Si queremos formar una institución duradera no pensemos en hacerla
eterna. Para tener éxito no se debe intentar lo imposible ni pretender
dar a las obras de los hombres una solidez que las cosas humanas no admiten.
El cuerpo político, lo mismo que el cuerpo del hombre, comienza a morir
desde el nacimiento, y lleva en si mismo las causas de su destrucción.
Pero uno y otro pueden tener una constitución más o menos robusta
y apropiada para conservarla más o menos tiempo. La constitución
del hombre es la obra de la Naturaleza: la del Estado, la del Arte. No depende
de los hombres el prolongar su propia vida; pero sí, en cambio, el
prolongar la del Estado tanto como es posible, dándole la mejor
constitución que pueda tener. El más perfectamente constituido
morirá, pero siempre más tarde que otro, si ningún
accidente imprevisto ocasiona su muerte antes de tiempo.
El principio de la vida política está en la autoridad soberana.
El poder legislativo es el corazón del Estado; el poder ejecutivo, el
cerebro que da movimiento a todas las partes. El cerebro puede sufrir una
parálisis y el individuo seguir viviendo, sin embargo. Un hombre se
queda imbécil y vive; mas en cuanto el corazón cesa en sus
funciones, el animal muere.
No es por las leyes por lo que subsiste el Estado, sino por el poder
legislativo. La ley de ayer no obliga hoy; pero el consentimiento
tácito se presume por el silencio, y el soberano está obligado a
confirmar incesantemente las leyes que no deroga, pudiendo hacerlo. Todo lo
que se ha declarado querer una vez lo quiere siempre, a menos que lo
revoque.
¿Por qué, pues, se tiene tanto respeto a las leyes antiguas? Por
esto mismo. Se debe creer que sólo la excelencia de las voluntades
antiguas ha podido conservarlas tanto tiempo: si el soberano no las hubiese
reconocido constantemente beneficiosas, las hubiese revocado mil veces. He
aquí por qué, lejos de debilitarse las leyes, adquieren sin cesar
una fuerza nueva en todo Estado bien constituido; el prejuicio de la
antigüedad las hace cada día más venerables, mientras que
dondequiera que las leyes se debilitan al envejecer es prueba de que no hay
poder legislativo y de que el Estado no vive ya.