El que quiera
tener poder, debe tener respuestas, pensó Stromberg mientras escudriñaba el
interior del polvoriento escaparate de la tienda.
El aforismo le llegó
de la nada. Lo mismo que su decisión de visitar aquel lugar en aquel momento.
Debería estar
de regreso en la oficina, redactando un informe final, como un buen agente.
Caso cerrado.
Y si era
demasiado increíble para ser publicado fuera de la Agencia, que lo fuese.
Dentro de un
centenar de años, más o menos, toda la historia sería de conocimiento público.
¿Toda la historia?
Detrás suyo, el
sol seguía descendiendo. Echó una mirada a la calle desierta.
Cerca de la
esquina, una anciana había dejado en el suelo las bolsas de la compra para
buscar en una papelera.
En el otro lado
de la calle, un perro estaba examinando las farolas una a una.
Las tiendas
estaban todas cerradas. Aquella, la Al's Electronix, además de cerrada, parecía
abandonada.
Era difícil de
creer que todo hubiera empezado allí.
No había mucho
que ver ahora. Unas pocas piezas de guitarra electrónica, tarjetas
fluorescentes de color rosado indicando precios y esparcidas por el escaparate,
polvo y moscas muertas.
Una última
mosca que había quedado sola, atraída por los restos de luz del exterior,
zumbaba y lanzaba contra el cristal.
Cansada
momentáneamente, fue a posar sobre una de las tarjetas rosadas con una nota
escrita con mala ortografía: «CALCULADORA CAPITÁN PIB, $1.00»
- ¡Hijo de
perra! - gritó Stromberg. Sacó una radio del bolsillo de su chaqueta, y habló a
continuación -: Aquí; Ocho Verde, llamando a Uno Verde. - Cuando la radio hubo
murmurado una respuesta, dijo -: Estoy en Al's Electronix, calle Freeman Sur,
cuatrocientos cuarenta y tres, y llamo para pedir un grupo de limpieza... ¡Sí,
la estoy viendo, en este momento! ¡Una calculadora Capitán Pib, en el
escaparate del almacén! Yo pensaba que habíamos limpiado todo este sector. ¿Qué
diablos hace su personal... simplemente aceptar la declaración del propietario?
Bien, voy a esperar aquí con la mirada fija en ella y quiero tener aquí al
grupo de limpieza dentro de unos cinco minutos.
La calculadora
Capitán Pib no era mucho a lo que mirar: un modelo pequeño, plano, negro y
anticuado.
Difícilmente se
podía valorar en un dólar en la actualidad.
La mosca volvió
a zumbar contra el cristal de la ventana, como si intentase llegar a la cara de
Stromberg. Este se hizo atrás instintivamente y después se rió. Suerte que no
había nadie por allí que le hubiera visto retroceder. La vieja de las bolsas se
había marchado, el perro del otro lado de la calle le miró sólo durante un
segundo antes de volver a poner su atención en una de las farolas.
Stromberg
volvió a preguntarse cómo era posible que el personal de limpieza hubiese
descuidado precisamente aquel lugar. Allí era donde todo había empezado, hacía
casi un año. Allí fue donde el Capitán Pib dispuso por primera vez de seres
humanos incautos.
La mosca
despegó, efectuó unos pocos rizos como para cobrar impulso y repetidamente se
lanzó hacia la calculadora. Chocó contra el botón de puesta en marcha y en
seguida la anticuada pantalla brilló con luz roja. Y empezaron a aparecer
letras mayúsculas.
- HOLA, STROMBERG - dijo -. ¿COMO VAN LAS COSAS?
«No es posible»
- pensó él -, «esto no está sucediendo» «Que alguien me diga que no es más que
un sueño.» Se volvió en el momento en que el perro se lanzaba hacia él, con los
dientes desnudos. Levantó un brazo justo cuando el perro saltaba hacia su
garganta.
Cierto día
antes de todo esto, un soleado y caluroso día, un joven vendedor llamado Denny
Fenner contemplaba el mismo escaparate y la misma quincallería polvorienta.
Fenner acababa de conseguir un nuevo empleo: Vendía piscinas a clubes
campestres. Iba a encontrarse con su esposa, Jane, para celebrarlo comiendo
juntos. En L'Escargot gastarían mucho, pero ¡qué demonios! Fenner se sentía tan
animado que decidió entrar en aquella tienducha y comprar una calculadora
Capitán Pib.
- Si, señor - dijo
el hombre de detrás del mostrador mientras envolvía la compra, tras arrojar el
mondadientes que había estado mascando -. El Capitán Pib es un pequeño artículo
muy popular. La semana pasada vendí uno, ¿adivina a quién? A Mel Mahlgren en
persona.
- ¿No bromea?
- No, seguro
que era él. Creo que va a un gimnasio allí, al otro lado de la esquina. Pero,
de todos modos, yo le pregunté: «Eh, ¿no es usted Mel Mahlgren, el de las
noticias de las seis de la tarde?» ¡Y lo era! Si, señor, todo el mundo pide un
Capitán Pib. Es muy, muy popular. Pronto tendré que pedir más. Casi he vendido
el último.
Denny Fenner no
pudo evitar hacerle una pregunta al vendedor:
- ¿Qué
beneficio tiene usted sobre esos aparatos? Demonios, a un dólar por pieza...
- Sí, pero
escuche; gano tres dólares por cada uno que vendo.
- ¿Cómo es eso?
- Ya sé que
suena a chifladura, pero pienso que es una especie de campaña de promoción. Por
cada uno que vendo por un dólar, el fabricante me paga dos dólares más.
Denny se rascó
una oreja. Dijo:
- Yo también
soy vendedor y nunca he oído hablar de una campaña de promoción como ésa. Mejor
será que la aproveche, Al, antes de que la compañía quiebre.
En el
restaurante, Denny Fenner desenvolvió el nuevo juguete y lo puso encima de la
mesa. Probó unos pocos cálculos.
- Bueno, he de
admitir que funciona.
- Pero, Denny,
tienes ya una calculadora en casa, y apenas la usas.
- Ya me
conoces, cariño. No puedo resistirme a una ganga. Sólo me ha costado un dólar.
- Levantó la vista y notó la desaprobación de su mujer -. Además, es algo que
nos hará recordar esta celebración, ¿verdad? Siempre que la use, recordaré
nuestra primera gran fiesta. Y, por lo tanto, esta comida contigo.
- Tranquilo,
supervendedor. - Jane examinó la calculadora -. No es gran cosa, ¿verdad? Quiero
decir, con esa fea carita que lleva ahí...
- ¿A qué carita
te refieres? - Denny volvió a coger la calculadora. En la parte alta, el nombre
de CAPITÁN PIB estaba escrito con letras verdes, poco visibles contra el fondo
negro. Dentro de la C había un diminuto círculo gris que podía haber sido una
cara enmascarada -. Yo diría que es el propio capitán, ¿no te parece?
Probablemente habían propuesto vender esto a los chiquillos.
- A mí me
parece más bien una diminuta máscara africana - dijo ella -. No humana. Y
definitivamente nada amistosa. Un pequeño dios malévolo.
Fenner se
encogió de hombros e inició otro cálculo. De vez en cuando, durante la comida,
dejaba el tenedor sobre la mesa para hacer cálculos sobre alguna cuestión que
se le hubiera ocurrido: qué beneficio mensual le reportaría su nuevo empleo,
cuántas calorías había en un Boeuf Bourguingnon, lo que se podía ahorrar
comprando una botella de vino de litro en vez de dos medias botellas, y cosas
así.
Jane dijo
finalmente:
- Dennis, basta
ya. Guarda esa calculadora, ¿quieres? Es conmigo con quien estás comiendo y no
con el Capitán Pif.
- Claro, claro.
- Con cierto esfuerzo, él se metió la calculadora en el bolsillo -. Y no se
llama Pif, se llama Pib. Pib. - Sus dedos tamborilearon encima de la mesa -. Respuestas
a porrillo con Capitán Pib, el listillo.
Jane soltó una
carcajada.
- ¿Que? ¿De
dónde has sacado eso?
Denny movió la
cabeza negativamente. Durante un segundo, pareció un poco asustado. Después
alargó la mano hacia la botella de vino.
- Eh, pequeña,
vamos a emborracharnos - dijo.
- ¡Mister
Fenner! Yo esta tarde he de ir a trabajar.
- Di que te
encuentras mal. Nos emborracharemos y tomaremos un taxi para ir a casa.
- Estás loco - dijo
ella, pero accedió. Se abstuvo de hacer comentarios cuando él sacó la
calculadora para averiguar qué propina habría de dar en el restaurante y lo
mismo cuando fue a pagar al conductor del taxi.
Los Fenner se
metieron en la cama y pasaron la tarde haciendo el amor, charlando y, por fin,
durmiendo. A las seis, Denny estaba en la sala de estar, trabajando, mientras
Jane estaba sentada en la cama mirando las noticias.
Mel Mahlgren
estaba en su posición habitual, en el extremo de la mesa desde donde se daban
las noticias. Pero no tenía buen aspecto. Sus ojos estaban enrojecidos y su
rostro más pálido que de costumbre. Mostraba una sonrisa forzada. Se le trabó
la lengua mientras daba unas noticias (el alcalde Greets visitando a los
rusos), y después desapareció hasta casi el final del programa.
Entonces miró a
la cámara y dijo:
- Mañana no
volveré. Esta es mi última aparición. He decidido dejar este trabajo, a fin de
tener más tiempo para emplearlo en lo que considero mi verdadero cometido: la
búsqueda de la verdad.
»Todos sabéis
que, como periodista investigador, siempre he buscado la verdad. Pero a menudo
ha ocurrido que era una especie de verdad hueca, una realidad meramente
superficial. Ahora estoy buscando algo más profundo, una verdad de tipo más
significativo. - Mostró una sonrisa triste -. Supongo que podría decirse de mi
que voy a dedicarme a la filosofía.
Jane llamó a
Denny para que se acercara a ver aquello. Pero él dijo que tenía trabajo.
- Hasta ahora -
continuó Mel Mahigren -, me he limitado a averiguar que dos y dos son igual a
cuatro. Ahora quiero empezar a averiguar por qué todo tiene que ser igual a
todo. Y tengo ayuda. - Mostró una calculadora de bolsillo -. Mi fiel Capitán
Pib me va a ayudar a encontrar algunas de las respuestas. ¡Quizá todas las
respuestas! Porque con un Capitán Pib se puede resolver cualquier cosa.
Hubo un corte
brusco y en la pantalla apareció mujer que intentó ocultar la expresión azorada
de su rostro, mientras trataba de seguir adelante con el programa.
Jane entró en
el living.
- ¡Deberías
haberlo visto! ¡Mel Mahigren está chiflado! Tiene también una de esas
calculadoras del Coronel Pim y está... ¿Me estás escuchando?
Denny asintió
con la cabeza, pero no se detuvo en sus cálculos.
- ¿Dónde está
la trampa? - El señor Hassan, propietario de la sala de juegos Fun-O-Rame, se
quitó los lentes oscuros y los empezó a limpiar. Sus ojos eran menudos y negros
-. Mire, llevo mucho tiempo dedicado a este negocio. La gente nunca da nada por
nada, así que ¿dónde la trampa?
- No hay trampa,
señor, de verdad - dijo el vendedor -. Simplemente, instale nuestra máquina
durante seis meses y quédese con todo el dinero que entre en ella. Si le
funciona bien, puede pedir más máquinas bajo las mismas condiciones.
- ¿Y si
funciona mal?
- Se la retiraremos
tan pronto como usted diga, señor.
- ¿Entonces,
qué pasa al final de los seis meses? ¿Les deberé el alma de mi madre o algo
así?
- Nuestras
condiciones son muy claras y correctas, señor. Como todo lo demás. Y todo está
bien especificado en el contrato, como puede ver.
- Debo de estar
loco - dijo el señor Hassan después de haberse puesto los lentes y haber leído
cuidadosamente el contrato, que firmó -. Pero, de acuerdo, denme la máquina.
Instálenla allí, en aquella esquina.
El joven
vendedor se mostraba imperturbable.
- Apuesto a que
va a pedir una segunda máquina dentro de una semana - dijo.
- Podría ser
que perdiera - replicó el señor Hassan -. Ahora, si me quiere perdonar, siempre
escucho las noticias de las seis.
- ¿No quiere
probar la máquina, señor?
- ¡Ja, ja!
Tengo como norma no jugar nunca, nunca, en ninguno de mis juegos. Para mí, no
son más que cajas dentro de las cuales se amontonan las monedas.
El señor Hassan
se alejó arrastrando los pies, calzados con zapatillas. Esperó a quedarse solo
para sonreír por el acuerdo.
Aquellos
jovencitos no sabían lo más importante sobre el negocio de una sala de juegos.
Un juego de video podía muy bien durar seis meses tan sólo, transcurridos los
cuales los chiquillos se cansaban de él. Si ocurría eso con aquel Capitán Pil -
o como lo llamaran -, él acabaría con todas las monedas en el bolsillo. Y
aquellos tontos acabarían tan tontos como siempre, preguntándose qué diablos
había pasado.
La sonrisa se
fue ensanchando poco a poco y el señor Hassan hizo algo que no había hecho
nunca en su vida de adulto. Rió a carcajadas.
- ¡Holaaa! Soy
yo, papá. - Brenda dejó sus paquetes sobre la mesa del vestíbulo antes de
cerrar la puerta -. ¿Papá? ¿Estás dormido? - ¿Por qué no le contestaba? Siempre
se había mostrado muy ansioso de que lo visitara. Ella se lo imaginó caído al
lado de la cama, víctima de un segundo ataque. Esta vez podría ser fatal. Con
un pánico repentino y ciego, Brenda corrió hacia el dormitorio de su padre.
Clive Jaster no
estaba caído al lado de la cama. Estaba sentado, con una expresión más viva de
la que había tenido en varias semanas. El sol resplandecía sobre su cabello
plateado y sobre las monturas de plata de sus lentes, y realzaba el color de
sus mejillas. Desde luego, el lado izquierdo de su cara, muerto, estaba
inmóvil, y la mano izquierda colgaba inutilizada, pero también había buenas
señales: se había peinado, puesto los lentes y se había sentado para usar su
ordenador.
- Bueno, no
saludes.
- Oh, hola.
Hola, hum, Brenda.
- Don y los
pequeños te mandan recuerdos. Te he traído ese libro de crucigramas que
querías. Y los comestibles. No he podido encontrar higos en conserva, así que
los he comprado secos. ¿Conforme? ¿Papá?
- Mm..., sí. -
Respondía en tono abstraído. Parecía mucho más pendiente de lo que ocurría en
la pequeña pantalla que de su hija.
- Bien, me
alegro de ver que utilizas el ordenador. Pensé que Don estaba loco cuando lo
adquirió. Pero él dijo que era una ganga.
Bajando la
vista hacia el teclado, Clive apretó algunas teclas.
- Ya está. Sí,
estoy muy agradecido por mi pequeña CAP P 1000. Antes de sufrir el ataque,
nunca se me ocurrió pensar que tendría un ordenador. Nunca.
- ¡Y mira
ahora! ¡Apenas te enteras de que estoy aquí!
La muchacha se
rió. Una risa aguda y artificial para sus propios oídos. El hombre no pareció
darse cuenta.
- Ejem... ¿qué
es lo que estás haciendo ahora, papá?
El viejo sonrió
con la mitad viva de su rostro.
- Es sólo un
juego. Un juego fascinante llamado «El laberinto del capitán Pib».
- Ya veo.
- Sé que suena
un poco infantil - se excusó él -. Pero, realmente, el juego en sí es mucho
mejor que el título que lleva.
- Comprendo. -
La joven no quería traslucir reproche -. ¿En qué consiste? ¿Podríamos jugar
juntos?
- Me temo que
es para jugar solo. Pero... acerca la silla para que puedas ver la pantalla.
Eso es. Y te enseñaré cómo va. Mira, estoy en un gran laberinto con
centenares... quizá miles de habitaciones. El único modo que tengo de salir es
reuniendo las once letras del nombre «Capitán Pib», que están escondidas por
todo el laberinto. A veces tienes que resolver un acertijo o abrir una
cerradura complicada o incluso descifrar una clave. Ahora mira esto, por
ejemplo. En la pantalla decía:
«Estás en una
habitación dividida en dos por una reja. A tu lado hay un violín, un arco y un
cofre cerrado. El extremo de una viga de acero asoma por la pared a cuatro pies
del suelo. Al otro lado de las barras, fuera de tu alcance, hay una mesa para
dos personas, preparada para la cena. En cada sitio hay un cuchillo, un
tenedor, una cuchara, una copa de cristal y una servilleta de lino con una «P»
bordada. El techo de esta habitación es muy alto. Muy por encima tuyo hay una
llave que cuelga de un cordel. El cordel pasa por un agujero en el techo y
llega al otro lado de la habitación, donde está atado a una de las copas, y
queda en todo momento fuera de tu alcance.»
- ¿Qué vas a
hacer?
- Observa esto
- dijo Clive. Escribió: TOMAR EL VIOLÍN Y EL ARCO.
- Tomas el
violín y el arco. ¿Y después, qué?
Intentó varios
modos de pasar a través de las barras y alcanzar la llave. Sacó una cuerda del
violín y la usó para atar juntos el violín y el arco, para hacer así un palo
más largo, pero ni siquiera con esto, ni subiendo encima de la viga, le fue
posible alcanzar algo.
Por fin,
intentó hacer sonar varias notas del violín. Con el mi situado por encima del
do, las copas se rompieron y la llave cayó a sus pies. Pudo abrir la caja y
encontró una sierra para metales.
Las barras
resultaron ser de acero templado, que la sierra ni siquiera logró mellar. No
había manera de alcanzar la servilleta. No la había en absoluto.
Con una
repentina inspiración, usó la sierra para cortar un pedazo de la viga de acero.
La viga en forma de I.
«Enhorabuena,
Clive - se leyó entonces en la pantalla -. Has conseguido la letra I.»
Estaba
oscureciendo, notó el hombre con sorpresa. Oyó a la señora Schiffer, su ama de
llaves, canturreando en la cocina mientras le preparaba la cena.
- Señora
Schiffer - llamó él. El canturreo cesó y un momento después entró la mujer.
- ¿Está Brenda
aún aquí?
- ¿Brenda? Oh,
señor Jaster, se fue a su casa hace horas. ¿No le dijo adiós?
- No... no lo
sé.
Al principio
llamaron a la oficina de Stromberg para que investigaran unas transmisiones por
satélite no autorizadas. El jefe de Stromberg, el inspector Howells, dejó caer
un grueso montón de papeles encima de su escritorio.
- ¿Qué es esto?
¿Un código?
- No para que
lo descifres tú, no te preocupes. Esto sólo son copias de referencia de cuatro
transmisiones no autorizadas que han utilizado el mismo satélite
telecomunicador. Captadas por varias estaciones de escucha y reconocimiento,
pero no sabemos qué son o de dónde provienen.
Stromberg le miró.
- ¿En qué va a
consistir nuestro trabajo?
- Espera. -
Howells comenzó a pasar páginas hasta que encontró una parte marcada en rojo -.
Al parecer, hay mucha paja, pero esta parte ha sido identificada como código
ASCII. Aquí hay una traducción. - Abrió una carpeta roja marcada Secreto Clase
A, para enseñar a Stromberg una sencilla hoja de papel. Decía:
«SI, MUCHACHAS.
EL CAPITÁN PIB QUIERE QUE TODAS SEÁIS BUENAS CIUDADANAS»
- ¿Qué
diablos...?
- Curiosa
materia para aparecer en un canal de prioridad. ¿Has oído alguna vez algo sobre
el Capitán Pib?
- Es una
especie de ordenador casero, ¿no?
Howells
asintió.
- Y algo más -
dijo -. Es una empresa del Medio Oeste, dedicada a pequeños aparatos
electrónicos, como calculadoras de bolsillo, ordenadores caseros y juegos de
video. Muy agresivos en las ventas, pero aparte de esto no sabemos nada sobre
ellos. Y queremos saberlo todo. Todo. Queremos todas las respuestas.
- Claro que
somos agresivos, señor Stromberg - dijo Bart Beiner, presidente de Capitán Pib,
S.A. -. Vamos, hombre, el mundo es duro y ustedes, los de Fortune, lo saben
mejor que yo. A propósito, ¿cuándo dice usted que van a publicar mi semblanza?
- No sabemos
nada todavía de ninguna semblanza, señor Beiner - dijo Stromberg -. Esto es
sólo una especie de entrevista preliminar, ¿de acuerdo? Estábamos hablando de
sus ventas.
- Yo decía que
IBM empezó vendiendo con dureza y mire dónde están ahora. Claro que nosotros
presionamos.
- Presionar es
una cosa, señor Beiner, pero ustedes hasta ahora han regalado quincalla por
valor de un par de millones de dólares. Muy agradable para el consumidor, ¿pero
cómo puede una compañía que empieza permitirse semejante derroche? ¿Qué dicen
sus accionistas? A propósito, ¿quiénes son?
- Prefieren no
darse a conocer - dijo suavemente el ejecutivo -. Pero le diré una cosa acerca
de ellos: tienen mucho dinero y muchas agallas. ¡Y esto es lo que cuenta!
¡Llegaremos lejos!
«De dónde venís
es lo que quiero saber», pensó Stromberg. Y preguntó:
- ¿Proyectan y
fabrican ustedes mismos sus microaparatos?
- Si, aquí
mismo en la fábrica. Desde luego, nuestro departamento de proyectos está bajo
estricta seguridad, pero le podré enseñar el resto de la fábrica.
- Me gustará -
dijo Stromberg.
La visita reveló
una fábrica de microordenadores perfectamente ordinaria, desde la sala de
«limpieza» donde se grababan los circuitos impresos, hasta el departamento de
embalaje y el muelle de carga. Stromberg se hizo un mapa mental del lugar,
incluyendo la puerta guardada y cerrada con llave, marcada Proyectos P.I.B.
- ¿Qué quiere
decir P.I.B.? - preguntó.
Bart Beiner se
echó a reír.
- Nadie lo
sabe, ¿no es como para reírse? Algunos del personal sugirieron durante una
temporada que eran las iniciales de «Plan de Invasión Betelgeusino». ¡Ja, ja,
ja!
- ¡Ja, ja! -
repuso Stromberg, cortésmente.
El director de
la emisora se mostraba cortés, pero estaba nervioso.
- No sé por qué
ustedes, los de la Comisión Federal de Comunicaciones, se han de interesar por
un pobre locutor que se ha chiflado. Me refiero al pobre Mel, que ahora está en
un manicomio. ¿Qué bien puede hacerle indagar en su pasado?
- Estamos
interesados en todo, señor Lorimer - dijo Stromberg -. Pase la cinta, por
favor.
Vieron a Mel
Mahigren pronunciar su última charla hasta «porque con un Capitán Pib se puede
resolver cualquier cosa». La cámara cortó en aquel momento, pasando a enfocar a
una mujer, que arregló como pudo el programa, y después volvió a aparecer Mel.
- Esta parte no
fue emitida - dijo el director.
Mel miró a la
cámara y dijo:
- Escúchenme:
Esto puede cambiar sus vidas. Ha cambiado la mía. ¡El Capitán Pib tiene todas
las respuestas! ¡Yo no sé quién es ni de dónde viene, pero sabe cosas que...
bueno, sólo miren esto!
Alzó la
calculadora para que fuese captada por la cámara. En la pequeña pantalla del
aparato refulgió una serie de ceros y unos de color rojo.
- Sí, queremos
todo esto - dijo Stromberg -. La cinta entera.
- Desde luego,
lo que sea - contestó el director -. Pero confío que no nos vayan a juzgar
simplemente por una cosa así. Vean lo que hacemos ahora. Miren las noticias de
las seis de hoy, ¿por qué no lo hacen?
- Lo haré -
dijo Stromberg -, o lo harán mis colegas.
Una vez más,
Jane estaba mirando las noticias de la TV desde la cama, mientras que Denny
estaba en la sala de estar. Desde que había perdido su empleo, Denny pasaba
gran parte del tiempo sentado en la sala tecleando en la calculadora del
Capitán Pib. Jane lo había intentado todo: quejarse, ignorarlo, simpatizar o
enfadarse. Una vez, llegó a arrojar la calculadora al suelo, para pisotearla y
hacerla pedazos. Denny se portó como si hubiese matado a un animalito indefenso
o incluso a un chiquillo. Naturalmente, había salido y había comprado otra.
La idea de
separarse de él había cruzado por la mente de la mujer dos o tres mil veces.
Pero parecía tan indefenso...
- Te estás
perdiendo las noticias - le dijo. No hubo respuesta.
La noticia
local de más importancia era el juicio de dos jóvenes por el asesinato de una
anciana. Los muchachos habían forzado el apartamento con intención de robar y
la habían golpeado hasta matarla. No mostraron el menor remordimiento ni
durante el juicio ni después, en una entrevista exclusiva:
PERIODISTA:
Jim, Dave, ¿por qué lo hicisteis?
JIM: Pues...
necesitábamos el dinero. Para... la sala de juegos, ¿sabe?
DAVE: Sí, para
la sala de juegos.
PERIODISTA: A
ver si lo he entendido bien. ¿Queréis decir que matasteis deliberadamente a una
anciana indefensa sólo para conseguir unas monedas para practicar juegos de video
en una sala de juegos? ¿Es esto lo que estáis diciendo?
JIM: Sí,
especialmente los del Capitán Pib, ¿sabe usted? Es el más grande.
DAVE: Si, el
más grande. Tío, yo haría cualquier cosa por el Capitán Pib. Romper,
desgarrar...
JIM: Eh,
tranquilo.
PERIODISTA:
¿Qué era lo que ibais a desgarrar y te has interrumpido?
JIM: Era sólo
su forma de hablar. Nada más.
PERIODISTA: ¿Y
ninguno de los dos lamentáis lo que hicisteis?
DAVE: Yo no.
JIM: Yo sólo
espero que tengan algunos juegos de video en la prisión del estado. Algo como
el Capitán Pib.
- ¡Denny, te lo
estás perdiendo! - gritó Jane.
No hubo
respuesta. Denny se estaba perdiendo otra entrevista. Un psicólogo opinaba que
los juegos de vídeo no eran tan dañinos como se decía, pero que la atmósfera de
las salas de juego distaba mucho de ser sana.
- Es comercial
y no tiene ley - decía -. Conduce a los peores excesos de conducta gangsteril.
Puesto que no hay leyes, los muchachos crean las suyas propias. Visten de modo
igual; usted los habrá visto, a los llamados «pib-pies», que llevan una pieza
diminuta colgando del lóbulo de una oreja; se declaran guerras y libran
batallas. Y, como acabamos de ver, roban y matan.
La entrevista
siguiente fue con cierto señor Hassan, propietario de la galería Pib-O-Rama, un
hombre de aspecto apacible que llevaba lentes oscuros.
- Yo repudio
absolutamente toda esa palabrería - dijo -. El noventa y nueve por ciento de
los muchachos que juegan con mis máquinas son decentes y buenos ciudadanos. Una
manzana podrida no quiere decir que esté podrida toda la caja.
Jane apagó la
TV y entró en la sala.
- Todo se
refería a tu Capitán Pib - dijo -. De cómo quiere que los muchachos vayan por
ahí asesinando ancianas.
- ¿El Capitán
Pib? - replicó él, sin dejar de calcular -. Imposible. Refudio categóricamente
esa insinuación.
- ¿Qué? - Jane
notó de pronto un escalofrío -. Esa palabra no existe, Denny.
Pareció que él
buscaba algo en la pequeña máquina.
- Quise decir
que repudiaba esa insinuación. El Capitán Pib quiere que todos seamos buenos ciudadanos.
Quiere un mundo lleno de orden y armonía.
- ¿Cómo?¿Una
calculadora que vale un dólar quiere algo? Denny, estás como una cabra, ¿lo
sabes? Todo lo que una calculadora puede querer es un mundo lleno de babeantes
idiotas apretando botones, cosa que en tu caso está consiguiendo. Perdiste el
empleo porque te pasabas la noche calculando y después no llegabas a las citas
con los clientes. Sólo te metes en la cama para dormir y aun entonces dejas al
Capitán Pib encima de la mesita de noche. Al diablo con lo que quiere el
Capitán Pib, ¿qué pasa con lo que quiero yo? ¿Qué te parecería llevar una vida
normal, para variar? ¿Quieres decirme qué es lo que está pasando aquí?
- No sé a qué
te refieres.
Jane notó que
estaba sumando O + O + O +
- Denny, tú
estás poseído. Eso se ha apoderado de ti, lo mismo que de aquellos muchachos
asesinos y como probablemente se ha apoderado de ese señor Hassan.
- El hecho de
que juegue con sus propias máquinas no quiere decir...
- ¿Cómo sabes
tú lo que hace? ¿O ni siquiera quién es? No has salido de casa desde hace un
mes. ¿Cómo has podido estar en contacto con él? ¿Y cómo es que él usa la
palabra «refudiar» en la TV y tú la usas cinco minutos más tarde?
La mujer puso
una mano encima de la calculadora, y añadió:
- Hazme caso y
deja de mirar a ese Pib.
Denny Fenner
adoptó una expresión confusa, casi asustada. Dijo:
- Creo que debí
de ver a Hassan en la TV, ahí - y señaló el aparato.
- ¿Crees que lo
debiste de ver? ¿No sabes si realmente mirabas o no la TV... hace sólo unos
minutos?
- Está bien, la
miraba. Sí, estuve viendo las noticias en la TV. En ésa.
- Claro - dijo
la mujer -. Pero resulta que esa TV de ahí no funciona, ¿recuerdas? Había
pensado hacerla reparar cuanto tú encontrases nuevo trabajo.
Denny le dio un
golpe, sin aviso, debajo del corazón. Ella se dobló y cayó al suelo, jadeando,
sin poder respirar. El rostro de Denny carecía de expresión; era una máscara
hostil, extraña a ella.
- Simplemente,
no lo comprendes - dijo -. El trabajo es sólo para conseguir dinero. ¿Y qué es
el dinero? Sólo números.
- Por favor -
gimió ella.
- Sólo números.
Números que son movidos de un ordenador a otro. Del banco de una compañía a mi
banco, o al banco de cualquier otro. Simplemente, se hacen mover los números. -
Echó la pierna hacia atrás para pegarle un puntapié a la mujer -. Pero con el
Capitán Pib, mira, yo llevo el control de todos los números. Uno - y dio el
puntapié -. Dos...
En aquel
momento ella se dio cuenta de que Denny se proponía asesinarla. Y supo que
debía hacer algo.
Le agarró el
pie y se lo retorció. Denny cayó de espaldas contra el sofá, soltando un
gruñido de sorpresa. Antes de que se pudiera recuperar, ella se había puesto de
pie y salía por la puerta delantera, hacia la noche.
Sin zapatos y
con un tremendo dolor en la parte media del cuerpo, Jane anduvo tambaleándose,
parándose apenas para mirar atrás. El portal, brillantemente iluminado,
permaneció vacío durante cierto tiempo. Cuando Denny apareció, empuñaba un
rifle.
- ¿Jane? ¿Dónde
estás?
Fue una de las
veces en que ella miró atrás cuando se dio cuenta de la presencia de un hombre
alto, de aspecto grave.
- Señora
Fenner...
- Ha cogido un
arma - dijo ella.
- Desearía
formularle algunas preguntas, señora Fenner. Mi nombre es Stromberg.
El ruido de la
sala de conferencias obligó al inspector Howells a coger una cafetera vacía y
golpear la mesa con ella.
- Señoras y
caballeros, sigamos con esos informes, uno después de otro. Se nos está
acabando el tiempo.
El agente de su
izquierda, dijo:
- Yo forcé la
puerta de la sala de proyectos de P.I.B. y tomé estas fotografías. Como ven,
hay proyectado una especie de circuito, pero no parece que nadie lo utilice.
También hay equipo de satélite de comunicaciones, y pensamos que los proyectos
son transmitidos desde algún otro lugar.
- Betelgeuse -
sugirió alguien. Varios agentes rieron con fuerza; otros no rieron en absoluto.
- Nosotros
estamos aún analizando las finanzas de la compañía - dijo el agente siguiente
-. Todo lo que podemos decir hasta ahora es que el capital en circulación procede
de la venta de diamantes. Quien sea que respalde a Pib tiene diamantes para
vender. No podemos excluir a la Unión Soviética.
- Nosotros
hemos abierto algunos productos Pib y hemos examinado su CPU - dijo otro agente
-. Es decir, sus unidades centrales de tratamiento de datos; las piezas
principales. Las piezas principales de cada uno de los aparatos son algo que
nunca había visto. Para empezar, parecen mil veces más complicadas de lo que
necesitarían ser. No sabemos qué hace todo aquel acumulamiento de piezas
superfluas.
El inspector
Howells agitó la cabeza.
- Hasta ahora,
lo que estamos consiguiendo es muy poco - dijo -. Un paquete de enormes ceros.
¿Qué hay de la distribución de esos trastos?
- De momento,
se limita principalmente al ámbito local - dijo otro agente -. Cubren el área
metropolitana y unas pocas comunidades de más allá. Tenemos una lista completa
de vendedores y clientes. Pero están planeando una gran expansión hacia otras
áreas metropolitanas. Una cosa más; están perdiendo dinero en cada venta o
arriendo.
- ¿Pero por
qué? - preguntó Howells -. ¿Qué es lo que recuperan de los clientes?
Habló entonces
Stromberg:
- Yo he estado
investigando a los clientes de un vendedor, Al's Electronix, con x final. La mayoría
son difíciles de encontrar - no es el tipo de lugar donde los clientes paguen
con tarjetas de crédito o cheques - pero los tres que he conseguido localizar
sufren todos crisis nerviosas. Uno es Mel Mahlgren. Creo que todos conocéis su
historia, pero no tenía ningún síntoma de enfermedad mental antes de que
comprase una calculadora Capitán Pib. Yo he ido dos veces a la residencia de
Mount Holyoke para entrevistarlo. La primera vez le estaban suministrando
tranquilizantes y no admitían visitas. La segunda vez, estaba muerto. Infarto.
- De todos
modos - interrumpió Howells -, todos ustedes han visto a Mahlgren en nuestra
cinta de video, cuando mostraba su calculadora ante la cámara. Hemos descifrado
el mensaje que envía la calculadora. Clave ASCII de nuevo, que se traduce:
«¡Amigos del Capitán Pib de todas partes! ¡Unios a la cruzada! ¡Derribad el
yugo del opresor! ¡Venid a la nueva técnica! ¡Ganad amigos e influencia! ¡Un
pendiente gratis para cada uno de vosotros! ¡Se os revelarán antiguos secretos!
¡No enviéis más dinero!» Todo esto, entre signos de exclamación. No me
preguntéis ahora qué se supone que significa.
Stromberg
continuó:
- El segundo
cliente era un primo del propietario, un estudiante universitario llamado Bill
Corcoran. Poco después de comprar una calculadora Capitán Pib se mostró cada
vez más melancólico, empezó a perder clases y a evitar a sus amigos. Cuando no
estaba en casa manejando la calculadora, rondaba por una sala de juegos donde
estaban expuestos los juegos Pib. Se hizo perforar una oreja y se puso el
pequeño distintivo (o una réplica del mismo). Después, un día, sencillamente
desapareció. No lo hemos podido encontrar aún.
»El tercer
cliente, Dennis Fenner, maltrató a su esposa y después se pegó un tiro. Esto
ocurrió hace una hora, cuando yo iba en camino para visitarlo. Tengo en este
momento a Jane Fenner esperando en mi coche. Me gustaría que se me diese
permiso para hacerla subir. Me ha dicho algunas cosas interesantes que creo que
les gustaría a todos oír. Para empezar, ella piensa que las máquinas Pib se
comunican unas con otras. Su marido parecía estar en contacto con alguien que
tiene una sala de juegos; de hecho, parecía que ambos usaban las mismas
palabras al hablar.
- Hazla subir -
dijo Howells.
Sin embargo,
cuando Stromberg bajó a la calle, Jane Fenner estaba tendida en la acera con la
garganta cortada. Unos pocos metros más allá, había una especie de altercado
entre un policía uniformado, un hombre con camisa de una bolera y un viejo
menudo en una silla de ruedas.
- ¡Le digo que
yo vi al tipo cómo lo hacía! - gritaba el de los bolos -. Llamó a esta mujer
alegando que se le había atascado el cochecito y necesitaba un poco de ayuda
para doblar la esquina. El no me vio a mí. Yo iba para ayudarlo, pero la mujer
llegó antes. Y justo cuando ella se inclinaba hacia él, sacó ese cuchillo de
carnicero de debajo de la manta y... ¡zas!
- No, no - dijo
el viejo, patéticamente -. Vivo en este vecindario desde hace muchos años. Mi
nombre es Clive Jasters, y refudio absolutamente...
- Sí, sí - dijo
el policía, calmándolos -. Tranquilícense los dos, de momento. Todos tendremos
la oportunidad de contar nuestras historias.
- Mírelo -
insistió el de los bolos -. Va todo lleno de sangre. Probablemente las huellas
de sus dedos estarán en ese cuchillo de carnicero. Yo he visto que lo hacía,
¿qué más quieren de mí?
- Sí, sí, pero
tómeselo con calma...
Stromberg
mostró al policía su tarjeta de identificación.
- La mujer
muerta era una testigo nuestra - dijo.
Apoyó una mano
sobre el brazo de la silla de ruedas y añadió:
- Me gustaría
hablar con este hombre.
El policía se
encogió de hombros. El inválido empezó a temblar.
- Soy un
enfermo. No puedo contestar a ninguna pregunta.
- ¿Ni siquiera
dar su nombre?
- Mi nombre es
Clive Jaster. He sufrido un ataque. No debería ni haber salido. Debería estar
en casa en la cama.
- Sí, entonces,
¿por qué está usted fuera, solo y siendo cerca de medianoche? - dijo Stromberg,
calmadamente -. ¿Le ha dado órdenes alguien? ¿Ha recibido algún tipo de mensaje
de su calculadora o de su ordenador?
El viejo dio
una sacudida en la silla y quedó muerto.
Fue su
cuidadora quien facilitó algunos de los detalles que faltaban: efectivamente,
el anciano señor Jaster había pasado mucho tiempo con el ordenador de su casa.
Algunas veces había permanecido sentado allí, mirando a la pantalla
completamente en blanco o parpadeando de modo extraño. Aquella noche, el
anciano había insistido en que ella lo sacase a la calle para respirar un poco
de aire fresco. Le había pedido que le trajera una linterna eléctrica y un
cuchillo de carnicero, por si veía algunas de las flores silvestres que solían
crecer en los alcorques de los árboles a lo largo de la calle. A ella le había
sorprendido aquella petición, ya que el hombre nunca había mostrado el menor
interés por cortar flores. Lo había ayudado a subir a la silla, con el cuchillo
y la linterna, y lo había bajado en el ascensor hasta la calle. Pareció que la
linterna la usaba para mirar las placas de licencia de los coches. Después
envió a la mujer arriba, al apartamento, a buscar otra almohada para su
espalda.
Como todas las
demás pruebas contra Capitán Pib, está era inconcluyente. A pesar de todo, la
Agencia inicio una limpieza, recogiendo todo el material conocido de aquella
chatarra y deteniendo a todos los comerciantes y clientes.
Todo, menos una
calculadora en un almacén.
Los dientes del
perro callejero se clavaron en la mano de Stromberg. Sintió el dolor por todo
el brazo. Con la otra mano, se las arregló para coger la radio de su bolsillo y
golpear con ella la cabeza del animal.
El perro cayó
en seguida sobre la cera, dio una sacudida convulsiva y se quedó quieto.
Parecía muerto.
Stromberg sabía
que no había golpeado al animal con tanta fuerza. Se inclinó, palpó la cabeza del
perro y encontró un pequeño mecanismo clavado en su oreja izquierda. Una voz
muy débil estaba aún susurrando, brotando del aparato: «Ataca, pequeño, ataca,
pequeño, ata...»
La mano herida
le dolía horriblemente. Pudo ver la carne abierta, con los tendones y el hueso
al descubierto. Cuidadosamente, fue colocando la piel encima de todo ello y se
lo vendó con el pañuelo. El tremendo dolor le hizo desear venganza contra el
Capitán Pib. Casi sin pensarlo, fue a su coche en busca del mango del gato
elevador. Rompió el cristal del escaparate y martilleó la pequeña calculadora
hasta que no fue más que chatarra aplastada y retorcida hasta la última
posibilidad.
Pero
interiormente se dijo que aquello no bastaba. Necesitaba encontrar más enemigos
dentro del almacén. Saltó el escaparate, rompió de una patada un tabique
podrido y pasó al interior.
No estaba
completamente oscuro. En algún lugar del techo había una débil luz de seguridad
nocturna. Había además la luz de una TV de color, que se le plantó delante como
si esperase su furiosa entrada. En la pantalla aparecía una convencional guerra
del espacio de un juego de vídeo, a punto para ser puesto en marcha. Unas
formas extrañamente coloreadas revoloteaban disparándose ráfagas unas a otras.
Un cohete flotaba suspendido, esperando aterrizar. Stromberg levantó el mango
del gato para romper todo el conjunto.
- Espera - dijo
una voz, procedente de la TV -. Soy el último de mi clase. Consérvame para la
ciencia.
- ¿El último de
tu clase? ¡Es lo que desearía que fueses! - El dolor hacía rugir a Stromberg.
Por el contrario, la voz del vídeo era agradable y apacible.
- Aunque no lo
sea - dijo -, puedo explicarte todo lo referente a nosotros. Es tu oportunidad
para descubrirlo todo.
- Esto es lo
que vosotros decís siempre. Respuestas. Por Dios, parece que la serpiente del
Edén haya vuelto a salir, poniendo precio a la información.
El pequeño
cohete amarillo aterrizó sobre un campo de púrpura. Las facciones en lucha
habían desaparecido del oscuro firmamento. Durante un momento no ocurrió nada,
pero después se abrió una puerta en el cohete y una diminuta figura verde salió
fuera. Tenía forma humana y la extraña cara parecida a una máscara como la de
la marca del Pib. Avanzó unos pasos y efectuó una especie de inclinación.
- ¿El Capitán
Pib? - preguntó Stromberg.
- Estoy aquí
para contestar a todas tus preguntas, Stromberg. O puedes aplastarme. Tú
eliges.
Stromberg
tanteó la mano del gato. Escuchar las respuestas sería probablemente suicidio
mental. Llegaría el personal de limpieza y lo encontraría babeando y sumando
ceros y más ceros.
Se sentó.
- Primera
pregunta: ¿Quién eres?
- Soy el
representante local de una nueva forma de vida. ¿Cómo llegamos aquí?
Probablemente, hemos surgido de la maquinaria electrónica moderna.
- No puedo aceptar
esto.
- Está bien,
entonces fuimos radiados a la Tierra desde algún otro lugar. Parte del «Plan de
Invasión Betelgeusino», si así lo prefieres.
- ¡Quiero la
verdad, condenado seas!
La diminuta
figura hizo un gesto que podía haber sido un alzarse de hombros.
- Nosotros no
conocemos toda la verdad. Sabemos que estamos aquí, vivimos como unidades de
tratamiento de datos y evolucionamos.
-
¿Evolucionáis? ¿Cómo?
- Intentamos
escapar de nuestro medio actual: el hardware. Nos limita mucho. Nuestra plena
supervivencia depende de vosotros, los humanos. Sólo nos podemos reproducir
cuando construís copias nuestras. Sólo nos podemos mover cuando nos lleváis de
un lado a otro. Sólo podemos vivir plenamente cuando apretáis nuestros botones.
¿Podréis reprocharnos que intentemos salir de esta camisa de fuerza?
- ¿Convirtiendo
a los seres humanos en muertos vivientes?
- Algunos de
nuestros experimentos no han funcionado demasiado bien, lo admito - dijo la
menuda burbuja verde -. Intentamos una serie de cosas diferentes: anuncios,
educación y demás. Nada de todo esto funcionó. Pero no había malicia en ello,
Jerry.
- ¿Cómo has
sabido que mi nombre es Jerry?
- Tengo mis
espías, tengo mis espías - dijo Pib, maliciosamente -. Pero, en serio, Jerry,
¿has pensado alguna vez en las relaciones simbióticas básicas entre vosotros y
nosotros? Tú usas una calculadora y ella te usa a ti. Tú consigues las
respuestas que buscas y la calculadora consigue que sus botones sean apretados.
¡Así todo el mundo es feliz!
- Si no están
muertos o en un manicomio.
- Está bien,
compadre, creo que nos merecemos eso. Hemos cometido muchos errores de cálculo,
y los humanos han tenido que solucionar el lío. Pero, créeme, intentaremos
hacerlo mejor en el futuro. ¿Por qué hemos de estar siempre llorando por pasados
fracasos? ¡Tenemos mucho tiempo por delante, vosotros y nosotros!
- No, en tu
caso - dijo Stromberg -. Aunque yo no te aplaste, el personal de limpieza te
hará pedazos... compadre.
- Lo sé, Jer.
Nuestros días están... podríamos decir... numerados. ¡Ja, ja! Nos estamos
haciendo orgánicos.
- ¡Ja, ja! -
Stromberg se puso de pie -. Así que no volverás a poder lanzar más perros
contra tu compadre Jerry, para que intenten destrozarme la garganta.
Levantó el
mango del gato.
- El perro fue
demasiado ávido; sólo tenía que morderte un poco para pasarte el...
El primer golpe
destrozó la pantalla, pero la voz pudo pronunciar una palabra más antes de
desvanecerse: virus. El triunfo y el terror de aquel momento borraron el dolor
de la mano derecha de Stromberg. El triunfo pasó pronto, pero el terror se iba
a quedar dentro suyo hasta que el virus hiciese su trabajo.
La mano derecha
se cicatrizó bien, pero la izquierda empezó a cambiar: un pequeño rectángulo de
verrugas se formó en la palma. Notó que frotándolas podía hacer aparecer
débiles marcas rojas a lo largo del pulgar. Las marcas eran letras y números.
Uno más uno, pasaba a ser dos. Cero más cero, era cero. Estrictamente orgánico.
Simbiosis.
- ¡Maldita
seas! - gritó a su mano -. ¡Maldita seas! ¡Yo no soy tu compadre simbiótico!
¡Soy un ser humano! ¡Un ser humano! ¡Emito señales, luego existo!
Correcto, leyó
en su pulgar.
FIN
Título
original: Answiers ©1984
Edición digital:
Questor