Pero si se preguntase por qué signo se puede conocer que un pueblo dado
está bien o mal gobernado, sería otra cosa, y la cuestión,
de hecho, podría resolverse.
Sin embargo, no se la resuelve, porque cada cual quiere hacerlo a su manera.
Los súbditos alaban la tranquilidad pública; los ciudadanos, la
libertad de los particulares: uno prefiere la seguridad de las posesiones y
otro la de las personas; uno quiere que el mejor gobierno sea el más
severo, otro sostiene que es el más dulce; éste desea que se
castiguen los crímenes, y aquél que se les prevenga; uno
encuentra bien que se sea temido por los pueblos vecinos, otro prefiere que se
viva ignorado por ellos; uno está contento cuando el dinero circula,
otro exige que el pueblo tenga pan. Aunque se estuviese de acuerdo cobre estos
puntos y otros semejantes, ¿se habría adelantado algo? Careciendo
de medida precisa las cualidades morales, aunque se estuviese de acuerdo
respecto del signo, ¿cómo estarlo respecto a la estimación
de ellas?
Por lo que a mí toca, siempre me admiro de que se desconozca un signo
tan sencillo o que se tenga la mala fe de no convenir con él.
¿Cuál es el fin de la asociación política? La
conservación y la prosperidad de sus miembros. ¿Y cuál es la
señal más segura de que se conserva y prospera? Su número
y su población. No vayáis, pues, a buscar más lejos este
signo tan discutido. En igualdad de condiciones, es infaliblemente mejor el
gobierno bajo el cual sin medios extraños, sin naturalización,
sin colonias, los ciudadanos pueblan y se multiplican más. Aquel bajo
el cual un pueblo disminuye y decae es el peor. ¡Calculadores, ahora es
cosa vuestra: contad, medid, comparad! [ 10].
[ 10] Se debe juzgar sobre el mismo principio de los siglos
que merecen
la preferencia para la prosperididad del género humano. Han sido
demasiado admirados aquellos en que se ha visto florecer las letras y las
artes, sin que se haya penetrado el objeto secreto de su cultura ni considerado
su funesto efecto: "ldque apud imperitos humanitas vocabatur quum pars
sevitutis esse, "(*).
(*) Tácito. Agric.. XXI.
No veremos nunca en las máxmas de los libros el grosero interés
que hace hablar a los autores? No; aunque ellos lo digan, cuando, a pesar de
su esplendor, un país se despuebla, no es verdad que todo prospere. y no
basta que un poeta tenga cien mil libras de renta para que su siglo sea el
mejor de todos. Es preciso considerar más el bienestar de las naciones
enteras y, sobre todo, de los Estados más poblados que el reposo
aparente y la tranquilidad de sus jefes. Las granizadas desolan algunas
regiones: pero rara vez producen escasez. Los motines. las guerras civiles.
amedrentan mucho a los jefes; pero no constituyen las verdaderas desgracias de
los pueblos. que pueden hasta tener descanso mientras discuten quién los
va a tiranizar. De un Estado permanente es del que nacen prosperidades o
calamidades reales para él: cuando todo está sometido al yugo es
cuando todo decae: entonces es cuando los jefes. destruyéndolos a su
gusto, "libi solitudinem faciunt, pacem appellant" (**). Cuando las
maquinaciones de los grandes agitaban el reino de Francia y el coadjutor de
París llevaba al Parlamento un puñal en el bolsillo. esto no
impedía que el pueblo francés viviese feliz y numeroso en un
honesto y libre bienestar. En otro tiempo. Grecia florecía en el seno
de las más crueles guerras: la sangre corría a ríos, y
todo el país estaba cubierto de hombres: parecía -dice
Maquiavelo- que en medio de los crímenes, de las proscripciones, de las
guerras civiles. nuestra república advenía más pujante: la
virtud de sus ciudadanos, sus costumbres. su independencia. tenia más
efecto para reforzarla que todas sus discusiones para debilitarla.
Un poco de agitación da energía a los demás. y lo que
verdaderamente hace prosperar a la especie es menos la paz que la libertad.
(**) Tácito, Agric., XXXI