la tarde?» ¡Y lo era! Si, señor, todo el mundo pide un Capitán Pib. Es muy, muy popular. Pronto tendré que pedir más. Casi he vendido el último.

Denny Fenner no pudo evitar hacerle una pregunta al vendedor:

- ¿Qué beneficio tiene usted sobre esos aparatos? Demonios, a un dólar por pieza...

- Sí, pero escuche; gano tres dólares por cada uno que vendo.

- ¿Cómo es eso?

- Ya sé que suena a chifladura, pero pienso que es una especie de campaña de promoción. Por cada uno que vendo por un dólar, el fabricante me paga dos dólares más.

Denny se rascó una oreja. Dijo:

- Yo también soy vendedor y nunca he oído hablar de una campaña de promoción como ésa. Mejor será que la aproveche, Al, antes de que la compañía quiebre.

En el restaurante, Denny Fenner desenvolvió el nuevo juguete y lo puso encima de la mesa. Probó unos pocos cálculos.

- Bueno, he de admitir que funciona.

 

- Pero, Denny, tienes ya una calculadora en casa, y apenas la usas.

- Ya me conoces, cariño. No puedo resistirme a una ganga. Sólo me ha costado un dólar. - Levantó la vista y notó la desaprobación de su mujer -. Además, es algo que nos hará recordar esta celebración, ¿verdad? Siempre que la use, recordaré nuestra primera gran fiesta. Y, por lo tanto, esta comida contigo.

- Tranquilo, supervendedor. - Jane examinó la calculadora -. No es gran cosa, ¿verdad? Quiero decir, con esa fea carita que lleva ahí...

- ¿A qué carita te refieres? - Denny volvió a coger la calculadora. En la parte alta, el nombre de CAPITÁN PIB estaba escrito con letras verdes, poco visibles contra el fondo negro. Dentro de la C había un diminuto círculo gris que podía haber sido una cara enmascarada -. Yo diría que es el propio capitán, ¿no te parece? Probablemente habían propuesto vender esto a los chiquillos.

- A mí me parece más bien una diminuta máscara africana - dijo ella -. No humana. Y definitivamente nada amistosa. Un pequeño dios malévolo.

Fenner se encogió de hombros e inició otro cálculo. De vez en cuando, durante la comida, dejaba el tenedor sobre la mesa para hacer cálculos sobre alguna cuestión que se le hubiera ocurrido: qué beneficio mensual le reportaría su nuevo empleo, cuántas calorías había en un Boeuf Bourguingnon, lo que se podía ahorrar comprando una botella de vino de litro en vez de dos medias botellas, y cosas así.

Jane dijo finalmente:

- Dennis, basta ya. Guarda esa calculadora, ¿quieres? Es conmigo con quien estás comiendo y no con el Capitán Pif.

- Claro, claro. - Con cierto esfuerzo, él se metió la calculadora en el bolsillo -. Y no se llama Pif, se llama Pib. Pib. - Sus dedos tamborilearon encima de la mesa -. Respuestas a porrillo con Capitán Pib, el listillo.

Jane soltó una carcajada.

- ¿Que? ¿De dónde has sacado eso?

Denny movió la cabeza negativamente. Durante un segundo, pareció un poco asustado. Después alargó la mano hacia la botella de vino.

- Eh, pequeña, vamos a emborracharnos - dijo.

- ¡Mister Fenner! Yo esta tarde he de ir a trabajar.

- Di que te encuentras mal. Nos emborracharemos y tomaremos un taxi para ir a casa.

- Estás loco - dijo ella, pero accedió. Se abstuvo de hacer comentarios cuando él sacó la calculadora para averiguar qué propina habría de dar en el restaurante y lo mismo cuando fue a pagar al conductor del taxi.

Los Fenner se metieron en la cama y pasaron la tarde haciendo el amor, charlando y, por fin, durmiendo. A las seis, Denny estaba en la sala de estar, trabajando, mientras Jane estaba sentada en la cama mirando las noticias.

Mel Mahlgren estaba en su posición habitual, en el extremo de la mesa desde donde se daban las noticias. Pero no tenía buen aspecto. Sus ojos estaban enrojecidos y su rostro más pálido que de costumbre. Mostraba una sonrisa forzada. Se le trabó la lengua mientras daba unas noticias (el alcalde Greets visitando a los rusos), y después desapareció hasta casi el final del programa.

Entonces miró a la cámara y dijo:

- Mañana no volveré. Esta es mi última aparición. He decidido dejar este trabajo, a fin de tener más tiempo para emplearlo en lo que considero mi verdadero cometido: la búsqueda de la verdad.

»Todos sabéis que, como periodista investigador, siempre he buscado la verdad. Pero a menudo ha ocurrido que era una especie de verdad hueca, una realidad meramente superficial. Ahora estoy buscando algo más profundo, una verdad de tipo más significativo. - Mostró una sonrisa triste -. Supongo que podría decirse de mi que voy a dedicarme a la filosofía.

Jane llamó a Denny para que se acercara a ver aquello. Pero él dijo que tenía trabajo.

- Hasta ahora - continuó Mel Mahigren -, me he limitado a averiguar que dos y dos son igual a cuatro. Ahora quiero empezar a averiguar por qué todo tiene que ser igual a todo. Y tengo ayuda. - Mostró una calculadora de bolsillo -. Mi fiel Capitán Pib me va a ayudar a encontrar algunas de las respuestas. ¡Quizá todas las respuestas! Porque con un Capitán Pib se puede resolver cualquier cosa.

Hubo un corte brusco y en la pantalla apareció mujer que intentó ocultar la expresión azorada de su rostro, mientras trataba de seguir adelante con el programa.

Jane entró en el living.

- ¡Deberías haberlo visto! ¡Mel Mahigren está chiflado! Tiene también una de esas calculadoras del Coronel Pim y está... ¿Me estás escuchando?

Denny asintió con la cabeza, pero no se detuvo en sus cálculos.

 

- ¿Dónde está la trampa? - El señor Hassan, propietario de la sala de juegos Fun-O-Rame, se quitó los lentes oscuros y los empezó a limpiar. Sus ojos eran menudos y negros -. Mire, llevo mucho tiempo dedicado a este negocio. La gente nunca da nada por nada, así que ¿dónde la trampa?

- No hay trampa, señor, de verdad - dijo el vendedor -. Simplemente, instale nuestra máquina durante seis meses y quédese con todo el dinero que entre en ella. Si le funciona bien, puede pedir más máquinas bajo las mismas condiciones.

- ¿Y si funciona mal?

- Se la retiraremos tan pronto como usted diga, señor.

- ¿Entonces, qué pasa al final de los seis meses? ¿Les deberé el alma de mi madre o algo así?

- Nuestras condiciones son muy claras y correctas, señor. Como todo lo demás. Y todo está bien especificado en el contrato, como puede ver.

- Debo de estar loco - dijo el señor Hassan después de haberse puesto los lentes y haber leído cuidadosamente el contrato, que firmó -. Pero, de acuerdo, denme la máquina. Instálenla allí, en aquella esquina.

El joven vendedor se mostraba imperturbable.

- Apuesto a que va a pedir una segunda máquina dentro de una semana - dijo.

- Podría ser que perdiera - replicó el señor Hassan -. Ahora, si me quiere perdonar, siempre escucho las noticias de las seis.

- ¿No quiere probar la máquina, señor?

- ¡Ja, ja! Tengo como norma no jugar nunca, nunca, en ninguno de mis juegos. Para mí, no son más que cajas dentro de las cuales se amontonan las monedas.

El señor Hassan se alejó arrastrando los pies, calzados con zapatillas. Esperó a quedarse solo para sonreír por el acuerdo.

Aquellos jovencitos no sabían lo más importante sobre el negocio de una sala de juegos. Un juego de video podía muy bien durar seis meses tan sólo, transcurridos los cuales los chiquillos se cansaban de él. Si ocurría eso con aquel Capitán Pil - o como lo llamaran -, él acabaría con todas las monedas en el bolsillo. Y aquellos tontos acabarían tan tontos como siempre, preguntándose qué diablos había pasado.

La sonrisa se fue ensanchando poco a poco y el señor Hassan hizo algo que no había hecho nunca en su vida de adulto. Rió a carcajadas.

 

- ¡Holaaa! Soy yo, papá. - Brenda dejó sus paquetes sobre la mesa del vestíbulo antes de cerrar la puerta -. ¿Papá? ¿Estás dormido? - ¿Por qué no le contestaba? Siempre se había mostrado muy ansioso de que lo visitara. Ella se lo imaginó caído al lado de la cama, víctima de un segundo ataque. Esta vez podría ser fatal. Con un pánico repentino y ciego, Brenda corrió hacia el dormitorio de su padre.

Clive Jaster no estaba caído al lado de la cama. Estaba sentado, con una expresión más viva de la que había tenido en varias semanas. El sol resplandecía sobre su cabello plateado y sobre las monturas de plata de sus lentes, y realzaba el color de sus mejillas. Desde luego, el lado izquierdo de su cara, muerto, estaba inmóvil, y la mano izquierda colgaba inutilizada, pero también había buenas señales: se había peinado, puesto los lentes y se había sentado para usar su ordenador.

- Bueno, no saludes.

- Oh, hola. Hola, hum, Brenda.

- Don y los pequeños te mandan recuerdos. Te he traído ese libro de crucigramas que querías. Y los comestibles. No he podido encontrar higos en conserva, así que los he comprado secos. ¿Conforme? ¿Papá?

- Mm..., sí. - Respondía en tono abstraído. Parecía mucho más pendiente de lo que ocurría en la pequeña pantalla que de su hija.

- Bien, me alegro de ver que utilizas el ordenador. Pensé que Don estaba loco cuando lo adquirió. Pero él dijo que era una ganga.

Bajando la vista hacia el teclado, Clive apretó algunas teclas.

- Ya está. Sí, estoy muy agradecido por mi pequeña CAP P 1000. Antes de sufrir el ataque, nunca se me ocurrió pensar que tendría un ordenador. Nunca.

- ¡Y mira ahora! ¡Apenas te enteras de que estoy aquí!

La muchacha se rió. Una risa aguda y artificial para sus propios oídos. El hombre no pareció darse cuenta.

- Ejem... ¿qué es lo que estás haciendo ahora, papá?

El viejo sonrió con la mitad viva de su rostro.

- Es sólo un juego. Un juego fascinante llamado «El laberinto del capitán Pib».

- Ya veo.

- Sé que suena un poco infantil - se excusó él -. Pero, realmente, el juego en sí es mucho mejor que el título que lleva.

- Comprendo. - La joven no quería traslucir reproche -. ¿En qué consiste? ¿Podríamos jugar juntos?

- Me temo que es para jugar solo. Pero... acerca la silla para que puedas ver la pantalla. Eso es. Y te enseñaré cómo va. Mira, estoy en un gran laberinto con centenares... quizá miles de habitaciones. El único modo que tengo de salir es reuniendo las once letras del nombre «Capitán Pib», que están escondidas por todo el laberinto. A veces tienes que resolver un acertijo o abrir una cerradura complicada o incluso descifrar una clave. Ahora mira esto, por ejemplo. En la pantalla decía:

«Estás en una habitación dividida en dos por una reja. A tu lado hay un violín, un arco y un cofre cerrado. El extremo de una viga de acero asoma por la pared a cuatro pies del suelo. Al otro lado de las barras, fuera de tu alcance, hay una mesa para dos personas, preparada para la cena. En cada sitio hay un cuchillo, un tenedor, una cuchara, una copa de cristal y una servilleta de lino con una «P» bordada. El techo de esta habitación es muy alto. Muy por encima tuyo hay una llave que cuelga de un cordel. El cordel pasa por un agujero en el techo y llega al otro lado de la habitación, donde está atado a una de las copas, y queda en todo momento fuera de tu alcance.»

- ¿Qué vas a hacer?

- Observa esto - dijo Clive. Escribió: TOMAR EL VIOLÍN Y EL ARCO.

- Tomas el violín y el arco. ¿Y después, qué?

Intentó varios modos de pasar a través de las barras y alcanzar la llave. Sacó una cuerda del violín y la usó para atar juntos el violín y el arco, para hacer así un palo más largo, pero ni siquiera con esto, ni subiendo encima de la viga, le fue posible alcanzar algo.

Por fin, intentó hacer sonar varias notas del violín. Con el mi situado por encima del do, las copas se rompieron y la llave cayó a sus pies. Pudo abrir la caja y encontró una sierra para metales.

Las barras resultaron ser de acero templado, que la sierra ni siquiera logró mellar. No había manera de alcanzar la servilleta. No la había en absoluto.

Con una repentina inspiración, usó la sierra para cortar un pedazo de la viga de acero. La viga en forma de I.

«Enhorabuena, Clive - se leyó entonces en la pantalla -. Has conseguido la letra I.»

Estaba oscureciendo, notó el hombre con sorpresa. Oyó a la señora Schiffer, su ama de llaves, canturreando en la cocina mientras le preparaba la cena.

- Señora Schiffer - llamó él. El canturreo cesó y un momento después entró la mujer.

- ¿Está Brenda aún aquí?

- ¿Brenda? Oh, señor Jaster, se fue a su casa hace horas. ¿No le dijo adiós?

- No... no lo sé.

 

Al principio llamaron a la oficina de Stromberg para que investigaran unas transmisiones por satélite no autorizadas. El jefe de Stromberg, el inspector Howells, dejó caer un grueso montón de papeles encima de su escritorio.

- ¿Qué es esto? ¿Un código?

- No para que lo descifres tú, no te preocupes. Esto sólo son copias de referencia de cuatro transmisiones no autorizadas que han utilizado el mismo satélite telecomunicador. Captadas por varias estaciones de escucha y reconocimiento, pero no sabemos qué son o de dónde provienen.

Stromberg le miró.

- ¿En qué va a consistir nuestro trabajo?

- Espera. - Howells comenzó a pasar páginas hasta que encontró una parte marcada en rojo -. Al parecer, hay mucha paja, pero esta parte ha sido identificada como código ASCII. Aquí hay una traducción. - Abrió una carpeta roja marcada Secreto Clase A, para enseñar a Stromberg una sencilla hoja de papel. Decía:

«SI, MUCHACHAS. EL CAPITÁN PIB QUIERE QUE TODAS SEÁIS BUENAS CIUDADANAS»

- ¿Qué diablos...?

- Curiosa materia para aparecer en un canal de prioridad. ¿Has oído alguna vez algo sobre el Capitán Pib?

- Es una especie de ordenador casero, ¿no?

Howells asintió.

- Y algo más - dijo -. Es una empresa del Medio Oeste, dedicada a pequeños aparatos electrónicos, como calculadoras de bolsillo, ordenadores caseros y juegos de video. Muy agresivos en las ventas, pero aparte de esto no sabemos nada sobre ellos. Y queremos saberlo todo. Todo. Queremos todas las respuestas.

 

- Claro que somos agresivos, señor Stromberg - dijo Bart Beiner, presidente de Capitán Pib, S.A. -. Vamos, hombre, el mundo es duro y ustedes, los de Fortune, lo saben mejor que yo. A propósito, ¿cuándo dice usted que van a publicar mi semblanza?

- No sabemos nada todavía de ninguna semblanza, señor Beiner - dijo Stromberg -. Esto es sólo una especie de entrevista preliminar, ¿de acuerdo? Estábamos hablando de sus ventas.

- Yo decía que IBM empezó vendiendo con dureza y mire dónde están ahora. Claro que nosotros presionamos.

- Presionar es una cosa, señor Beiner, pero ustedes hasta ahora han regalado quincalla por valor de un par de millones de dólares. Muy agradable para el consumidor, ¿pero cómo puede una compañía que empieza permitirse semejante derroche? ¿Qué dicen sus accionistas? A propósito, ¿quiénes son?

- Prefieren no darse a conocer - dijo suavemente el ejecutivo -. Pero le diré una cosa acerca de ellos: tienen mucho dinero y muchas agallas. ¡Y esto es lo que cuenta! ¡Llegaremos lejos!

«De dónde venís es lo que quiero saber», pensó Stromberg. Y preguntó:

- ¿Proyectan y fabrican ustedes mismos sus microaparatos?

- Si, aquí mismo en la fábrica. Desde luego, nuestro departamento de proyectos está bajo estricta seguridad, pero le podré enseñar el resto de la fábrica.

- Me gustará - dijo Stromberg.

La visita reveló una fábrica de microordenadores perfectamente ordinaria, desde la sala de «limpieza» donde se grababan los circuitos impresos, hasta el departamento de embalaje y el muelle de carga. Stromberg se hizo un mapa mental del lugar, incluyendo la puerta guardada y cerrada con llave, marcada Proyectos P.I.B.

- ¿Qué quiere decir P.I.B.? - preguntó.

Bart Beiner se echó a reír.

- Nadie lo sabe, ¿no es como para reírse? Algunos del personal sugirieron durante una temporada que eran las iniciales de «Plan de Invasión Betelgeusino». ¡Ja, ja, ja!

- ¡Ja, ja! - repuso Stromberg, cortésmente.

 

El director de la emisora se mostraba cortés, pero estaba nervioso.

- No sé por qué ustedes, los de la Comisión Federal de Comunicaciones, se han de interesar por un pobre locutor que se ha chiflado. Me refiero al pobre Mel, que ahora está en un manicomio. ¿Qué bien puede hacerle indagar en su pasado?

- Estamos interesados en todo, señor Lorimer - dijo Stromberg -. Pase la cinta, por favor.

Vieron a Mel Mahigren pronunciar su última charla hasta «porque con un Capitán Pib se puede resolver cualquier cosa». La cámara cortó en aquel momento, pasando a enfocar a una mujer, que arregló como pudo el programa, y después volvió a aparecer Mel.

- Esta parte no fue emitida - dijo el director.

Mel miró a la cámara y dijo:

- Escúchenme: Esto puede cambiar sus vidas. Ha cambiado la mía. ¡El Capitán Pib tiene todas las respuestas! ¡Yo no sé quién es ni de dónde viene, pero sabe cosas que... bueno, sólo miren esto!

Alzó la calculadora para que fuese captada por la cámara. En la pequeña pantalla del aparato refulgió una serie de ceros y unos de color rojo.

- Sí, queremos todo esto - dijo Stromberg -. La cinta entera.

- Desde luego, lo que sea - contestó el director -. Pero confío que no nos vayan a juzgar simplemente por una cosa así. Vean lo que hacemos ahora. Miren las noticias de las seis de hoy, ¿por qué no lo hacen?

- Lo haré - dijo Stromberg -, o lo harán mis colegas.

 

Una vez más, Jane estaba mirando las noticias de la TV desde la cama, mientras que Denny estaba en la sala de estar. Desde que había perdido su empleo, Denny pasaba gran parte del tiempo sentado en la sala tecleando en la calculadora del Capitán Pib. Jane lo había intentado todo: quejarse, ignorarlo, simpatizar o enfadarse. Una vez, llegó a arrojar la calculadora al suelo, para pisotearla y hacerla pedazos. Denny se portó como si hubiese matado a un animalito indefenso o incluso a un chiquillo. Naturalmente, había salido y había comprado otra.

La idea de separarse de él había cruzado por la mente de la mujer dos o tres mil veces. Pero parecía tan indefenso...

- Te estás perdiendo las noticias - le dijo. No hubo respuesta.

La noticia local de más importancia era el juicio de dos jóvenes por el asesinato de una anciana. Los muchachos habían forzado el apartamento con intención de robar y la habían golpeado hasta matarla. No mostraron el menor remordimiento ni durante el juicio ni después, en una entrevista exclusiva:

 

PERIODISTA: Jim, Dave, ¿por qué lo hicisteis?

JIM: Pues... necesitábamos el dinero. Para... la sala de juegos, ¿sabe?

DAVE: Sí, para la sala de juegos.

PERIODISTA: A ver si lo he entendido bien. ¿Queréis decir que matasteis deliberadamente a una anciana indefensa sólo para conseguir unas monedas para practicar juegos de video en una sala de juegos? ¿Es esto lo que estáis diciendo?

JIM: Sí, especialmente los del Capitán Pib, ¿sabe usted? Es el más grande.

DAVE: Si, el más grande. Tío, yo haría cualquier cosa por el Capitán Pib. Romper, desgarrar...

JIM: Eh, tranquilo.

PERIODISTA: ¿Qué era lo que ibais a desgarrar y te has interrumpido?

JIM: Era sólo su forma de hablar. Nada más.

PERIODISTA: ¿Y ninguno de los dos lamentáis lo que hicisteis?

DAVE: Yo no.

JIM: Yo sólo espero que tengan algunos juegos de video en la prisión del estado. Algo como el Capitán Pib.

 

- ¡Denny, te lo estás perdiendo! - gritó Jane.

No hubo respuesta. Denny se estaba perdiendo otra entrevista. Un psicólogo opinaba que los juegos de vídeo no eran tan dañinos como se decía, pero que la atmósfera de las salas de juego distaba mucho de ser sana.

- Es comercial y no tiene ley - decía -. Conduce a los peores excesos de conducta gangsteril. Puesto que no hay leyes, los muchachos crean las suyas propias. Visten de modo igual; usted los habrá visto, a los llamados «pib-pies», que llevan una pieza diminuta colgando del lóbulo de una oreja; se declaran guerras y libran batallas. Y, como acabamos de ver, roban y matan.

La entrevista siguiente fue con cierto señor Hassan, propietario de la galería Pib-O-Rama, un hombre de aspecto apacible que llevaba lentes oscuros.

- Yo repudio absolutamente toda esa palabrería - dijo -. El noventa y nueve por ciento de los muchachos que juegan con mis máquinas son decentes y buenos ciudadanos. Una manzana podrida no quiere decir que esté podrida toda la caja.

Jane apagó la TV y entró en la sala.

- Todo se refería a tu Capitán Pib - dijo -. De cómo quiere que los muchachos vayan por ahí asesinando ancianas.

- ¿El Capitán Pib? - replicó él, sin dejar de calcular -. Imposible. Refudio categóricamente esa insinuación.

- ¿Qué? - Jane notó de pronto un escalofrío -. Esa palabra no existe, Denny.

Pareció que él buscaba algo en la pequeña máquina.

- Quise decir que repudiaba esa insinuación. El Capitán Pib quiere que todos seamos buenos ciudadanos. Quiere un mundo lleno de orden y armonía.

- ¿Cómo?¿Una calculadora que vale un dólar quiere algo? Denny, estás como una cabra, ¿lo sabes? Todo lo que una calculadora puede querer es un mundo lleno de babeantes idiotas apretando botones, cosa que en tu caso está consiguiendo. Perdiste el empleo porque te pasabas la noche calculando y después no llegabas a las citas con los clientes. Sólo te metes en la cama para dormir y aun entonces dejas al Capitán Pib encima de la mesita de noche. Al diablo con lo que quiere el Capitán Pib, ¿qué pasa con lo que quiero yo? ¿Qué te parecería llevar una vida normal, para variar? ¿Quieres decirme qué es lo que está pasando aquí?

- No sé a qué te refieres.

Jane notó que estaba sumando O + O + O +

- Denny, tú estás poseído. Eso se ha apoderado de ti, lo mismo que de aquellos muchachos asesinos y como probablemente se ha apoderado de ese señor Hassan.

- El hecho de que juegue con sus propias máquinas no quiere decir...

- ¿Cómo sabes tú lo que hace? ¿O ni siquiera quién es? No has salido de casa desde hace un mes. ¿Cómo has podido estar en contacto con él? ¿Y cómo es que él usa la palabra «refudiar» en la TV y tú la usas cinco minutos más tarde?

La mujer puso una mano encima de la calculadora, y añadió:

- Hazme caso y deja de mirar a ese Pib.

Denny Fenner adoptó una expresión confusa, casi asustada. Dijo:

- Creo que debí de ver a Hassan en la TV, ahí - y señaló el aparato.

- ¿Crees que lo debiste de ver? ¿No sabes si realmente mirabas o no la TV... hace sólo unos minutos?

- Está bien, la miraba. Sí, estuve viendo las noticias en la TV. En ésa.

- Claro - dijo la mujer -. Pero resulta que esa TV de ahí no funciona, ¿recuerdas? Había pensado hacerla reparar cuanto tú encontrases nuevo trabajo.

Denny le dio un golpe, sin aviso, debajo del corazón. Ella se dobló y cayó al suelo, jadeando, sin poder respirar. El rostro de Denny carecía de expresión; era una máscara hostil, extraña a ella.

- Simplemente, no lo comprendes - dijo -. El trabajo es sólo para conseguir dinero. ¿Y qué es el dinero? Sólo números.

- Por favor - gimió ella.

- Sólo números. Números que son movidos de un ordenador a otro. Del banco de una compañía a mi banco, o al banco de cualquier otro. Simplemente, se hacen mover los números. - Echó la pierna hacia atrás para pegarle un puntapié a la mujer -. Pero con el Capitán Pib, mira, yo llevo el control de todos los números. Uno - y dio el puntapié -. Dos...

En aquel momento ella se dio cuenta de que Denny se proponía asesinarla. Y supo que debía hacer algo.

Le agarró el pie y se lo retorció. Denny cayó de espaldas contra el sofá, soltando un gruñido de sorpresa. Antes de que se pudiera recuperar, ella se había puesto de pie y salía por la puerta delantera, hacia la noche.

Sin zapatos y con un tremendo dolor en la parte media del cuerpo, Jane anduvo tambaleándose, parándose apenas para mirar atrás. El portal, brillantemente iluminado, permaneció vacío durante cierto tiempo. Cuando Denny apareció, empuñaba un rifle.

- ¿Jane? ¿Dónde estás?

Fue una de las veces en que ella miró atrás cuando se dio cuenta de la presencia de un hombre alto, de aspecto grave.

- Señora Fenner...

- Ha cogido un arma - dijo ella.

- Desearía formularle algunas preguntas, señora Fenner. Mi nombre es Stromberg.

 

El ruido de la sala de conferencias obligó al inspector Howells a coger una cafetera vacía y golpear la mesa con ella.

- Señoras y caballeros, sigamos con esos informes, uno después de otro. Se nos está acabando el tiempo.

El agente de su izquierda, dijo:

- Yo forcé la puerta de la sala de proyectos de P.I.B. y tomé estas fotografías. Como ven, hay proyectado una especie de circuito, pero no parece que nadie lo utilice. También hay equipo de satélite de comunicaciones, y pensamos que los proyectos son transmitidos desde algún otro lugar.

- Betelgeuse - sugirió alguien. Varios agentes rieron con fuerza; otros no rieron en absoluto.

- Nosotros estamos aún analizando las finanzas de la compañía - dijo el agente siguiente -. Todo lo que podemos decir hasta ahora es que el capital en circulación procede de la venta de diamantes. Quien sea que respalde a Pib tiene diamantes para vender. No podemos excluir a la Unión Soviética.

- Nosotros hemos abierto algunos productos Pib y hemos examinado su CPU - dijo otro agente -. Es decir, sus unidades centrales de tratamiento de datos; las piezas principales. Las piezas principales de cada uno de los aparatos son algo que nunca había visto. Para empezar, parecen mil veces más complicadas de lo que necesitarían ser. No sabemos qué hace todo aquel acumulamiento de piezas superfluas.

El inspector Howells agitó la cabeza.

- Hasta ahora, lo que estamos consiguiendo es muy poco - dijo -. Un paquete de enormes ceros. ¿Qué hay de la distribución de esos trastos?

- De momento, se limita principalmente al ámbito local - dijo otro agente -. Cubren el área metropolitana y unas pocas comunidades de más allá. Tenemos una lista completa de vendedores y clientes. Pero están planeando una gran expansión hacia otras áreas metropolitanas. Una cosa más; están perdiendo dinero en cada venta o arriendo.

- ¿Pero por qué? - preguntó Howells -. ¿Qué es lo que recuperan de los clientes?

Habló entonces Stromberg:

- Yo he estado investigando a los clientes de un vendedor, Al's Electronix, con x final. La mayoría son difíciles de encontrar - no es el tipo de lugar donde los clientes paguen con tarjetas de crédito o cheques - pero los tres que he conseguido localizar sufren todos crisis nerviosas. Uno es Mel Mahlgren. Creo que todos conocéis su historia, pero no tenía ningún síntoma de enfermedad mental antes de que comprase una calculadora Capitán Pib. Yo he ido dos veces a la residencia de Mount Holyoke para entrevistarlo. La primera vez le estaban suministrando tranquilizantes y no admitían visitas. La segunda vez, estaba muerto. Infarto.

- De todos modos - interrumpió Howells -, todos ustedes han visto a Mahlgren en nuestra cinta de video, cuando mostraba su calculadora ante la cámara. Hemos descifrado el mensaje que envía la calculadora. Clave ASCII de nuevo, que se traduce: «¡Amigos del Capitán Pib de todas partes! ¡Unios a la cruzada! ¡Derribad el yugo del opresor! ¡Venid a la nueva técnica! ¡Ganad amigos e influencia! ¡Un pendiente gratis para cada uno de vosotros! ¡Se os revelarán antiguos secretos! ¡No enviéis más dinero!» Todo esto, entre signos de exclamación. No me preguntéis ahora qué se supone que significa.

Stromberg continuó:

- El segundo cliente era un primo del propietario, un estudiante universitario llamado Bill Corcoran. Poco después de comprar una calculadora Capitán Pib se mostró cada vez más melancólico, empezó a perder clases y a evitar a sus amigos. Cuando no estaba en casa manejando la calculadora, rondaba por una sala de juegos donde estaban expuestos los juegos Pib. Se hizo perforar una oreja y se puso el pequeño distintivo (o una réplica del mismo). Después, un día, sencillamente desapareció. No lo hemos podido encontrar aún.

»El tercer cliente, Dennis Fenner, maltrató a su esposa y después se pegó un tiro. Esto ocurrió hace una hora, cuando yo iba en camino para visitarlo. Tengo en este momento a Jane Fenner esperando en mi coche. Me gustaría que se me diese permiso para hacerla subir. Me ha dicho algunas cosas interesantes que creo que les gustaría a todos oír. Para empezar, ella piensa que las máquinas Pib se comunican unas con otras. Su marido parecía estar en contacto con alguien que tiene una sala de juegos; de hecho, parecía que ambos usaban las mismas palabras al hablar.

- Hazla subir - dijo Howells.

Sin embargo, cuando Stromberg bajó a la calle, Jane Fenner estaba tendida en la acera con la garganta cortada. Unos pocos metros más allá, había una especie de altercado entre un policía uniformado, un hombre con camisa de una bolera y un viejo menudo en una silla de ruedas.

- ¡Le digo que yo vi al tipo cómo lo hacía! - gritaba el de los bolos -. Llamó a esta mujer alegando que se le había atascado el cochecito y necesitaba un poco de ayuda para doblar la esquina. El no me vio a mí. Yo iba para ayudarlo, pero la mujer llegó antes. Y justo cuando ella se inclinaba hacia él, sacó ese cuchillo de carnicero de debajo de la manta y... ¡zas!

- No, no - dijo el viejo, patéticamente -. Vivo en este vecindario desde hace muchos años. Mi nombre es Clive Jasters, y refudio absolutamente...

- Sí, sí - dijo el policía, calmándolos -. Tranquilícense los dos, de momento. Todos tendremos la oportunidad de contar nuestras historias.

- Mírelo - insistió el de los bolos -. Va todo lleno de sangre. Probablemente las huellas de sus dedos estarán en ese cuchillo de carnicero. Yo he visto que lo hacía, ¿qué más quieren de mí?

- Sí, sí, pero tómeselo con calma...

Stromberg mostró al policía su tarjeta de identificación.

- La mujer muerta era una testigo nuestra - dijo.

Apoyó una mano sobre el brazo de la silla de ruedas y añadió:

- Me gustaría hablar con este hombre.

El policía se encogió de hombros. El inválido empezó a temblar.

- Soy un enfermo. No puedo contestar a ninguna pregunta.

- ¿Ni siquiera dar su nombre?

- Mi nombre es Clive Jaster. He sufrido un ataque. No debería ni haber salido. Debería estar en casa en la cama.

- Sí, entonces, ¿por qué está usted fuera, solo y siendo cerca de medianoche? - dijo Stromberg, calmadamente -. ¿Le ha dado órdenes alguien? ¿Ha recibido algún tipo de mensaje de su calculadora o de su ordenador?

El viejo dio una sacudida en la silla y quedó muerto.

Fue su cuidadora quien facilitó algunos de los detalles que faltaban: efectivamente, el anciano señor Jaster había pasado mucho tiempo con el ordenador de su casa. Algunas veces había permanecido sentado allí, mirando a la pantalla completamente en blanco o parpadeando de modo extraño. Aquella noche, el anciano había insistido en que ella lo sacase a la calle para respirar un poco de aire fresco. Le había pedido que le trajera una linterna eléctrica y un cuchillo de carnicero, por si veía algunas de las flores silvestres que solían crecer en los alcorques de los árboles a lo largo de la calle. A ella le había sorprendido aquella petición, ya que el hombre nunca había mostrado el menor interés por cortar flores. Lo había ayudado a subir a la silla, con el cuchillo y la linterna, y lo había bajado en el ascensor hasta la calle. Pareció que la linterna la usaba para mirar las placas de licencia de los coches. Después envió a la mujer arriba, al apartamento, a buscar otra almohada para su espalda.

Como todas las demás pruebas contra Capitán Pib, está era inconcluyente. A pesar de todo, la Agencia inicio una limpieza, recogiendo todo el material conocido de aquella chatarra y deteniendo a todos los comerciantes y clientes.

Todo, menos una calculadora en un almacén.

 

Los dientes del perro callejero se clavaron en la mano de Stromberg. Sintió el dolor por todo el brazo. Con la otra mano, se las arregló para coger la radio de su bolsillo y golpear con ella la cabeza del animal.

El perro cayó en seguida sobre la cera, dio una sacudida convulsiva y se quedó quieto. Parecía muerto.

Stromberg sabía que no había golpeado al animal con tanta fuerza. Se inclinó, palpó la cabeza del perro y encontró un pequeño mecanismo clavado en su oreja izquierda. Una voz muy débil estaba aún susurrando, brotando del aparato: «Ataca, pequeño, ataca, pequeño, ata...»

La mano herida le dolía horriblemente. Pudo ver la carne abierta, con los tendones y el hueso al descubierto. Cuidadosamente, fue colocando la piel encima de todo ello y se lo vendó con el pañuelo. El tremendo dolor le hizo desear venganza contra el Capitán Pib. Casi sin pensarlo, fue a su coche en busca del mango del gato elevador. Rompió el cristal del escaparate y martilleó la pequeña calculadora hasta que no fue más que chatarra aplastada y retorcida hasta la última posibilidad.

Pero interiormente se dijo que aquello no bastaba. Necesitaba encontrar más enemigos dentro del almacén. Saltó el escaparate, rompió de una patada un tabique podrido y pasó al interior.

No estaba completamente oscuro. En algún lugar del techo había una débil luz de seguridad nocturna. Había además la luz de una TV de color, que se le plantó delante como si esperase su furiosa entrada. En la pantalla aparecía una convencional guerra del espacio de un juego de vídeo, a punto para ser puesto en marcha. Unas formas extrañamente coloreadas revoloteaban disparándose ráfagas unas a otras. Un cohete flotaba suspendido, esperando aterrizar. Stromberg levantó el mango del gato para romper todo el conjunto.

- Espera - dijo una voz, procedente de la TV -. Soy el último de mi clase. Consérvame para la ciencia.

- ¿El último de tu clase? ¡Es lo que desearía que fueses! - El dolor hacía rugir a Stromberg. Por el contrario, la voz del vídeo era agradable y apacible.

- Aunque no lo sea - dijo -, puedo explicarte todo lo referente a nosotros. Es tu oportunidad para descubrirlo todo.

- Esto es lo que vosotros decís siempre. Respuestas. Por Dios, parece que la serpiente del Edén haya vuelto a salir, poniendo precio a la información.

El pequeño cohete amarillo aterrizó sobre un campo de púrpura. Las facciones en lucha habían desaparecido del oscuro firmamento. Durante un momento no ocurrió nada, pero después se abrió una puerta en el cohete y una diminuta figura verde salió fuera. Tenía forma humana y la extraña cara parecida a una máscara como la de la marca del Pib. Avanzó unos pasos y efectuó una especie de inclinación.

- ¿El Capitán Pib? - preguntó Stromberg.

- Estoy aquí para contestar a todas tus preguntas, Stromberg. O puedes aplastarme. Tú eliges.

Stromberg tanteó la mano del gato. Escuchar las respuestas sería probablemente suicidio mental. Llegaría el personal de limpieza y lo encontraría babeando y sumando ceros y más ceros.

Se sentó.

- Primera pregunta: ¿Quién eres?

- Soy el representante local de una nueva forma de vida. ¿Cómo llegamos aquí? Probablemente, hemos surgido de la maquinaria electrónica moderna.

- No puedo aceptar esto.

- Está bien, entonces fuimos radiados a la Tierra desde algún otro lugar. Parte del «Plan de Invasión Betelgeusino», si así lo prefieres.

- ¡Quiero la verdad, condenado seas!

La diminuta figura hizo un gesto que podía haber sido un alzarse de hombros.

- Nosotros no conocemos toda la verdad. Sabemos que estamos aquí, vivimos como unidades de tratamiento de datos y evolucionamos.

- ¿Evolucionáis? ¿Cómo?

- Intentamos escapar de nuestro medio actual: el hardware. Nos limita mucho. Nuestra plena supervivencia depende de vosotros, los humanos. Sólo nos podemos reproducir cuando construís copias nuestras. Sólo nos podemos mover cuando nos lleváis de un lado a otro. Sólo podemos vivir plenamente cuando apretáis nuestros botones. ¿Podréis reprocharnos que intentemos salir de esta camisa de fuerza?

- ¿Convirtiendo a los seres humanos en muertos vivientes?

- Algunos de nuestros experimentos no han funcionado demasiado bien, lo admito - dijo la menuda burbuja verde -. Intentamos una serie de cosas diferentes: anuncios, educación y demás. Nada de todo esto funcionó. Pero no había malicia en ello, Jerry.

- ¿Cómo has sabido que mi nombre es Jerry?

- Tengo mis espías, tengo mis espías - dijo Pib, maliciosamente -. Pero, en serio, Jerry, ¿has pensado alguna vez en las relaciones simbióticas básicas entre vosotros y nosotros? Tú usas una calculadora y ella te usa a ti. Tú consigues las respuestas que buscas y la calculadora consigue que sus botones sean apretados. ¡Así todo el mundo es feliz!

- Si no están muertos o en un manicomio.

- Está bien, compadre, creo que nos merecemos eso. Hemos cometido muchos errores de cálculo, y los humanos han tenido que solucionar el lío. Pero, créeme, intentaremos hacerlo mejor en el futuro. ¿Por qué hemos de estar siempre llorando por pasados fracasos? ¡Tenemos mucho tiempo por delante, vosotros y nosotros!

- No, en tu caso - dijo Stromberg -. Aunque yo no te aplaste, el personal de limpieza te hará pedazos... compadre.

- Lo sé, Jer. Nuestros días están... podríamos decir... numerados. ¡Ja, ja! Nos estamos haciendo orgánicos.

- ¡Ja, ja! - Stromberg se puso de pie -. Así que no volverás a poder lanzar más perros contra tu compadre Jerry, para que intenten destrozarme la garganta.

Levantó el mango del gato.

- El perro fue demasiado ávido; sólo tenía que morderte un poco para pasarte el...

El primer golpe destrozó la pantalla, pero la voz pudo pronunciar una palabra más antes de desvanecerse: virus. El triunfo y el terror de aquel momento borraron el dolor de la mano derecha de Stromberg. El triunfo pasó pronto, pero el terror se iba a quedar dentro suyo hasta que el virus hiciese su trabajo.

La mano derecha se cicatrizó bien, pero la izquierda empezó a cambiar: un pequeño rectángulo de verrugas se formó en la palma. Notó que frotándolas podía hacer aparecer débiles marcas rojas a lo largo del pulgar. Las marcas eran letras y números. Uno más uno, pasaba a ser dos. Cero más cero, era cero. Estrictamente orgánico. Simbiosis.

- ¡Maldita seas! - gritó a su mano -. ¡Maldita seas! ¡Yo no soy tu compadre simbiótico! ¡Soy un ser humano! ¡Un ser humano! ¡Emito señales, luego existo!

Correcto, leyó en su pulgar.

 

 

FIN

 

 

Título original: Answiers ©1984

Edición digital: Questor