Estos intervalos de suspensión, en que el príncipe
reconocía o debía reconocer un superior actual, los
lamentó siempre, y estas asambleas del pueblo, que son la égida
del cuerpo político y el freno del gobierno, han sido en todos los
tiempos el horror de los jefes, por lo cual no perdonan cuidados, objeciones,
dificultades ni promesas para desanimar a los ciudadanos. Cuando éstos
son avaros, cobardes, pusilánimes, más amantes del reposo que de
la libertad, no se mantienen mucho tiempo contra los esfuerzos redoblados del
gobierno, y por ello, aumentando la fuerza de resistencia sin cesar, se
desvanece al fin la autoridad soberana y la mayor parte de las ciudades caen y
perecen antes de tiempo.
Mas entre la autoridad soberana y el gobierno arbitrario se introduce algunas
veces un poder medio, del que es preciso hablar.