DE IMPOSSIBILITATE VITAE
DE IMPOSSIBILITATE PROGNOSCENDI
Cezar Kouska
(Statni Nakladatalstvi N. Lit, Praga)
El autor, llamado Cezar Kouska en la portada, firma el prefacio de su libro con el nombre de Benedykt Kouska. ¿Un error de imprenta, un descuido del corrector, o un acto de pérfida intención? Yo, personalmente, prefiero el nombre de Benedykt, y opto, pues, por este último. Debo al profesor B. Kouska las más agradables horas de lectura de mi vida, pasadas en la lectura de su libro. El autor nos presenta en él unas ideas en total desacuerdo con la ortodoxia científica y, sin embargo, en absoluto vesánicas; el asunto se halla a mitad de camino entre la ciencia y la locura, en una zona de transición donde no hay ni día ni noche y donde la razón afloja la cuerda de la lógica, pero no hasta el punto de incurrir en el balbuceo.
El profesor Kouska propone en su obra la siguiente relación de exclusión: o la teoría probabilística, base de las ciencias naturales, es esencialmente falsa, o no existe el mundo de los seres vivos, con el hombre a la cabeza. Más tarde, en el segundo tomo, el profesor sostiene que la prognóstica, es decir, la futurología, ha de ser una realidad y no una ilusión insustancial, debe excluir de su disciplina el cálculo de probabilidades y sustituirlo por un cómputo muy diferente, o sea, citando la definición de Kouska: «Una teoría basada en axiomas antípodas y alusiva a la distribución de conjuntos de facticidad extranormal con el continuum espaciotemporal de los fenómenos de orden superior». (La cita sirve al mismo tiempo para mostrar que la lectura de la obra, en sus fragmentos teóricos, no carece de ciertas dificultades).
Benedykt Kouska empieza por revelar que la teoría de la probabilidad empírica está resquebrajada en su misma base. Nos servimos de ese concepto cuando no sabemos una cosa con certeza. Nuestra inseguridad puede ser puramente subjetiva (yo no sé, pero tal vez lo sepa otra persona), u objetiva (nadie lo sabe y nadie puede saberlo). La probabilidad subjetiva es la brújula de la información defectuosa; si no sé qué caballo llegará primero a la meta y trato de adivinarlo guiándome simplemente por el número de ellos (si son cuatro, cada uno tiene una probabilidad entre cuatro de ganar la carrera), me comporto como un ciego en una habitación llena de muebles.. La probabilidad es como el bastón con el cual el ciego busca su camino. Si viera, no necesitaría bastón, y si supiera qué caballo es el más rápido, no necesitaría la probabilística. Como se sabe, la discusión acerca de la subjetividad u objetividad de la probabilidad divide el mundo de la ciencia en dos campos: unos afirman que existen dos clases, tal como acabamos de mencionar; otros, que sólo existe la subjetiva, ya que sea cual fuere el acontecimiento, somos nosotros los que carecemos de información acerca de él. Unos sitúan, pues, la inseguridad delos fenómenos venideros dentro de nuestro conocimiento de ellos; otros, en los fenómenos mismos.
Lo que acontece, si es que acontece de veras, acontece: ésta es la afirmación magistral del profesor Kouska. La probabilidad se presenta tan sólo allí donde un acontecimiento no ha ocurrido todavía. Así habla la ciencia. Pero todos comprenden que incidentes tales como el choque en el aire de las balas de dos duelistas, romperse un diente comiendo pescado, al morder un anillo que uno había perdido en el mar hace seis años y que el pez había tragado, o bien la ejecución al compás de 3/4 de la sonatina en si menor de Tchaikovski por la metralla de una granada que estallara e un almacén de enseres de cocina, acertando a dar en ollas y cazuelas de distintos tamaños justo como la obra lo exige, que tales incidentes, repito, si acontecieran, pertenecerían a una clase de fenómenos extraordinarios improbables. La ciencia les da el nombre de hechos que se presentan con muy poca frecuencia en los conjuntos de incidentes a que pertenecen. En este caso, en el conjunto de duelos, en el de comer pescado encontrando en él objetos perdidos, y en el conjunto de salvas de artillería contra almacenes de enseres domésticos.
Pero la ciencia —dice el profesor Kouska— nos cuenta cuentos chinos, ya que hablar de esos conjuntos es hablar de una ficción. La teoría de las probabilidades nos dice cuánto durará la espera de un hecho cuya probabilidad es definida, aunque singularmente pequeña, es decir, cuántas veces habría que repetir los duelos, la pérdida de anillos y los tiroteos contra las cazuelas, para que sucedieran los extraños acontecimientos que acabamos de describir. Al hacerlo, comete una tontería cabal; según la teoría, para que una cosa muy improbable suceda no es necesario que el conjunto al cual pertenece constituya una serie continua. Si echo al aire diez monedas a la vez, sabiendo que la probabilidad de obtener de un golpe diez caras o diez cruces es apenas la de 1:1.024, y quiero aumentarla a la de 1:1, no tengo por qué tirar mis diez monedas al menos 1.024 veces seguidas. Siempre puedo decir que el juego forma parte de un experimento compuesto por todos los lanzamientos de diez monedas que se habían efectuado. Puesto que ese modo de lanzar monedas debe de haberse repetido innúmeras veces durante los últimos 5.000 años de la historia del mundo, debería esperar, de hecho, que mis diez monedas cayeran en seguida todas de cara o todas de cruz. Sin embargo, dice le profesor Kouska, ¡intenten basar ustedes sus esperanzas en esta clase de razonamiento! Bajo el punto de vista científico la cosa es correcta, ya que el hecho de tirar las monedas en una serie continua, o bien interrumpir el juego para comer un bocadillo o tomarse un trago en el bar, así como el de que sea un a misma persona la que tira, o que lo haga cada vez una distinta, y no el mismo día, sino cada semana o cada año, no tiene la menor importancia ni influencia sobre la proporción del las probabilidades. Tampoco es esencial que los jugadores fueran unos fenicios sentados sobre pieles de oveja, griegos después de haber quemado Troya, rufianes romanos de la época del Imperio, galos, germanos, ostrogodos, tártaros, turcos mientras conducían a unos esclavos a Estambul,, mercaderes de alfombras en Galata, los que traficaban con los muchachos de la Cruzada de los Niños, Ricardo Corazón de León, Robespierre y varias decenas de miles de otros aficionados a los juegos de azar. Por tanto, tenemos derecho a juzgar que el conjunto es extremadamente numeroso, y, por consiguiente, enormes nuestras probabilidades de obtener 10 caras o 10 cruces a la vez. ¡Prueben a tirar, dice el profesor Kouska, agarrando a un sabio físico u otro probabilista por el codo para que no huya, ya que a esta gente no les gusta que se demuestre la falsedad de su método! ¡Prueben y ya verán el resultado!
El profesor Kouska emprende a continuación un amplio experimento intelectual, basado no en fenómenos hipotéticos, sino en una parte de su propia biografía. Repitamos tras él, de una forma abreviada, los fragmentos más interesantes de su análisis.
Durante la primera guerra mundial, un médico militar echó del quirófano a una enfermera que había entrado por equivocación en la sala mientras él estaba operando. Si la enfermera hubiera conocido mejor el hospital, no hubiese confundido la puerta de la sala de operaciones con la de curas, y si no hubiera entrado en el quirófano, el cirujano no la hubiese echado; si no la hubiese echado, su jefe, el médico coronel, no le hubiese llamado la atención acerca de la incorrección de su conducta ante una dama (se trataba de una enfermera aficionada, una señorita de alta categoría social). Si no le hubieran llamado la atención, el joven cirujano no se hubiera visto en la obligación de pedir perdón a la enfermera, no la habría llevado a un café, no se habría enamorado y no se habría casado con ella. En consecuencia, el profesor Benedykt Kouska no hubiese venido al mundo como hijo de esa pareja.
De lo arriba expuesto podría decirse que la existencia del profesor Benedykt Kouska (como recién nacido, no como titular de la cátedra de filosofía analítica) había sido determinada por la probabilidad de la equivocación de una enfermera en tal año, mes, día y hora. No obstante, no es así. El joven cirujano Kouska no tenía prevista ninguna operación para aquel día, pero su colega, el doctor Popichal, al llevar a su tía la ropa de la lavandería, entro en la casa cuando la luz de la escalera no funcionaba por haberse quemado un fusible, cayó de tres peldaños y se torsión un tobillo, de modo que Kouska tuvo que sustituirle en el quirófano. Si el fusible no se hubiera quemado, Popichal no se hubiera torcido el tobillo, hubiese operado él y no Kouska y, como era un hombre conocido por la exquisitez de sus modales, no hubiese empleado palabras fuertes para echar a la enfermera de la sala. Puesto que no la hubiera ofendido, no hubiese tenido motivo para citarse con ella en un café. Por otra parte, con cita o sin ella, podemos estar bien seguros de que de la unión virtual de Popichal con la enfermera no hubiera nacido Benedykt Kouska, sino, eventualmente, alguien completamente distinto, de cuyas probabilidades de venir al mundo el profesor no se ocupa.
Los profesionales de la estadística, conscientes de las complicaciones del estado de cosas en nuestro mundo, suelen evitar los debates respecto a la probabilidad de fenómenos tales como el nacimiento de una persona. Dicen, por decir algo, que en estos casos se trata de la coincidencia de una gran cantidad de cadenas pluricausales, y que, por tanto, aun estando determinado en principio, in abstracto, el punto en el tiempo y el espacio en el cual un óvulo dado se fusiona con el espermatozoide correspondiente in concreto no disponemos de una ciencia lo bastante poderosa y universal como para poder formar una prognosis certera en cuanto a la probabilidad de nacimiento de un individuo X con características Y; es decir, para determinar durante cuánto tiempo deben multiplicarse los hombres para que sea totalmente segura la venida al mundo de un individuo de características Y. Sin embargo, dicen, esta imposibilidad es puramente técnica, no esencial, ya que deriva de la dificultad de reunir las informaciones y no de la inexistencia de las mismas. El profesor Kouska se propone desenmascarar y refutar las mentiras de los estadísticos.
Ya hemos visto que el fenómeno del nacimiento del profesor no se reduce exclusivamente al alternativa «puerta correcta-puerta incorrecta». No se puede calcular en base a una coincidencia, sino a varias: la de haberse empelado la enfermera precisamente en aquel hospital y no en otro; la de su sonrisa, parecida en la sonrisa de su cofia a la de Monna Lisa; también la del asesino del archiduque Fernando en Sarajevo. Si no le hubieran pegado un tiro la guerra no hubiese estallado; si ni hubiese estallado la guerra, aquella señorita no se hubiese convertido en enfermera. Y, como ella era de Oromouc y el cirujano de Moravska Ostrava, probablemente no se hubieran encontrado nunca, ni en el hospital ni en ninguna parte. Por consiguiente, hay que tomar en consideración la teoría general balística de los disparos a archiduques; pero, puesto que el acierto del tiro dependía de los movimientos del coche de la víctima, no estaría de más contar también con la cinética de los modelos de coche del año 1914, así como con la psicología de los agresores. Hay quien no hubiera disparado en el lugar de aquel servio y, aunque disparase, tal vez no hubiese acertado el tiro si las manos le hubieran temblado de nervios. De modo que el pulso firme del servio, su buena vista y su falta de nerviosismo tuvieron también su influencia en la distribución de probabilidades del nacimiento del profesor Kouska. Tampoco se puede hacer caso omiso de la situación política general de Europa en el verano de 1914.
Por otra parte, la boda no tuvo lugar ni aquel año ni en 1915, cuando la joven pareja tuvo ocasión de conocerse mejor, ya que el cirujano había sido enviado a la plaza fuerte de Przemysl. De allí debía trasladarse más tarde de Lvov, donde vivía la joven Marinka, a quien los padres del médico habían escogido como futura esposa de éste a causa de los intereses comunes de las dos familias. A consecuencia, empero, de la ofensiva de Samsonov y de los movimientos del ala sur del ejército ruso, Przemysl fue sitiada y pronto, cuando la plaza fuerte fue tomada, el cirujano en vez de reunirse con su novia, cayó cautivo de los rusos. En cualquier caso, se acordaba mucho más de la enfermera que de su novia, porque la primera, además de ser guapa, cantaba la canción «Amado mío, duerme en un lecho de flores» mucho mejor que la segunda. Marinka no tenía bonita voz, porque un pólipo en una cuerda vocal le produce ronquera. Debía someterse a una operación del pólipo en el año 1914, pero el otorrinolaringólogo que iba a intervenirla perdió mucho dinero en el casino de Lvov y, como no podía pagar la deuda de honor (era un oficial del ejército), en vez de pegarse un tiro robó la caja del regimiento y huyó a Italia Ese incidente hizo perder a Marinka toda ilusión respecto a los otorrinolaringólogos. Antes de que se decidiera a buscar otro contrajo su compromiso matrimonial; estando prometida, tenía la obligación de cantar «Amado mío, duerme en un lecho de flores», y su canto, mejor dicho, el recuerdo de su voz ronca y jadeante, tan diferente del timbre puro de la enfermera del hospital de Praga, inclinó la balanza a favor de esta última, otorgándole un lugar privilegiado en la memoria del doctor Kouska, prisionero. Tanto es así, que, cuando recuperó la libertad y volvió a Praga en el año 1919, ni se le ocurrió buscar a su ex-novia, sino que fue directamente a casa de la enfermera.
Por otra parte, la enfermera tenía por entonces cuatro pretendientes que deseaban casarse con ella; con Kouska no la unía nada concreto, salvo las tarjetas postales que éste le enviaba desde su lugar de cautiverio. Esas postales, manchadas con la tinta de los sellos de la censura militar, no podían despertar por sí mimas sentimientos duraderos en su corazón. Pero su primer pretendiente serio era un tal Hamuras, un piloto que no podía volar porque se herniaba al apretar con los pies el pedal de timón del avión: en aquellos tiempos, época primitiva de la aviación, el doble pedal del timón era durísimo. Hamuras fue operado una vez, sin ningún resultado; la hernia se le reprodujo en seguida, ay que el operador se había equivocado con el hilo de sutura. A la enfermera le daba vergüenza casarse con un piloto que, en vez de volar o estaba sentado siempre en la sala de espera del hospital, o buscaba en los anuncios de los periódicos dónde podía comprarse un buen braguero de contención de antes de la guerra, confiando en poder volar gracias a él. Desafortunadamente, por culpa de la guerra los buenos bragueros eran difíciles de conseguir.
Observemos en este punto que el «ser o no ser» del profesor Kouska se relaciona estrechamente con la historia de la aviación en general y, en particular, con los modelos de aeroplanos usados por la fuerzas armadas austrohúngaras. Concretamente, en el nacimiento del profesor Kouska influyó de modo positivo el hecho de que el gobierno de Austria-Hungría hubiera comprado en el año 1911 la licencia de construcción de aviones «monoplano», cuyos pedales de timón eran muy duros, y que debían ser producidos (y en efecto lo fueron) en una fábrica de Wiener-Neustadt. Pues bien, resulta que durante la tramitación del asunto, con el proyecto y su licencia (propiedad de la empresa Farman de Estados Unidos) rivalizaba la firma francesa Antoinette, cuyas posibilidades de cerrar el trato eran muy seria, visto que contaba con el apoyo del general-mayor Prchl de C. K. Intendentur. El general hubiera puesto en la balanza toda su influencia a favor del modelo francés, porque tenía una amante francesa, institutriz de sus hijos, y por estas razones le gustaban (sin que lo confesara) todas las cosas de aquel país. Si Antoinette hubiera ganado, la distribución de las posibilidades hubiese cambiado mucho, ya que el aparato francés era un biplano con pala de timón y alerones abatibles, de pedales ligeros, de modo que no hubiera causado las consabidas molestia a Hamuras; una vez eliminadas éstas, la enfermera tal vez se hubiera casado con él. Bien es verdad que en el biplano había que hacer fuerza para mover la palanca de mando y los brazos de Amuras eran un poco endebles, incluso tenía cierta tendencia a sufrir del llamado Schreibkrampf, lo que le impedía a veces firmar con su nombre completo: Adolf Alfred von Messen-Weydeneck zu Oryola und Münnesacks, barón Hamuras. Es de suponer, pues, que aun eliminada su hernia, la flojedad de los brazos del piloto podía desanimar a la enfermera.
Pero la institutriz se encaprichó de un tenor de opereta de tercera fila que no tardó en dejarla preñada, el general Prchl la echó de casa, perdió la afición a todas las cosas francesas, y el ejército se quedó con la licencia de Farman, propiedad del establecimiento industrial de Wiener-Neustadt. La institutriz conoció al cantante en el Ring, durante un paseo con las niñas mayores del general Prchl. Como el pequeñín había cogido la tos ferina, se trataba de aislar a los niños sanos del enfermo. Si no hubiera sido por la tos ferina, traída a casa de los Prchl por un amigo de la cocinera que trabajaba en el transporte de café al tostadero y cada mediodía entraba a verla, no habría existido la enfermedad, los paseos por el Ring, el encuentro con el tenor, la traición de la institutriz, y Antoinette hubiese obtenido el encargo. A Hamuras le dieron finalmente calabazas, se casó con la hija de un proveedor de la corte y tuvo tres hijos, uno de ellos sin hernia.
El segundo pretendiente de la enfermera, el capitán Misnia, tenía buena salud, se marchó, pues, al frente italiano y allí le atacó el reuma (era en invierno, en los Alpes). En cuanto a su fallecimiento, hubo varias versiones. Según una de ellas, estaba tomando un baño de vapor cuando un obús de calibre 22 hizo blanco en la sauna; el capitán escapó, completamente desnudo, directo a la nieve: dicen que se curó al instante del reuma pero se resfrió y cogió una pulmonía. Si el profesor Fleming hubiera descubierto la penicilina no en el año 1940, sino, por ejemplo, en 1910, Misnia se hubiese curado de la pulmonía, hubiese vuelto a Praga (hubiera tenido derecho a volver como convaleciente) y las probabilidades dela venida al mundo el profesor Kouska hubiesen disminuido considerablemente. De modo que el calendario de los descubrimientos en el campo de los medicamentos antibacterianos desempeñó un papel importante en la aparición del profesor Kouska.
El tercer pretendiente era un honesto comerciante al por mayor, pero la joven no se sentía atraída por él. El cuarto estuvo a punto de casarse con ella; sin embargo, la boda se deshizo por culpa de una pinta de cerveza. El casi novio tenía enormes deudas la esperanza de pagarlas con la dote de su esposa, y un pasado de extraordinaria riqueza. La familia de la señorita, ella misma y su pretendiente fueron a la rifa benéfica de la Cruz Roja, y comieron allí un gulasch a la húngara condimentado con mucha pimienta, que le despertó al padre de la joven una sed cruel. Salió, pues, del entoldado donde estaban comiendo y, escuchando una banda militar, se tomó una cerveza grande y encontró a un compañero de clase que estaba abandonando ya los terrenos de la rifa. De no ser por aquel jarro de cerveza, no se hubiera encontrado con el padre de la ex-enfermera. Su compañero de clase conocía, a través de su cuñada, el pasado del pretendiente y no se abstuvo de contárselo todo al futuro suegro. Parece ser que añadió también algún detalle de su propia cosecha; en cualquier caso, el padre volvió al entoldado echando chispas y el noviazgo, ya casi oficial, se deshizo definitivamente. Si el padre no hubiera comido gulasch a la húngara, no hubiese tenido sed, no hubiese salido a tomar cerveza y encontrado a su compañero de clase, enterándose de las deudas del novio, el noviazgo hubiera sido formalizado y, como en el tiempo de guerra los noviazgos no se prolongaban demasiado, la boda hubiera tenido lugar muy pronto. El día 19 de mayo de 1916, el exceso de pimienta en un plato de gulasch salvó la vida al profesor B. Kouska.
En cuanto al cirujano Kouska, volvió del cautiverio con el grado de médico de batallón y empezó a cortejar al a joven. Las malas lenguas no tardaron en informarlo del asunto delos cuatro pretendientes y, sobre todo, del capitán Misnia, que, al parecer, había tenido un idilio bastante serio con la señorita, aunque ésta, al mismo tiempo, contestaba a las postales del cautivo. Siendo de temperamento bastante vivo, el cirujano Kouska pensaba romper el noviazgo, ya formalizado, sobre todo después de que alguien le mandara unas cartas escritas por su novia a Misnia (Dios sabe cómo habían llegado a manos del malévolo remitente de Praga), junto con unas líneas anónimas donde se le explicaba que sólo había servido de reserva, como una eventual pieza de recambio. El rompimiento del noviazgo no tuvo lugar a causa de una conversación entre el cirujano y su abuelo. Este último lo había criado desde su niñez, por cuanto su padre, un bala perdida y un despilfarrador, no se ocupaba del hijo. El abuelo era un anciano de ideas extremadamente progresistas y, como tal, consideraba que era muy fácil hacer perder la cabeza a una jovencita, sobre todo si el galán llevaba uniforme y hablaba mucho de su posible muerte en el frente.
Kouska se casó, pues, con la enfermera. Sin embargo, si su abuelo hubiera tenido otra clase de ideas, o si se hubiera muerto antes de cumplir ochenta años, es más que probable que la boda hubiese quedado en agua de borrajas.. Pero el abuelo llevaba un modo de vida enormemente sano y se aplicaba sistemáticamente el tratamiento de hidroterapia inventado por el reverendo Kneipp. A pesar de todo, no hay manera de calcular en qué grado las heladas duchas matinales aumentaron las probabilidades del nacimiento del profesor Kouska al intervenir en la longevidad de su bisabuelo. En cualquier caso, el padre del cirujano, apóstol de la misoginia, no hubiera defendido la causa de una joven cuya virtud se ponía en tela de juicio. Hay que decir que no tenía ninguna influencia sobre su hijo desde que conoció a Serge Mdivani, se convirtió en su secretario, fue con él a Montecarlo y volvió firmemente conocido de la eficacia de un sistema de ganar a la ruleta que le había transmitido una condesa viuda. Gracias al sistema perdió toda su fortuna, fue incapacitado, desposeído de la patria potestad y obligado a confiar a su hijo a la tutela del abuelo. Si el padre del cirujano no se hubiera entregado al demonio del juego, su propio padre no lo hubiese repudiado y la aparición del profesor Kouska hubiese corrido un nuevo riesgo.
El factor que influyó favorablemente en el nacimiento del profesor fue el mismo Serge alias Sergius Mdivani. Este señor, harto de sus palacios en Bosnia, de su mujer y de su suegra, tomó a Kouska (padre del cirujano) de secretario y se lo llevó de viaje por Europa, ya que Kouska-padre conocía idiomas y era hombre de mundo, mientras que Mdivani, a pesar de su gran apellido, sólo sabía hablar en croata. Pero si el señor Mdivani hubiera sido vigilado mejor por su padre cuando era jovencito, en vez de retozar con las camareras hubiese estudiado idiomas. En tal caso, no hubiera necesitado llevarse a Kouska padre de viaje, éste no hubiera vuelto de Montecarlo hecho un jugador empedernido, su padre no lo hubiera repudiado y echado de casa, no se hubiera ocupado de la educación del nieto (el futuro cirujano), no le hubiera inculcado ideas progresistas, el cirujano hubiera roto con la novia y el profesor B. Kouska no hubiese podido nacer. Resulta que el padre del señor Mdivani no tenía demasiadas ganas de vigilar las clases de idiomas de su hijo, porque el aspecto del joven Sergius le recordaba a un dignatario eclesiástico, de quien el señor Mdivani padre sospechaba era el verdadero padre del muchacho. Como sentía una ojeriza subconsciente hacia el muchacho descuidaba sus obligaciones de padre, como consecuencia de lo cual Sergius no estudió los idiomas como era debido.
El asunto de la paternidad era realmente muy embrollado, puesto que ni la madre de Sergius estaba bien segura de si el niño era hijo de su marido o del pope. Y no estaba segura porque creía en los embarazos embrujados. Creía en esta clase de embarazos porque para ella la máxima autoridad era una abuela suya gitana. Cabe subrayar aquí que nos estamos remontando ya a la relación entre la abuela de la madre de Sergius Mdivani y las probabilidades de nacimiento del profesor Benedykt Kouska. Mdivani nació en el año 1861; su madre en el 1832; la abuela gitana, en 1798. De modo que los hechos acaecidos en Bosnia y Herzegovina a finales del siglo XVIII, o sea, 130 años antes de la venida al mundo del profesor Kouska, ejercieron una influencia esencial sobre la probabilidad de su procreación. Pero la intervención de la abuela gitana tampoco ocurrió así como así. No quería casarse con un croata de religión ortodoxa, pues toda Yugoslavia se encontraba en aquel entonces bajo el yugo turco y los matrimonios con infieles estaban muy mal vistos. Sin embargo, la gitana tenía un tío, mucho mayor que ella, que había combatido a las órdenes de Napoleón, tomando parte (según se decía) en la retirada de Moscú. Sea como fuere, volvió del servicio bajo el emperador de los franceses convencido de las poca importancia de las diferencias interconfesionales (¡había visto tantas cosas durante su azarosa vida de soldado...!). Usó, pues, de toda su influencia para que su sobrina accediese a casarse con el croata, porque el joven, aunque infiel, era muy simpático y una excelente persona. La gitana se casó con el croata y al hacerlo se convirtió más tarde en abuela materna del señor Mdivani, aumentando de este modo las probabilidades de nacimiento del profesor Kouska. En cuanto al tío, no hubiera luchado como soldado de Napoleón si no se hubiese encontrado durante la campaña italiana en la región de los Apeninos, adonde lo había enviado su patrón, propietario de un criadero de ovejas, con una partida de zamarras. Lo prendió una partida montada de la guardia imperial y le dio a escoger: o ingresaba en la filas, o se quedaba como una especie de esclavo en el campamento.; el tío prefirió ponerse el uniforme. Pues bien, si el patrón del tío-gitano no hubiera criado ovejas, o si, pese a criarlas, no hubiese confeccionado zamarras, muy apreciadas en Italia, si no hubiera enviado al tío a Italia con una partida de dichas prendas, la patrulla montada no hubiese capturado al tío de la gitana. En tal caso, éste no hubiera guerreado en Europa, hubiese mantenido sus ideas conservadoras y no hubiese convencido a su sobrina de casarse con el croata. Por consiguiente, la madre de Sergius, al no tener una abuela gitana no hubiera creído en los embarazos embrujados y no hubiera figurado que bastaba con mirar mucho al pope mientras extendía los brazos y cantaba con voz grave en los altares, para tener un hijo parecido a éste como un huevo a otro. Con la conciencia tranquila, no hubiera tenido miedo al marido, se hubiera defendido contra las acusaciones de infidelidad matrimonial, el marido hubiera dejado de ver algo malo en el aspecto de Sergius y hubiera vigilado sus lecciones. Sergius hubiera aprendido idiomas, no hubiese necesitado un interprete, el padre del cirujano Kouska no lo hubiese acompañado en el viaje, no se hubiese convertido en un aficionado a los juegos de azar y un despilfarrador y, como misógino, hubiese instigado a su hijo cirujano a romper con la novia por lo del flirteo con el capitán Misnia (R.I.P.): y ya tenemos otra vez la imposibilidad de la venida al mundo del profesor B. Kouska.
Así y todo, ténganse en cuanta que nos hemos ocupado hasta ahora del espectro probabilístico del nacimiento del profesor Kouska basándonos, como en un hecho consumado, en la existencia de sus dos progenitores facultativos y reduciendo tan sólo la probabilidad de su nacimiento a través de unos cambios, muy pequeños y muy verosímiles, introducidos en el comportamiento del padre y de la madre del profesor y ocasionados por terceras personas (el general Samsonov, la abuela gitana, la madre de Mdivani, el barón Hamuras, la institutriz francesa, el general-mayor Prchl, el emperador Francisco José, el archiduque Fernando, los hermanos Wright, el cirujano que había operado la hernia del barón, el otorrinolaringólogo de Marinka, etc.). No obstante, podríamos desarrollar la misma clase de consideraciones acerca de las probabilidades del nacimiento de la enfermera, esposa del cirujano Kouska, o bien del propio cirujano. En ellos también tuvieron que concurrir miles de millones de circunstancias, igual que en los casos antes expuestos. De manera análoga, una cantidad innumerable de acontecimientos condicionó la venida al mundo de sus padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, etc. Es de suponer que huelga la discusión acerca del hecho de que si, por ejemplo, no hubiera nacido (en el año 1673) el sastre Vlastimil Kouska, no hubiesen existido su hijo, su nieto, su biznieto, el bisabuelo del cirujano Kouska, el mismo cirujano y el profesor Benedykt.
Pero un razonamiento análogo es aplicable también a aquellos antepasados de Kouska y de la enfermera que no eran todavía hombres, sino unos seres que vivían todavía una vida arborícola y cuadrúmana en la era del eolito, cuando el primer paleopithecus raptó a uno de esos cuadrúmanos, se dio cuenta de que era una cuadrúmana y la poseyó debajo de un eucalipto que crecía justo en el lugar donde ahora se encuentra Mala Strana, en Praga. A consecuencia de haberse mezclado los cromosomas de aquel paleopiteco tan macho y los de la premujer cuadrúmana, tuvo lugar un tipo de meiosis y un acoplamiento de genes que produjeron, transmitidos a través de 30.000 generaciones, aquella sonrisa en los labios de la señorita enfermera, parecida a la de Monna Lisa, que sedujo al joven cirujano Kouska. Sin embargo, aquel eucalipto había podido crecer cuatro metros más lejos. En tal caso, la cuadrúmana no se hubiera caído huyendo del paleopiteco al tropezar con una raíz gruesa, hubiera tenido tiempo de subirse a un árbol y, si hubiera tenido tiempo de subirse a un árbol, no hubiese concebido. Si no hubiese concebido y si hubiese habido pequeñas modificaciones en el paso de Aníbal por los Alpes, las Cruzadas, la Guerra del os Cien Años, la dominación de Bosnia y Herzegovina por los turcos, la expedición rusa de Napoleón y unos cuantos trillones de acontecimientos parecidos, se hubiese producido un estado de cosas en el cual el nacimiento del profesor Benedykt Kouska hubiese sido absolutamente posible. Vemos, pues, que la distribución de las probabilidades de su existencia contiene una amplísima subclase de probabilismos, a la que pertenece el emplazamiento de todos los eucaliptos que crecían hace 349.000 años en el lugar ocupado hoy día por la ciudad de Praga. Aquellos eucaliptos crecieron allí porque una gran manada de mamúts, extenuados por la huida de la persecución de unos tigres dientes de sable, y que habían comido mucha flor de eucalipto y sufrían de pirosis (la flor de eucalipto es muy picante), saciaron su sed bebiendo copiosamente en las aguas del Veltava. Aquel agua tenía entonces propiedades purgativas, lo que ocasionó grandes descargas intestinales de los mamúts. Gracias a ellas, las semillas de eucalipto fueron sembradas allí donde antes no existía este árbol. Pero si esta agua no hubiese sido sulfurizada por los afluentes del curso superior del Veltava, los mamúts, al no tener diarrea, no hubiesen sembrado un bosque de eucaliptos en los campos ocupados por la Praga actual, la cuadrúmana no se hubiese caído huyendo del paleopiteco y no se hubiese producido aquel locus genético que adornó la cara de la enfermera con la sonrisa de Monna Lisa que sedujo al joven cirujano. Por tanto, si no fuera por la diarrea de los mamúts, el profesor Benedykt Kouska tampoco hubiese venido al mundo. Sin embargo hay que pensar que las aguas del Veltava sufrieron la sulfurización alrededor de dos millones y medio de años antes de nuestra era, a causa del desplazamiento del geosinclinal orogénico que formó la cadena de los Tatra. El movimiento orogénico provocó la expulsión de gases de azufre desde los sedimentos profundos de margas jurasicas, porque hubo un maremoto en la región de los Alpes Dináricos, causado por un meteorito de un millón de toneladas de masa. El meteorito procedía del enjambre de la Leonidas y, si no hubiera caído en los Alpes Dináricos sino un poco más lejos, el suco geosinclinal no se hubiese incurvado, la capa sulfúrica no hubiese salido a la superficie, no hubiese sulfurizado el Veltava y el agua del río no hubiese provocado diarrea a los mamúts. Por ende: si el meteorito no hubiera caído hace dos millones y medio de años sobre los Alpes Dináricos, el profesor Kouska no hubiese podido nacer.
El profesor Kouska nos pone en guardia contra una conclusión falsa que alguien podría sacar de su exposición. Hay quien deduce del razonamiento expuesto que todo el Cosmos es una especie de máquina regulada y puesta en marcha sólo para hacer posible el nacimiento del profesor Kouska. Evidentemente, es una idea totalmente absurda. Supongamos que antes quisiera calcular las probabilidades de nacimiento de la Tierra mil millones de años antes de su génesis. No podrá prever con exactitud qué clase de vértice planetogenésico formará el núcleo del fututo planeta; no calcularía con precisión ni su futura masa ni su composición química. Pero podría predecir, en base a la astrofísica, la teoría de la gravitación y la de la estructura de las estrellas, que el Sol tendría una familia planetaria girando a su alrededor y uno de los planetas, el tercero contando desde el centro del sistema, puede considerarse Tierra. Entonces, aunque ese planeta fuera muy distinto de lo previsto, por ejemplo, diez mil millones de toneladas más pesado, tuviera dos lunas pequeñas en lugar de una grande y la superficie oceánica mucho más extensa, seguiría siendo una Tierra. En cambio, si el profesor Kouska, predecido medio millón de años antes de nuestra era, hubiera nacido como un marsupial bípedo, como una mujer de raza amarilla o como un monje budista, es absolutamente obvio que no sería el profesor Kouska, aunque tal vez pertenecería la especie humana. Y es que los objetos tales como soles, planetas, nubes, piedras, no son «`piezas únicas» y sí lo son todos los organismos vivos. Cada hombre es como un primer premio sacado en una lotería donde hubiera un solo billete ganador entre teragigamegamulticentillones. Entonces, ¿por qué no tenemos la continua conciencia de esta astronómicamente ínfima pequeñez de las probabilidades de venir al mundo, nosotros y los demás? Porque, contesta el profesor Kouska, ¡lo que acontece, por más inverosímil que sea, si acontece, acontece! Y también, porque en la lotería normal vemos cantidades de números perdedores además del número premiado, mientras que en la lotería existencial los números perdedores no se ven. «En la lotería de la existencia, los números perdedores son invisibles», dice el profesor Kouska. Perder en esa lotería equivale a no nacer, y quien no ha nacido, no se ve porque no existe. Vamos a citar a continuación las palabras escritas por el autor en la pag. 619 del primer tomo (De Imposibilitate Vitae), a partir de la línea 23:
«Hay personas que vienen al mundo en el seno de matrimonios planeados de antemano por las familias paternas y maternas, de modo que el futuro padre y la futura madre de la persona en cuestión estaban destinados desde su infancia el uno al otro. El hombre que nace como hijo de un matrimonio de esta clase puede pensar que la probabilidad de su existencia era notable. En cambio, el que se entera de que su padre conoció a su madre durante una gran migración causada por la guerra, o bien que fue concebido porque un húsar de Napoleón, escapado de la batalla de Borodino, encontró fuera de una aldea a una muchacha campesina y le quitó, además del jarro de agua, la doncellez... A éste le puede parece que si al húsar lo hubieran perseguido más de cerca los cosacos, o si su madre se hubiera quedado sentada como Dios manda al calor de la lumbre de su casa, no hubiese venido al mundo, es decir, que la posibilidad de su existencia pendía de un hilo muy tenues en comparación con la posibilidad del hijo de un matrimonio previsto y organizado de antemano.
»Estas suposiciones son erróneas, ya que no tiene el menor sentido, para calcular las probabilidades de nacimiento de un individuo dado, tomar como punto cero de la escala de probabilística la venida al mundo del padre y de la madre de dicho individuo. Si tenemos un laberinto compuesto de mil salas unidas por mil puertas, lo que determina la posibilidad de encontrar la salida es la suma de todas las opciones del caminante, en todas las salas, y no una probabilidad aislada de acertar la puerta correcta en una de las salas. Si escogemos una puerta equivocada en la sala número cien, nos extraviaremos y no saldremos al espacio libre, igual que si nos hubiéramos equivocado de camino en la sala número uno o en la mil. Asimismo, no hay ninguna razón para creer que sólo mi nacimiento estaba subordinado a las leyes de la probabilidad y no el de mis padres, los padres de ellos, sus abuelos, bisabuelos, abuelas, bisabuelas, etc., etc., hasta la aparición de la vida en la Tierra. Es absurdo decir que el hecho existencial de la vida de cada individuo concreto es un fenómeno muy poco probable ¿en relación a qué? ¿Dónde hay que empezar el cálculo? Sin la determinación del punto cero, o sea, del inicio de la escala de referencias, el cálculo o la estimación del probabilismo se convierte en un sonido hueco.
»De mi razonamiento no se deduce que mi nacimiento haya sido asegurado o preestablecido antes aún de la formación de la Tierra. Todo lo contrario: se deduce que yo podría no haber existido y que nadie se hubiera dado cuenta de ello tan siquiera. Todo lo que la estadística dice respecto a la prognosis de un nacimiento en individual es un puro disparate. Según ella, cada hombre, aunque poco probable como caso aislado, es posible en el sentido de la realización de ciertas circunstancias potenciales. Yo, por mi parte, he demostrado que, tomando a un individuo cualquiera, el panadero Mucek, por ejemplo, se puede decir lo siguiente: retrocediendo a las épocas anteriores a su nacimiento, siempre podremos encontrar un momento en el cual la probabilidad de la venida al mundo del panadero Mucek esté tan próxima al cero como se desee. Cuando mis padres yacieron en el lecho nupcial, las probabilidades de mi nacimiento eran iguales, pongamos por caso, a 1:100.000 (entre otras cosas, hay que tomar en cuentas la mortandad infantil, bastante elevada en la posguerra). Durante el sitio del plaza fuerte de Przemysl, bajaron al 1:mil millones; en el año 1900, a 1: un millón de millones; en el 1800, a 1:un millón de trillones, etc. El observador que calculara las probabilidades de mi nacimiento bajo un eucalipto de Mala Strana durante le periodo interglacial, después de la migración de los mamúts y sus problemas intestinales, las evaluaría en 1:un centilión. Los valores de orden giga aparecen cuando el punto de estimación retrocede en mil millones de años, los de orden tera con un retroceso de tres mil millones de años, etc.
»En otras palabras, en el eje temporístico siempre puede encontrarse un punto desde el cual la estimación delas probabilidades del nacimiento resulta tan inverosímil como se quiera, o sea, imposible, ya que una probabilidad tan poco distante del cero como se desee, es igual a una improbabilidad ilimitadamente grande. Con esto no se pretende afirmar que en el mundo no existo ni yo ni nadie más. Al contrario: no dudo de la existencia ajena ni de la mía. Mis palabras son, tan sólo, la repetición de lo que propugna la física. Es desde el punto de vista de la física, y no del sentido común, que en el mundo no hay un solo hombre y nunca lo hubo. Lo voy a demostrar: la física considera que lo que tiene una probabilidad por centilión de suceder, es imposible. Lo que aparece en esta proporción, y si admitimos que el acontecimiento esperado pertenece a un conjunto de fenómenos que acaecen cada segundo, no pude suceder en el Cosmos.
»La cantidad de segundos que pasarán entre el día de hoy y el fin del Universo es menor de un centilión. Las estrellas terminarán de irradiar su energía mucho antes. Por tanto, el tiempo de duración del Cosmos en su aspecto actual será más corto que el necesario para que se dé un fenómeno que acontece una vez cada centilión de segundos. Desde el punto de vista de la física, la espera de un acontecimiento tan poco probable equivale a la de un acontecimiento que no se realizará jamás. La física da a esta clase de fenómenos el nombre de milagros termodinámicos. A esta categoría pertenecen, por ejemplo, la congelación del agua en un recipiente puesto sobre el fuego, el alzarse del suelo trozos de un vaso roto y componerse en un vaso entero, etc. En todo caso, el cálculo demuestra que esos "milagros" son más verosímiles que un fenómeno cuya probabilidad sea de uno por centilión Cabe añadir aquí que en nuestro cálculo sólo hemos tomado en cuenta hasta ahora la mitad de la estimación, es decir, los datos macroscópicos. Pero el nacimiento de un individuo concreto está determinado también por una serie de circunstancias microscópicas, las del espermatozoide y el óvulo de una pareja. ¿Cuáles de ellos van a unirse? Si mi madre me hubiera concebido en un día y hora diferentes, no hubiese nacido yo, sino otra persona, lo que queda demostrado por el hecho de que mi madre había concebido realmente en una fecha diferente, un año antes de mi nacimiento, y dio entonces a luz una niña, mi hermana. Creo que no es necesario demostrar que esa niña no soy yo. Esta microestadística debería figurar también en la estimación delas probabilidades de mi aparición en el mundo. Si la añadimos a nuestros cálculos, los centiliones de la improbabilidad se elevarán a miraliones.
»Vemos, pues, que desde el punto de vista de la física termodinámica, la existencia de cada hombre es un fenómeno imposible en el Cosmos, ya que, al ser tan improbable, no es previsible. La física puede predecir que los hombres (siempre y cuando admita el hecho de su existencia) van a procrear a otros hombres, pero tiene que permanecer muda (o proferir absurdos), en cuanto al a definición concreta de los individuos venideros. Por consiguiente, o la física se equivoca al proclamar la validez universal de su teoría de las probabilidades, o bien los hombres no existen, así como no existen perros, tiburones, moscas, musgos, líquenes, tenias, murciélagos y licopodios, ya que la ley abarca a todos los seres vivos. Ex physicali positione vita impossibilis est, quod erat demonstrandum».
Con estas palabras termina la obra De Impossibilitate Vitae, que constituye, de hecho, una extensa preparación del segundo tomo de la dilogía. En De Impossibilitate Prognoscendi el autor expone la ineficacia de las previsiones del futuro basadas en la probabilística, y trata de demostrar que en la historia sólo existen hechos totalmente imposibles desde el punto de vista probabilístico. El profesor Kouska sitúa a un futurólogo imaginario en los umbrales del siglo XX, le confiere toda la ciencia accesible en aquel entonces y le hace una serie de preguntas. Por ejemplo: «¿Considera verosímil que pronto se descubra un metal del color de l plata, parecido al plomo, capaz de destruir la vida sobre la Tierra si alguien que tiene en las manos dos semiesferas hechas de este metal las junta para convertirlas en un objeto parecido a una naranja? ¿Cree que es posible que este viejo faetón, dotado por el señor Benz de un ruidoso motor de un caballo y medio de potencia, se multiplique dentro de poco de tal modo que a causa de las emanaciones asfixiantes de los gases de combustión el día se convertirá en noche en las grandes ciudades y el problema de dejar en alguna parte un vehículo de estos después de un paseo se convertirá en el mayor problema de las metrópolis más poderosas del mundo? ¿Considera probable que dentro de pocos años el hombre se pasee por la Luna gracias al principio de los fuegos artificiales y los puntapiés, y que en el mismo momento cientos de millones de personas puedan observar estos paseos desde su casa, en la Tierra? ¿Le parece posible que seamos capaces, en breve, de confeccionar cuerpos celestes artificiales, provistos de unos dispositivos aptos para observar desde el espacio cósmico los movimientos de cada persona, en el campo o en la ciudad? ¿Opina que es verosímil la construcción de una máquina que sepa mejor que usted jugar al ajedrez, componer música, traducir de un idioma a otro y efectuar en pocos minutos unos cálculos que no efectuarían hasta el fin de su vida todos los expertos en aritmética, contables y tenedores de libros del mundo entero? ¿Le parece posible que pronto exista en el centro de Europa enormes plantas industriales en cuyos hornos servirán de combustible personas vivas, llegando el número de esos desgraciados a millones?»
Es evidente —dice el profesor Kouska— que en el año 1900 sólo un loco habría reconocido la probabilidad de estos acontecimientos. Y, sin embargo, se han producido. Si se han producido tantas cosas improbables, ¿por qué este estado de cosas tendría que sufrir de repente un cambio radical, para que desde ahora sólo se produjeran fenómenos verosímiles, probables y posibles? Predecid el futuro como queráis —dice el profesor a los futurólogos— con tal de que no baséis vuestras predicciones en el cálculo de probabilidades.
La imponente obra del profesor Kouska merece, sin duda, el máximo respeto. No obstante, el fervor científico del autor le indujo a un error, descubierto y puesto de manifiesto por el profesor Bedrzich Vrchlicka en un amplio artículo crítico, publicado por «Zemledelske Noviny». El profesor Vrchlicka asevera que todo el razonamiento antiprobabilístico del profesor Kouska se apoya en un principio no expresado y, a la vez, erróneo. Detrás de la fachada de su razonamiento —dice el profesor Vrchlicka— se oculta «el asombro metafísico ante la existencia», que podría traducirse en las siguientes palabras: «¿Por qué existo precisamente ahora, precisamente en este cuerpo y precisamente con éste y no otro aspecto? ¿Por qué no he sido uno de los millones de hombres que existieron antes, y no seré ninguno de los que nacerán en el fututo?» Aunque admitiéramos que esta pregunta tiene un sentido, dice el profesor Vrchlicka, esto no tiene nada que ver con la física. Tan sólo en apariencia se refiere a ella, pudiéndose reformular como sigue: «Cada hombre que haya existido (o vivido) es una realización corporal de un cierto modelo compuesto de genes, o sea, de elementos de la herencia. En principio, podríamos dibujar todos los modelos realizados hasta hoy día. Nos encontraríamos entonces ante una gigantesca pizarra, cubierta de hileras de fórmulas genéticas: cada una correspondería exactamente al hombre originado por ella a través del desarrollo fetal. No podemos evitar, en tal caso, hacernos una pregunta: ¿Por qué, a consecuencia de qué diferencia entre el modelo génico que me corresponde a mí, a mi cuerpo, y los demás modelos dibujados en la pizarra, yo, precisamente, soy la viva encarnación de aquél? En otras palabras: ¿qué condiciones físicas, qué circunstancias materiales debo tener en cuenta para encontrar esa diferencia, para comprender por qué puedo decir de todas las fórmulas de la pizarra: "se trata de Otra Gente", y de una solo: "se trata de mí, SOY YO"»
...No hay que contar con la contestación de la física a una pregunta semejante —explica el profesor Vrchlicka—; no la dará ni ahora ni dentro de un siglo o de mil años, porque, para ella, esta pregunta carece de significado. La física no es una persona, por tanto, cuando se dedica a investigar lo que sea, lo cuerpos celestes o humanos, por ejemplo, no hace ninguna diferencia entre tú y yo, esto y aquello; que yo me llame a mí mismo «yo» y a ti «tú», la física sabe explicarlo a su manera (en base a la teoría general de autómatas lógicos, la de sistemas autoorganizadores, etc.), pero no percibe la diferencia existente entre «yo» y «él». En cambio, la física percibe el carácter único de cada individuo, puesto que cada hombre (¡a excepción de los hermanos mellizos!) es la encarnación de una fórmula de genes diferente.
...El profesor Kouska, empero, no se refiere a las pequeñas diferencias de nuestra constitución, a nuestra individualidad física y psicológica. El asombro metafísico oculto tras su razonamiento no disminuiría un ápice si todos los hombres fueran encarnación de una misma fórmula genética, si la humanidad se compusiera exclusivamente de hermanos gemelos, idealmente parecidos, ya que seguiría vigente la pregunta acerca de las causas de que «yo» no sea «otra persona», de que no haya nacido en la época de los Faraones o en el Ártico, sino ahora, aquí. Y seguiría siendo igualmente improbable obtener una respuesta de la física. Las peculiaridades que me distinguen de otros hombres empiezan para mí en el hecho de que yo sea yo, que no pueda salir de mí mismo y cambiar mi existencia por la de cualquier otro ser humano y sólo a distancia perciba lo que me diferencia de todos los demás, vivos y muertos: mi aspecto, mi carácter, etc. Esta disparidad, la más importante para mí, para la física no existe. Esto es todo lo que se puede decir al respecto. En cualquier caso, no es la teoría de las probabilidades la que causa la ceguera de lo físicos y de la física ante nuestro problema.
...Al plantear la cuestión de la estimación de las probabilidades de su nacimiento, el profesor Kouska se desorientó a sí mismo y confundió al lector. Nuestro autor cree que a la pregunta: «¿Qué condiciones tuvieron que cumplirse para que yo, Kouska, naciera?», la física contesta como sigue: «Tuvieron que cumplirse unas condiciones singularmente improbables físicamente». Sin embargo, no es ésta la verdad. La pregunta, de hecho, expresa lo siguiente: «Soy un hombre vivo entre millones de otros hombres. Querría saber en qué me diferencio físicamente de todos los demás, los que han sido y los que serán, ay que no soy ninguno de ellos, sino que existo por mí mismo y me llamo Yo». Y la física, al contestar, no recurre al probabilismo; dice tan sólo que desde su punto de vista no hay ninguna diferencia física entre el autor de la pregunta y todos los otros hombres. Por consiguiente, la exposición de Kouska no refuta ni pone en tela de juicio la teoría de las probabilidades: «sencillamente, ¡no tiene nada que ver con ella!»
La lectura de juicios tan divergentes en dos pensadores insignes, produjo en este crítico una honda confusión. No sabe zanjar el dilema y cree que lo único incontestable que ha sacado de la obra del profesor B. Kouska es el sólido conocimiento de todos los acontecimientos que determinan la venida al mundo de un científico cuya biografía familiar es tan interesante. En cuanto a la esencia del litigio, habrá que remitirla a especialistas más competentes.