EL PERRO QUE DECÍA GUAY-GUAU

Michael Swanwick

 

 

 

El perro parecía que acabara de salir de un libro para niños. Debió de haber sufrido cientos de adaptaciones físicas para permitirle caminar erguido. La pelvis, por supuesto, se había reformado enteramente. Los pies solo habrían requerido docenas de cambios. Tenía rodillas, y las rodillas eran trapaceras.

Sin mencionar los perfeccionamientos neurológicos.

Pero por lo que Darger se encontró más fascinado era por el vestuario de la criatura. Su traje le encajaba perfectamente, con una abertura en la espalda para la cola, y —de nuevo— cientos de adaptaciones invisibles que lo permitieron continuar en su cuerpo de un modo que parecía perfectamente natural.

—Debe tener un sastre extraordinario —dijo Darger.

El perro cambió su bastón de una pata a la otra, de manera que pudiera agitarlo, y de la forma menos afectada imaginable contestó:

—Ésa es una observación común, señor.

—¿Es usted de los Estados? —Era una asunción segura, teniendo en cuenta dónde estaban —en los andenes— y que la goleta Soñador Yanqui había navegado Támesis arriba con la marea de la mañana. Darger había visto la burbuja de sus velas por encima del tejado, como también muchos arco iris—. ¿Ha encontrado ya alojamiento?

—De hecho lo soy, y no, no tengo. Si pudiera recomendarme una taberna de las más limpias...

—No tiene necesidad para eso. Sería extremadamente feliz si pudiera tenerle por unos días en mis propios cuartos. —Y, con voz amenazadora, Darger continuó— tengo un negocio que proponerle a usted.

—Entonces lléveme allí, señor, y lo seguiré encantado. —El nombre del perro era Sir Blackthorpe Ravenscairn de Plus Precieux—, pero llámeme Sir Plus —dijo con una medio denigrada sonrisa, y "Surplus" fue después de esto.

 

Surplus era, como Darger había a primera vista sospechado y confirmado por la conversación, una especie de pícaro, era algo más que malicioso y menos que rufián. Un "perro", al fin y al cabo, según el propio Darger.

Sobre las bebidas de un local público, Darger desplegó su caja y explicó sus intenciones para él. Surplus tocó cautelosamente la intrincada talla del albergue, y entonces dibujó lejos de él.

—Se perfila un esquema intrigante, Maestro Darger.

—Por favor. Llámeme Aubrey.

—Aubrey, entonces. Todavía tenemos un punto delicado. ¿Cómo debemos dividir el... ah, botín de esta empresa? Vacilo mencionar esto, pero muchas sociedades prometedoras han tropezado en precisamente tales bajezas.

Darger desmontó el depósito de sal y vertió su contenido sobre la mesa. Con su daga dibujó una fina línea bajo el medio del montón.

—Yo divido, usted escoge. O de otra manera, si usted prefiere. Por interés común no encontrará ni un grano de diferencia entre los dos.

—¡Excelente! —gritó Surplus y, dejando caer un pellizco de sal en su cerveza, brindó por el trato.

Llovía cuando salieron por Buckingham Labyrinth. Darger miró fijamente fuera por la ventana del carruaje a las monótonas calles y al deslizarse de los edificios y suspiró.

—¡Pobre, viejo y cansado Londres! La Historia es una rueda de molino que se ha pasado demasiadas veces por su faz. Es algo así, —recordó Surplus— como nosotros fabricamos nuestras fortunas. Levante sus ojos al Laberinto, señor, con sus elevadas torres y luminosas superficies subiendo sobre estas tiendas y apartamentos como una montaña de cristal creciendo sobre un mar ruinoso de madera, y se sentirá confortado.

—Ése es un buen consejo —asintió Darger—. Pero no puede confortar a un amante de las ciudades, ni a uno de mentalidad melancólica.

—¡Bah! —gritó Surplus, y no dijo más hasta que llegaron a su destino.

 

En el portal, en Buckingham, el sargento de información se adelantó cuando bajaron del carruaje. Pestañeó a la vista de Surplus, pero sólo dijo:

—¿Papeles?

Surplus se presentó al hombre con su pasaporte y las credenciales falsificadas que Darger había terminado por la mañana, entonces agregó con una ondulación negligente de su pata.

—Y éste es mi autista.

La mirada del sargento de información se dirigió una vez a Darger, y se olvidó de él completamente. Darger tenía el regalo, que no tiene precio a uno en su profesión, de una cara tan indefinible del que una vez alguien vislumbró desde lejos, y desapareció de la conciencia de esa persona para siempre.

—Esta vez, señor. El funcionario de protocolo quiere examinar éstos él personalmente.

Un "enano sabio" fue producido para abandonarlos en el círculo exterior del Laberinto. Pasaron ante maniquíes de damas en vestidos bioluminescentes y señores con botas y guantes de cuero clonado de propia piel. Ambos, mujeres y hombres, extravagantemente enjoyados; el despliegue ostentoso de riqueza estaba de nuevo, todavía, de moda, y los pasillos estaban lujosamente revestidos de mármol, jaspe y rocas porfídicas. Pero Darger podía darse cuenta de cuán gastadas estaban las alfombras, cómo fueron cortadas y encendidas las lámparas de aceite. Su agudo ojo espió los restos de una antigualla de sistema eléctrico, y restos también de líneas telefónicas y cables de fibra óptica de una era cuando se trabajaba todavía esas tecnologías.

Éstos últimos los vio con placer particular.

El "enano sabio" se detuvo ante una puerta pesada negra tallada con grifos a mano, locomotoras, y flores de lis.

—Ésta es la puerta, —dijo—. La madera es ébano. Su nombre científico es Diospyros ebenum. Se realizó en Serendip. El dorado es oro. El oro tiene un peso atómico de 197.2.

Golpeó en la puerta y abrió.

El funcionario de protocolo era un hombre de piel oscura y de masa imponente. No se levantó hacia ellos.

—Soy Lord Coherence-Hamilton, y esta —indicó a la mujer delgada, perspicaz que estaba de pie al lado— es mi hermana, Pamela.

Surplus se inclinó profundamente ante la Dama, que hizo un ligero gesto de cortesía en respuesta.

El funcionario Protocolar rápidamente examinó las credenciales.

—Explique estos papeles fraudulentos, señor. ¡El Demesne de Vermont Occidental! Yo nunca he oído hablar de tal lugar.

—Entonces se ha perdido mucho, —Surplus dijo orgullosamente—. Es verdad que somos una nación joven, creada sólo hace setenta y cinco años durante la Partición de Nueva Inglaterra. Pero eso es otra señal más para recomendarle nuestra hermosa tierra. La belleza gloriosa de Lago Champlain. Los gen-molinos de Winooski; asiento tan antiguo de aprendizaje, el Universitas Viridis Montis de Burlington, el Tecnoarqueoógico Instituto de... —se detuvo—. tenemos muchas razones para ser orgullosos, señor, y nada de que avergonzarnos.

El oficial de aspecto de oso miró sospechosamente hacia él, entonces dijo:

—¿Qué lo trae a Londres? ¿Por qué desea una audiencia con la reina?

—Mi misión y destinación es Rusia. Sin embargo, Inglaterra está en mi itinerario y yo soy un diplomático, estoy encargado de extender las relaciones de mi nación con su monarca. —Surplus no se encogió de hombros realmente—. No es nada más que esto. En tres días estaré en Francia, y se habrá olvidado de mí completamente.

Con desdén, el funcionario echó sus credenciales al sabio, que educadamente las devolvió a Surplus. El pequeño compañero se sentó en un escritorio adecuado a su propio tamaño y rápidamente hizo una copia.

—Sus papeles se le tomarán en Whitechapel y serán examinados allí. Si todo va bien —lo que yo dudo— y hay una recepción, no es probable que se presente a la reina alguna vez entre una semana y diez días.

—¡Diez días. Señor, estoy en un horario muy estricto!

—¿Entonces quiere retirar su petición?

Surplus vaciló.

—Yo... Tendré que pensar en ello, señor.

Lady Pamela observó fríamente cómo el enano sabio los llevaba lejos.

 

El cuarto que les mostraron tenía abundantes espejos y pinturas de época al óleo en las paredes, y un fuego generoso en el hogar. Cuando su pequeño guía se había ido, Darger cerró con llave cuidadosamente y echó el cerrojo a la puerta. Entonces arrojó la caja hacia la cama, y se echó a lo largo. Tumbado de espaldas, mirando al techo, dijo:

—Lady Pamela es una mujer notablemente bella. Que me condenen si no lo es.

Ignorándolo, Surplus bloqueó sus patas tras su espalda, y procedió a recorrer de arriba abajo el cuarto. Estaba lleno de energía nerviosa. Por fin, protestó:

—¡Éste es un intrincado juego en el que me ha hecho meterme, Darger! Lord Coherence-Hamilton sospecha de nosotros a modo de rufianes.

—Bueno ¿y qué?

—Me repito: ¡No hemos empezado todavía nuestra obra, y ya sospecha de nosotros! No tengo ninguna confianza en él ni en su enano genéticamente reconstruido.

—No está en ninguna posición para desplegar tales vulgares prejuicios.

—¡No soy intolerante respecto a la criatura, Darger, lo temo! Una sola sospecha de nosotros en esa su macrocefálica cabeza, y se preocupará por ello hasta que se haya enterado de cada uno de nuestros secretos.

—¡Tenga confianza en usted, Surplus! ¡Sea un hombre! Estamos ya demasiado metidos para retroceder. Se harán preguntas, y se realizarán investigaciones.

—Soy cualquier cosa menos un hombre, gracias a Dios, —contestó Surplus—. A pesar de todo, tiene razón. Por un penique, por una libra. Por ahora, puedo dormir tranquilo. Baje de la cama. Puede tener la alfombra.

—¡Yo. La alfombra!

—Soy vacilante por las mañanas. Alguien llamando a la puerta, y yo sin pensar la abro, sería duro encontrarle compartiendo la cama con su amo.

 

El día siguiente, Surplus volvió a la Oficina de Protocolo para declarar que se le autorizó esperar aproximadamente dos semanas por una audiencia con la reina, aunque no un día más.

—¿Ha recibido órdenes nuevas de su gobierno? —Lord Coherence-Hamilton preguntó sospechosamente—. Difícilmente veo cómo.

—He investigado mi conciencia, y reflejado ciertas sutilezas de protocolo en mis instrucciones originales —dijo Surplus—. Eso es todo.

Emergió de la oficina para descubrir a Lady Pamela esperando fuera. Cuando se ofreció para mostrarle el Laberinto, estuvo de acuerdo alegremente con su plan. Seguidos por Darger, recorrieron el interior, primero siendo testigos del cambio de la guardia en el pórtico, antes de la gran pared que era el frontal de Buckingham Palace antes de que fuera tragado en la expansión de la arquitectura durante los años locos y gloriosos de Utopía. Tras ello, procedieron hacia la galería de imágenes sobre la cámara de estado.

—Veo por sus repetidas miradas que se interesa por mis diamantes, Sieur Precieux Plus —dijo Lady Pamela—. Pues bien. Son un tesoro de la familia, con siglos de antigüedad y mandados fabricar artesanalmente, cada piedra entera y perfectamente engarzada. Los contratos de cientos de autistas no comprarían algo semejante.

Surplus sonrió de nuevo al collar, cubierto con ropajes sobre la encantadora garganta y sobre los perfectos pechos de ella.

—Le aseguro, señora, no era su collar lo que me sostuvo así esclavizado.

Ella se enrojeció delicadamente, contenta. Ligeramente, dijo:

—¿Y esa caja que su hombre lleva con él dondequiera que va? ¿Qué hay en ella?

—¿Eso? Una nadería. Un regalo para el Duque de Muscovy, que es el objeto último de mi viaje —dijo Surplus—. Le aseguro, no es nada de interés.

—Hablaba a alguien la noche pasada —dijo Lady Pamela—. En su cuarto.

—¿Escuchaba a mi puerta? Estoy asombrado y adulado. —Se ruborizó.

—No, no, mi hermano... es su trabajo, ya ve, la vigilancia.

—Posiblemente hablaba en mi sueño. Lo hago de vez en cuando.

—¿Con distintos acentos? Mi hermano dijo que oyó dos voces.

Surplus pareció sorprendido.

—En eso se equivocó.

 

La reina de Inglaterra no tiene ningún rival en tierra tan antigua. Rodeada por sirvientes que se apresuran de un lado a otro, trayendo comida atractiva y consejo y llevando platos sucios y legislación firmada. La galería recordó a Darger una abeja reina, pero a diferencia de la abeja, esta reina no copuló, pero quedó orgullosamente virgen.

Su nombre era Gloriana I, y tenía cien años y continuó creciendo.

Lord Campbell Supercollider, un amigo de Lady Pamela que encontraron por casualidad, que había insistido en acompañarlos a la galería, se apoyó cerca de Surplus y murmuró:

—Está impresionado, por supuesto, por la magnificencia de nuestra reina. —La advertencia en su voz era imposible de extrañar—. Extranjeros, invariablemente.

—Estoy deslumbrado —dijo Surplus.

—Bien puede estarlo. Esparcidos por el gran cuerpo de su majestad hay treinta y seis cerebros, conexos con fibras espesas de ganglios en una configuración del hipercubo. Su capacidad de procesado es igual a la de muchas de las grandes computadoras de tiempos Utópicos.

Lady Pamela ahogó un bostezo.

—Amado Rory, —dijo, tocando el Señor la manga de Lord Campbell Supercollider—. El Deber me llama. Sería tan amable de mostrarle a mi amigo americano el camino de regreso al círculo exterior?

—De acuerdo, querida.

Él y Surplus se quedaron de pie (Darger ya lo estaba, por supuesto), e hicieron sus cumplidos. Entonces Lady Pamela se fue y Surplus comenzó a volverse hacia la salida.

—No es ese el camino. Esas escaleras son para los plebeyos. Usted y yo saldremos por la escalera de los caballeros.

La escalera estrecha torció descendiendo bajo nubes de querubines y aeronaves, y desembocó en un vestíbulo enlosado de mármol. Surplus y Darger salieron de la escalera y encontraron sus brazos abruptamente asidas por mandriles.

Se discernían cinco mandriles, con uniformes rojos y a juego collares ajustados con traíllas que sujetaba la mano del uniformado funcionario con bigote cuyo conducto dorado le identificaba como Maestro de monos. El quinto mandril desnudó sus dientes y chilló salvajemente. Al instante, el Maestro de monos dio un tirón en sentido contrario en su traílla y dijo:

—¡Allí, Hércules! ¡Allí, Tú! ¿Qué haces? ¿Qué dices? —El mandril se movió gradualmente y se inclinó cortesmente.

—Por favor, venga con nosotros —dijo con dificultad.

El Maestro de monos aclaró su garganta. Tenebrosamente, el mandril agregó.

—Señor.

—¡Esto es ultrajante! —se quejó Surplus—. Soy diplomático, inmune bajo la ley internacional.

—Ordinariamente, señor, eso es verdadero, —le dijo el Maestro de monos cortésmente—. Sin embargo, ha entrado al círculo interno sin la invitación de su majestad y tal asunto está sujeto a normas más estrictas de seguridad.

—No tenía ni idea de que esta escalera fuera interior. Fui llevado aquí por... —Surplus miró alrededor, sin ayuda. Lord Campbell Supercollider no estaba en lugar visible.

Así, una vez más, Surplus y Darger fueron escoltados a la Oficina de Protocolo.

—La madera es teca. Su nombre científico es Tectonia grandis. Teca es original de Birmania, India, y Siam. La caja está tallada laboriosamente, pero sin refinamiento. —El enano sabio la abrió—. Dentro de la cubierta hay un aparato arcaico para intercomunicación electrónica. La astilla del instrumento es un gallium-arseniuro cerámico. La astilla pesa seis onzas. El aparato es un producto del fin de los tiempos Utópicos.

—¡Un módem! —Los ojos del funcionario de protocolo fuera de sus órbitas— ¿Se atrevió a traer un módem al círculo interno y casi en la presencia de la reina? —Su silla erguida y caminando alrededor de la mesa; sus seis piernas de insecto parecieron demasiado delgadas para sostener su gran masa. Todavía se movió ágilmente.

—Es inofensivo, señor. Meramente algo que nuestra tecnoarqueología desenterró y pensamos que divertiría al Duque de Muscovy, que es bien conocido por su amor por todas las cosas antiguas. Es, al parecer, de alguna importancia cultural o histórica, aunque sin releer mis instrucciones, sería duramente presionado para decirle concretamente cuál.

Lord Coherence-Hamilton levantó su silla amenazadoramente sobre Surplus, pareciendo peligroso y dominante.

—Aquí está la importancia histórica de su módem: Los Utopians llenaron el mundo con sus redes de computadoras, enterrando cables y nodos tan profunda y abundantemente que nunca serán enteramente desarraigados. Entonces soltaron demonios y dioses enojados en tal universo virtual. Estas inteligencias destruyeron Utopía y casi destruyeron la humanidad también. ¡Sólo la valiente destrucción en toda la red mundial de todos los modos de interface nos preservó de la aniquilación! —dijo efusivamente.

—¡Oh, usted, necio! ¿No tiene historia? Estas criaturas nos odian porque nuestros antepasados los crearon. Todavía están vivos, aunque confinados a su submundo electrónico, y quieren sólo un módem que les extienda en el reino físico. ¿Puede desear saber, entonces, que la penalidad por poseer tal aparato es —sonrió amenazadoramente— la muerte?

—No, señor, no es tal. La posesión de un módem en funcionamiento es un crimen mortal. Este aparato es inofensivo. Pregunte a su sabio.

—¿Y bien? —el hombre grande gruñó a su enano—. ¿Es funcional?

—No...

—Silencio. —Lord Coherence-Hamilton regresó hacia Surplus—. Es un perro afortunado. No será inculpado con cualquier crimen. Sin embargo, mientras esté aquí, guardaré este maldito aparato bajo mi vigilancia y bajo mi mando. ¿Entiende eso, Señor Bow-Wow?

Surplus suspiró.

—Muy bien —dijo— es sólo por una semana, después de todo.

Esa noche, Lady Coherence-Hamilton fue al cuarto de Surplus para disculparse por la indignidad de su arresto, del que, le aseguró, había tenido noticia justamente ahora. El la invitó. En breve se encontraron de algún modo arrodillados cara a cara en la cama, desabotonando cada uno la ropa del otro.

Los pechos de Lady Pamela se expandían encantadamente en su vestido cuando ella rectificó, cerrando el corpiño de nuevo, y dijo:

—Su hombre nos mira.

—¿Y qué nos preocupa eso a nosotros? —Surplus dijo jovialmente—. El pobre hombre es un autista. Nada de lo que ve u oye le importa. Se puede avergonzar también por la presencia de una silla.

—Incluso si fuera una talla de madera, haría que sus ojos no estuvieran en mí.

—Cuando desee. —Surplus dio una palmada sus patas—. ¡Tú! Da la vuelta.

Obediente, Darger se volvió. Ésta era su primera experiencia en pasmar a su amigo con mujeres. ¿Cuántas aventuras sexuales, deseó saber, podría uno tener, si su forma fuese única? En su reflexión la pregunta la contestó él mismo.

Detrás de él oyó a Lady Pamela tratando de contener la risa. Entonces, en una voz grave con pasión, Surplus dijo:

—No, déjese los diamantes puestos.

Con un suspiro silencioso Darger se resignó a una noche larga. Desde que estaba aburrido y todavía no podía volver a mirar a la pareja jugueteando en la cama estando alejado, se consideró forzado a vigilarlos en el espejo.

Empezaron, por supuesto, por hacerlo a estilo perruno.

 

El día siguiente, Surplus cayó enfermo. Oyendo su indisposición, Lady Pamela envió uno de sus autistas con un cuenco de caldo y entonces le siguió en una máscara quirúrgica.

Surplus sonrió débil al verla.

—No tiene ninguna necesidad de esa máscara —dijo—. Por mi vida, juro que eso que me aflige yo no es contagioso. Como usted indudablemente sabe, nosotros, que hemos sido reelaborados somos inclinados al desequilibrio endocrino.

—¿Es eso todo? —Lady Pamela vertió una cucharada en su boca, entonces dio golpecitos a una mancha de él con una servilleta—. Entonces ocúpese de ello. Ha sido muy perverso asustarme por tal nadería.

—Ay, —Surplus dijo tristemente— soy una creación única, y mi tabla de balance endocrino se perdió en un accidente marino. Hay copias en Vermont, por supuesto. Pero en el tiempo que tarda la goleta más veloz en cruzar el Atlántico dos veces, temo me haya ido.

—¡Oh, querido Surplus! —La Dama cogió sus patas en sus manos—. ¿Ciertamente esa es una medida, en extremo desesperada, para tener que tomarla?

—Pues... —Surplus volvió al pensamiento. Después de un tiempo muy largo regresó y dijo—: Tengo una confesión que hacer. ¿El módem que su hermano retiene para mí? Es funcional.

—¡Sir! —Lady Pamela se levantó, recogiendo su falda, y se alejó de la cama horrorizada—. ¡Seguramente no!

—Mi amada y deleite, debe escucharme. —Surplus miró débilmente hacia la puerta, entonces bajó su voz—. Venga, cierre y le susurraré.

Obedeció.

—En los días del declive de Utopía, durante la guerra entre los hombres y sus creaciones electrónicas, científicos e ingenieros dirigieron sus esfuerzos hacia la creación de un módem que se pudiera emplear con seguridad por los humanos. Uno inmune al ataque de demonios. Uno que podía, de hecho, forzar su obediencia. Quizás ha oído de este proyecto.

—Hay rumores, pero... ningún aparato como ese fue construido.

—Digamos más bien que no se construye en esos tiempos ningún tal aparato. Justamente era perfeccionado cuando las chusmas vinieron alborotando por los laboratorios, y la Edad de la Máquina acababa. Algunos pocos, sin embargo, se escondieron lejos antes de que los últimos técnicos fueran asesinados. Siglos más tarde, valientes investigadores del Instituto Tecnoarqueológico de Shelburne recuperaron seis de tales aparatos y dominaron el arte de su uso. Se destruyó uno en el proceso. Se guardan dos en Burlington. Se confiaron los otros a mensajeros y se les envió a los tres aliados más poderosos del Demesne, uno de los cuales es, por supuesto, Rusia.

—Esto es difícil de creer, —Lady Pamela dijo maravillada—. ¿Pueden existir tales maravillas?

—¡Señora, lo empleé hace dos noches en este mismo cuarto! ¿Esas voces que su hermano oyó? Hablaba con mis superiores en Vermont. Me dieron permiso para extender mi estancia aquí a una quincena.

Miró fijamente implorándole a ella.

—Si pudiera traerme el aparato, podría emplearlo entonces para preservar mi vida.

Lady Coherence-Hamilton, resueltamente, se puso de pie.

—Miedo, nada; entonces. Juro por mi alma, el módem será tuyo esta noche.

 

Estaba iluminado el cuarto por una lámpara sola que lanzaba sombras salvajes cuando quiera que alguien se movía, como si se tratara de los malos espíritus en un Sabbath de Brujas.

Era una vista misteriosa. Darger, inmóvil, sostuvo el módem en sus manos. Lady Pamela, que tenía un sentido de la ocasión, se había cambiado con un vestido de bajo corte de sedas pegajosas, rojo oscuro como sangre humana. Giró sobre ella cuando encontró por la línea de separación del muro un comunicador inusual desde hace siglos. Surplus se incorporó débil en la cama, los ojos medio cerrados, dirigiéndose hacia ella.

Puede haber sido, pensó Darger, un cuadro alegórico al cuerpo humano dirigido por sus pasiones enfermas animales, mientras el intelecto se mantuvo en pie, paralizado por falta de voluntad.

—¡Allí! —Lady Pamela triunfalmente se enderezó, su collar esparciendo arco iris diminutos en la luz oscura.

Darger se enderezó. Se mantuvo perfectamente todavía durante tres respiraciones largas, después se agitó y se estremeció como sobrecogido. Sus ojos giraron en sentido contrario en su cabeza.

En hondos tonos, no mundano, dijo:

—¿Quién me llama arriba desde esta inmensa profundidad? —Era una voz totalmente diferente a la suya propia, áspera y salvaje y anhelosa por un deporte profano—. ¿Qué desafío pone en riesgo mi ira?

—Debe llevar mis palabras a las orejas del autista, —murmuró Surplus—. Por él vuelve una parte íntegra del modem, no meramente su operador, sino su voz.

—Estoy lista —contestó Lady Pamela.

—Buena chica. Dígale quién soy.

—Es Sir Blackthorpe Ravenscairn de Plus Precieux quien habla, y que quiere hablar a... —Hizo una pausa.

—A su más augusto y socialista honorable, el alcalde de Burlington.

—Su más augusta y socialista honorable —comenzó Lady Pamela. Volvió hacia la cama y le dijo excéntricamente— ¿El alcalde de Burlington?

—Un título oficial; como lo es su hermano, por él que es de hecho el espía-jefe del Demesne de Vermont Occidental, —dijo Surplus débil—. Ahora repítale: Te compelo en amenaza de disolución para llevar mi mensaje. Use esas exactas palabras.

Lady Pamela repitió las palabras en la oreja de Darger.

Gritó. Era un sonido salvaje y profano que envió amenazadora la Dama lejos de él en un momento de pánico, medio en llanto, cesó.

—¿Qué es esto? —dijo Darger dijo en una voz completamente nueva, esta vez humana—. Tiene la voz de una mujer. ¿Es uno de mis agentes en problemas?

—Hable con él ahora, como hace con cualquier hombre: firmemente, directamente, y sin evasivas. —Surplus hundió su cabeza bajo su almohada y cerró sus ojos.

Así (como le pareció a ella) Lady Coherence-Hamilton explicó la condición de Surplus a su amo distante, y de él recibió sus condolencias y la información requerida para devolverles a Surplus los niveles endocrinos a un funcionamiento en armonía. Después de las cortesías propias entonces, ella se lo agradeció al espía-jefe y desconectó el módem. Darger lo volvió a la pasividad.

La maleta de piel del equipo endocrino abierta sobre una mesa pequeña al lado de la cama. Bajo la dirección de Lady Pamela, Darger empezó a aplicar los parches propios a varios lugares en el cuerpo de Surplus. No pasó mucho tiempo antes de que Surplus abriera sus ojos.

—¿Estaré bien? —preguntó y, cuando la Dama asintió—. Entonces temo que deba marcharme por la mañana. Su hermano tiene espías por todas partes. Si tiene la menor noticia acerca de lo que este aparato puede hacer, lo querrá para él.

Sonriente, Lady Pamela subió la caja en su mano.

—De hecho, ¿quién puede reprochárselo? Con tal juguete se pueden lograr grandes cosas. Para lo que seguramente pensará usarlo. Ruego a usted que me lo devuelva.

No lo hizo.

—Esto es más que sólo un aparato de comunicación, señor, —dijo—. Aunque en ese modo tiene valor incalculable. Ha mostrado que puede forzar a la obediencia en las criaturas que moran en los olvidados nervios del mundo antiguo. Ergo, pueden ser obligados a hacer nuestros cálculos para nosotros.

—De hecho, así nuestros tecnoarqueólogos nos lo dicen. Debe...

—Hemos creado monstruosidades para ejecutar los deberes que anteriormente eran hechos por máquinas. Pero con este, no habría ninguna necesidad de hacerlo así. Nos hemos dejado ser gobernados por un cerebro icosahexadexal monstruoso. Ahora no tenemos ninguna necesidad de Gloriana la Gruesa, Gloriana la Gorda y Grotesca, Gloriana la Reina Oronda.

—¡Señora!

—Es tiempo, creo, que esta Inglaterra tenga a una reina nueva. Una reina humana.

—¡Piense en mi honor!

Lady Pamela se detuvo en la puerta.

—Es usted un lindo amigo, de hecho. Pero con esto, puedo tener la monarquía y guardar tal harén que reducirá su memoria al extremo de una imaginación pasajera y trivial. —Con un susurro de faldas, se alejó.

—¡Entonces, estoy deshecho! —Surplus lloró y se dirigió, desmayado, hacia la cama. Calladamente, Darger cerró la puerta. Surplus lo levantó de las almohadas, empezó a quitar los parches de su cuerpo, y dijo:

—¿Ahora que?

—Ahora dormiremos un poco —dijo Darger—. Mañana será un día muy atareado.

 

El Maestro de monos vino por ellos después del desayuno, y caminaron a su destino usual. Por ahora, Darger empezaba a perder la noción de cuánto tiempo había estado exactamente en la Oficina de Protocolo. Entraron a buscar a Lord Coherence-Hamilton en un acceso de ira, y su hermana, calmada e inteligente, permaneciendo en una esquina con brazos cruzados, en vigilancia. Mirando a ambos ahora, Darger deseó saber cómo podía haber imaginado alguna vez que el hermano fuera superior a su hermana.

El módem abierto en el despacho del enano sabio. El pequeño apoyado encima del aparato, estudiándolo minuciosamente.

Nadie dijo nada hasta que el Maestro de monos y sus mandriles habían salido. Entonces Lord Coherence-Hamilton rugió:

—¡Su módem se niega a trabajar para nosotros!

—Como le dije, señor, —Surplus respondió fríamente— no es operativo.

—¡Es un atrevido fraude y una irresponsable mentira!

En su ira la silla de Lord subió en sus anormalmente largas patas tan alto que su cabeza casi golpeó contra el techo.

—Sé de sus actividades —movió la cabeza hacia su hermana— y pido que nos muestre cómo funciona ese jodido aparato!

—¡Nunca! —Surplus gritó firmemente— tengo mi honor, señor.

—Su honor, demasiado escrupulosamente insiste en ello, puede llevarle a su muerte, señor.

Surplus movió hacia atrás su cabeza.

—¡Entonces muero por Vermont!

En este callejón sin salida, Lady Hamilton caminó adelante entre los dos antagonistas para restaurar la paz.

—Sé lo que puede cambiar su mente. —Con una sonrisa inteligente levantó una mano a su garganta y la desnudó de sus diamantes—. Vi cómo los frotó contra su cara la otra noche. Cómo lamió y los mimó. Cómo, en éxtasis, los tomó en su boca.

Ella cerró sus patas sobre ellos.

—Son suyos, dulce 'Sieur Precieux', por una palabra.

—¿Quiere dármelos? —dijo Surplus, como asombrado por la misma idea. De hecho, el collar había sido su blanco, y el de Darger, desde el momento que lo vieron. La única barrera que se mantenía ahora en pie entre ellos y los comerciantes de Amsterdam era el problema de librarse del Laberinto antes de que finalmente se dieran cuenta de que el módem era de hecho un timo. Y con este fin tenían la herramienta inestimable de un hombre pensante de quien todos creyeron era un autista, y un plan que les daría casi veinte horas para escapar.

—Sólo piensa, estimado Surplus. —Lady Pamela acarició su cabeza y entonces lo rascó detrás de una oreja, mientras miró fijamente a las piedras preciosas—. Imagina la vida de riqueza y facilidad que podría llevar, las mujeres, el poder. Todo queda en sus manos. Todo lo que tiene que hacer es cerrarlas.

Surplus respiró profundamente.

—Muy bien, —dijo—. El secreto está en el condensador, que tarda un día entero en recargarse. Espere pero...

—Aquí está el problema —el sabio dijo inesperadamente. Atizó al interior del módem—. había un alambre suelto.

Alzó el aparato en la pared.

—Oh, estimado Dios —dijo Darger.

Una salvaje mirada de deleite crudo llenó la cara del enano sabio, y pareció inflarse ante ellos.

—¡Soy libre! —gritó en una voz tan fuerte que pareció imposible que pudiera levantarse desde tan insignificante fuente. Se agitó como si enormes descargas eléctricas surgieran a través de él. El hedor de ozono llenó el cuarto.

Estalló en llamas y avanzó hacia el jefe de espías inglés y su hermana.

Mientras todos se quedaron espantados y paralizados, Darger asió a Surplus por el cuello y lo arrastró fuera hacia el vestíbulo, cerrando de golpe la puerta cuando lo hizo.

No habían dado veinte pasos bajando por el corredor cuando la puerta de la Oficina de Protocolo explotó, enviando astillas encendidas al vestíbulo.

Una risa satánica retumbó tras ellos.

Mirando por encima de su hombro, Darger vio al enano ardiendo, ahora teñido de cenizas, emergiendo de un cuarto envuelto en llamas, dando cabriolas y danzando. El módem, aunque desconectado, estaba ahora escondido bajo un brazo, como si fuera extremadamente valioso para él.

Sus ojos eran redondos, blancos y sin párpados. Viéndoles, en su persecución.

—¡Aubrey! —gritó Surplus— hemos tomado el camino equivocado.

Era verdad. Corrían más adentro en el Laberinto, hacia su corazón, en lugar de hacia el exterior. Pero era imposible volver en sentido contrario ahora. Se zambulleron entre muchedumbres en fuga de nobles y servidores, con fuego y terror sobrenatural en su estela.

La grotesca estampida prende fuego a las alfombras con cada pisada. Una llamarada lo siguió abajo al corredor, incinerando tapices y papel de empapelar y adornos de madera. A pesar de sus argucias, corría recto hacia ellos. Claramente, en sus instrucciones de programación, el demonio de la web había determinado que tan pronto como los ha visto, debería matarlos lo antes posible.

Darger y Surplus corrieron por comedores y salones, a lo largo de balcones y pasajes para sirvientes. Sin utilidad. Obstinados por su nemesis hipernatural, se encontraron a sí mismos corriendo por un pasaje, derechos hacia dos puertas macizas de bronce, una de las cuales había quedado sólo apenas entreabierta. Tan temerosos eran que apenas se dieron cuenta de los guardias.

—¡Alto, señores!

El bigotudo Maestro de monos, de pie ante la puerta, sus mandriles tirantes contra sus traíllas. Sus ojos se ensancharon con el reconocimiento.

—¡Por Dios, es usted! —lloró en asombro.

—¡Déjame matarlos! —gritó uno de los mandriles.

—¡Bastardos piojosos! —los otros gruñeron de acuerdo.

Surplus habría tratado de razonar con ellos, pero cuando comenzó a retardar su paso, Darger puso una mano ancha en su espalda y empujó.

—¡Zambullida! —ordenó. En tal necesidad el perro racional tenía que amoldarse al hombre de acción. Él se deslizó como por un tobogán por el extremamente pulido suelo de mármol entre dos mandriles, derecho al Maestro de monos, y después entre sus piernas.

El hombre tropezó, dejando caer las traíllas cuando lo hizo.

Los mandriles gritaron y atacaron.

Por un momento los cinco monos fueron hacia Darger, asiendo sus miembros, mordiendo su cara y cuello. Entonces el enano ardiente llegó, y, hallando su blanco obstruido, asió al mandril más cercano. El animal chilló con el estallido del uniforme en llamas.

A la vez, los otros mandriles abandonaron su combate original para luchar con este recién venido que se había atrevido a atacar a uno de los suyos.

En un instante, Darger brincó encima del caído Maestro de monos, y atravesó la puerta. Él y Surplus situaron sus hombros contra su metálica superficie y empujaron. Tuvo una breve visión de la lucha, con los mandriles en llamas, y el vuelo del cuerpo de su Maestro por el aire. Entonces la puerta se cerró de golpe. Barrotes y cerrojos interiores, operados fácilmente por mecanismos engrasados, les encerraron automáticamente. Por el momento estaban seguros.

Surplus cayó contra el bronce liso, y cansadamente preguntó:

—¿Donde te hiciste con ese módem?

—Por un distribuidor de antigüedades. —Darger limpió su frente con su pañuelo— era claramente un objeto sin valor. ¿Alguien sueña con que se puede reparar?

Fuera, los chillidos cesaron. Hubo un breve silencio. Entonces la criatura se lanzó contra uno de las puertas de metal. Resonó con el impacto.

Una delicada voz juvenil dijo:

—¿Qué es este ruido?

Volvieron sorprendidos y se encontraron mirando al cuerpo enorme de la Reina Gloriana. Situado en su pallet, envuelto en cintas y satén, y abandonado por todo, excepto su valiente (aunque maldito) guardián de monos. Un olor perverso y ajado emanaba de su carne. Dentro de los tremendos pliegues de su barbilla por docenas y veintenas había una pequeña cara humana. Su boca se movió delicadamente y preguntó:

—¿Qué es lo que trata de hacer?

La puerta tañó de nuevo. Una de sus bisagras cedió.

Darger se agachó.

—Me temo, señora, que es su muerte.

—¿De hecho? —Ojos azules se abrieron e, inesperadamente, Gloriana se rió—. Si es así, ésas son noticias excelentes. He orado por la muerte un tiempo sumamente largo.

—¿Puede cualquiera de las creaciones de Dios en verdad orar por su muerte y lo que signifique eso? —preguntó Darger, que tenía su lado filosófico—. He conocido la infelicidad yo mismo, y aun así la vida es preciosa para mí.

—¡Míreme! —Lejos por un lado del cuerpo, un brazo diminuto, en verdad más diminuto que el de cualquier mujer— no soy la creación de Dios, sino del Hombre. ¿Quién cambia diez minutos de su propia vida por un siglo de la mía? ¿Quién, en mi caso, no cambia todo por la muerte?

Una segunda bisagra estalló. Las puertas se empezaron a estremecer. Su metal irradió calor.

—¡Darger, debemos salir! —gritó Surplus— hay un tiempo para la conversación sabia, pero no es ahora.

—Su amigo tiene razón, —dijo Gloriana— hay una entrada formada por un pequeño arco escondida detrás de aquel tapiz. Vayan por él. Coloque su mano en la pared izquierda y corra. Si gira por cualquier camino donde sea posible para alejarse de la pared, lo llevará fuera. Son ambos pícaros, lo veo, e indudablemente merecen castigo, pero todavía no puedo encontrar nada en mi corazón por ustedes salvo amistad.

—Señora.... —Darger empezó, profundamente conmovido.

—¡Váyanse! Mi novio entra.

La puerta empezó a caer hacia el interior. Con un final lamento de "¡Adiós!" de Darger y ¡Vamos! de Surplus se alejaron velozmente.

 

Con el tiempo habían encontrado su vía afuera, todo el Laberinto Buckingham estaba en llamas. El demonio, sin embargo, no emergió de las llamas, alentándolos a creer que cuando el módem finalmente se fundió abajo, había sido forzado a volverlo al reino tan profano de donde vino.

El cielo estaba rojo con las llamas como las balandras a vela por Calais. Inclinado contra la barra, vigilante, Surplus agitó su cabeza.

—¡Una vista terrible! No puedo dejar de sentirme, en parte, responsable.

—¡Vamos, vamos! —dijo Darger—. Esta dispepsia le vuelve a poner enfermo. ¡Somos ambos ricos, ahora! Los diamantes de Lady Pamela nos mantendrán abundantemente por años venideros. En cuanto a Londres éste no es el primero de los fuegos que ha tenido que soportar. Ni es el último. La vida es corta, y así, mientras vivamos, seamos felices!

—Éstas son palabras extrañas para un melancólico —le dijo Surplus maravillado.

—En el triunfo, mi mente vuelve su cara al sol. No hablemos del pasado, estimado amigo, pero en el futuro estos ardides relucen ante nosotros.

—El collar no tiene valor —dijo Surplus—. Ahora que tengo tiempo para examinarlo, libre de la distracción carnal de Lady Pamela, veo que éstos no son diamantes, sino más bien imitaciones. —Hizo ademán de lanzar el collar en el Támesis.

Antes de que pudiera, Darger cogió las piedras de él y las estudió estrechamente. Entonces volvió su cabeza y rió.

—¡Pedazo de...! Bueno, sería pasta, pero parece valioso todavía. Encontraremos buen uso para él en Paris.

—¿Vamos a Paris?

—Somos compañeros, ¿no? ¿Recuerda esa sabiduría de la antigüedad: "cuando una puerta se cierra, otra se abre"? Por cada ciudad que se quema, otra llama. ¡A Francia entonces, y a la aventura! ¡Después, Italia, el Imperio Vaticano, Austro-Hungría, quizás Rusia también! Nunca olvide que tiene todavía que presentar sus credenciales al Duque de Moscú.

—Muy bien —dijo Surplus—. Pero cuando lo hagamos, escogeré el módem.

 

 

FIN

 

 

Título original: The Dog Said Bow-Wow © 2001 by Michael Swanwick,

Traducción y documentación: Luis F.S. Getino (León, España)

 

 

NOTA SOBRE EL TÍTULO: Hace referencia al apodo con el que es designado Surplus en el texto, en parte debido a su conducta, con reverencias ("Bow") y afectados matices en la entonación ("Wow"). Al lector, En un doble sentido recuerda la onomatopeya del ladrido de un perro.

El verbo ("said"), igualmente puede significar pasado "dijo" o por participio (dicho, llamado)

 

NOTA SOBRE EL AUTOR: Las novelas de Michael Swanwick incluyen "In the Drift", "Vacuum Flowers", "Stations of the Tide", y "Jack Faust". Sus cuentos han aparecido en Omni, Penthouse, Amazing, Universe, Full Spectrum, y en otros medios. Ha recibido los premios Hugo, Nebula, Sturgeon, y World Fantasy. Sus relatos "The Very Pulse of the Machine" (Asimov's, Febrero 1998) y "Scherzo with Tyrannosaur" (Asimov's, Julio 1999) fueron ganadores del premio Hugo y su cuento, "Moon Dogs" (Asimov's, March 2000), fue seleccionado para la votación del Hugo. La última colección de relatos de Mr. Swanwick, "Cigar-Box Faust and Other Miniatures", será proximamente editada por Tachyon Press y su próxima novela, "Bones of Earth", será publicada por Eos en febrero.

Comentario de la revista Asimov (Online), 2002

 

ACTUALIZACIÓN: Posteriormente, este relato fue merecedor del premio Hugo 2002; y también en 2003 su relato "Slow Life" que se puede encontrar online por tiempo limitado en inglés en www.analogsf.com/Hugos/slowlife.shtml